En momentos como los que está pasando el país, pareciera que los asuntos personales no hay por qué referirlos y puede que a nadie interesen. Es una posibilidad que tengo en cuenta. Pero lo que pasa es que en días como estos se me agolpan infinidad de recuerdos que puedo decir que resumen lo que ya aconteció y hay que tener en cuenta no por la significación personal que tengan sino por las condiciones y circunstancias en que se dan y porque ayuda a visualizar lo que pueda suceder de aquí en adelante.
Con esa salvedad, traigo a cuenta lo siguiente. Cuando salga publicada esta columna, estaré fuera del país. Espartaco (mi hijo), Lupita (mi nuera), y Miguelito (mi nieto), nos invitaron a Ana María y a mí a pasar unos días donde residen, ocasión en que tienen pensado que nos reunamos para celebrar los 45 años de haber unido, Ana María y yo, nuestras vidas para siempre. Nos casamos el 2 de junio de 1963. El país estaba en Estado de Sitio. El gobernante de facto era el coronel Enrique Peralta Azurdia. Aquel domingo lucía esplendoroso pese a que en días anteriores estuvo lloviendo copiosamente.
Después de 45 años de casados y en la víspera de este nuestro aniversario, almorzamos con Pedro (mi hijo mayor), Arelis (mi nuera), Laurita y José Ernesto (mi nieta y mi nieto), en su casa.
Lo que no he podido es dejar de pensar en lo que está pasando ahora -aquí y fuera de aquí-, así como de considerar lo que podría suceder. El horizonte no se avizora halagí¼eño.
Y lo veo así ya que en los 150 días de que la Unidad Nacional de la Esperanza, UNE, se dice que está en el gobierno, ha pasado lo que hasta a los más mal pensados no se les hubiera ocurrido que sucedería tan burda y descaradamente: corrupción, impunidad, ineptitud, improvisación, nepotismo y desaciertos.
No es exagerado considerar, entonces, por un lado, el colapso del partido oficial, aunque públicamente se pretenda dar otra imagen de lo que en realidad está sucediendo a su interior; y, por el otro, la inestabilidad e ingobernabilidad que se percibía como lo predominante aún antes del escándalo del desvío de 82.5 millones de quetzales en el Congreso de la República.
Lo uno y lo otro, podría derivar en una situación muy semejante a la que se dio en las postrimerías del gobierno de Serrano Elías, en las condiciones y situación de hoy y, al parecer, con algunos de los mismos o muy parecidos protagonistas e intereses.
La UNE, al igual que los demás partidos electoreros, está pasando por la peor de sus crisis internas y, además, de falta absoluta de credibilidad y confianza. Su «institucionalización» a lo largo de diez años y su participación en dos sucesivas votaciones para lo único que le sirvió fue para llegar a «gobernar» y, a escasos 100 días de estar en el «poder», que empezara a salir a flote toda su descomposición y corrupción, contradicciones e intereses en pugna, arribismo y oportunismo, falta de conducción y liderazgo.
Las maniobras y componendas debajo de la mesa es lo que caracteriza el qué hacer del partido oficial. Es por eso que no fue difícil darle carpetazo a la decisión del Comité Ejecutivo de llevar al Tribunal de Honor a dos de sus muy cuestionados y controvertidos diputados y podría ser lo que pasara con la decisión de suspender de sus funciones en el partido al Presidente del Congreso de la República. Además, con el permiso que se le concedió este lunes para ausentarse por dos meses del Legislativo, la Comisión Permanente y los jefes de bloques caen en la trampa de las disputas por el control del poder en el partido oficial y se les compromete.
No se trata de hilar muy fino pero resulta que a los actuales «gobernantes» pareciera que este mayúsculo escándalo les estaría ayudando a ocultar o silenciar su cada vez mayor complacencia con la cúpula empresarial y coincidencia de intereses, así como que pasara un tanto desapercibida la visita de «carácter privado» que hizo al país la semana pasada el señor Negroponte acompañado del secretario de Estado Adjunto para el Hemisferio Occidental de EE.UU., Thomas A. Shannon quien en entrevista a la prensa se limitó a responder lo que estaba autorizado a decir. (Prensa Libre, domingo 8 de junio).
De la extensa entrevista, entre líneas, puede leerse que lo que en realidad le interesa a la Casa Blanca en Centro América es su propia seguridad interna. Su estrategia está bien definida y diseñada. El Plan Colombia y el entrampado Plan Mérida, son las dos puntas de la operación alicate para la seguridad interna de Estados Unidos en Centroamérica, Haití y República Dominicana. Política y gráficamente se puede decir que el Plan Colombia, desde el sur, y el Plan Mérida (de concretarse), desde el norte, atenaza la soberanía de los países del área y amenaza la estabilidad de la región.
A nuestros países se les quiere hacer creer que se les ve como parte de la solución en lo del narcotráfico pero, en realidad, se les trata como parte del problema. La lógica del neocolonizador es muy sencilla: quien da, impone condiciones y manda; al que recibe y las acepta, se le compromete y somete.