Se cumplirán 50 años de un magnicidio. Hacia las nueve de la noche del 26 de julio de 1957, Carlos Castillo Armas y su esposa Odilia Palomo caminaban en Casa Presidencial, inexplicablemente, sin escolta. Se dirigían desde sus habitaciones hacia comedor por el corredor poniente, que estaba casi a oscuras. Increíblemente, no se encontraban en sus puestos ni el primero ni el segundo comandante de la guardia presidencial, coroneles Ortega y Castellanos. Es inaudito que Castillo Armas anduviera sin protección personal, a pesar de que se contaba con información sobre los preparativos de un atentado.
Se había apagado la luz sobre la puerta central. Como se acostumbra en el ritual militar, un solitario centinela presentó su arma al paso del matrimonio. Según la versión oficial, el vigilante apuntó el fusil hacia la espalda del gobernante, a quien le hizo un disparo que prácticamente lo mató en el instante. Alcanzó a hacer un segundo disparo, desde muy corta distancia, cuando Castillo Armas ya había caído.
El magnicida, Romeo Vásquez Sánchez, corrió y disparó contra el coronel Miguel Mendoza, el tercero en la línea de mando en la guardia presidencial. Vásquez subió a la azotea de la Casa de gobierno, bajó por otra escalera e intercambió unas palabras con otro guardia. Al percatarse que no podía salir a la calle, entró en una habitación o un corredor y se suicidó, descerrajándose un tiro bajo la barbilla. El vulgo no aceptó la especie y corrió el rumor de que en realidad «lo habían suicidado».
Tampoco fue creíble que encontraron el «diario» del homicida, en que registró la complicidad del «comunismo internacional», además de reconocer sus dudas sobre el plan del asesinato hasta que tuvo la oportunidad de ejecutarlo. Se publicó un análisis de Carlos Federico Mora, titulado «Análisis psicopatológico del diario escrito por Romeo Vásquez Sánchez, asesino del coronel Carlos Castillo Armas». Es inverosímil que un soldado, que generalmente es iletrado, tuviera la costumbre de plasmar sus vivencias. De ahí que también sea improbable la participación de extremistas de izquierda en el crimen.
He revisado diversas narraciones del hecho. Lo que más me intriga es que no se reproduce el testimonio de la única persona que presenció lo ocurrido, Odilia Palomo de Castillo Armas. Otro aspecto que llama la atención es que no se produjo una rebelión militar, similar a la que estalló con el asesinato del coronel Francisco Javier Arana. La falta de reacción podría atribuirse a que no se afectaron los intereses de la cúpula castrense.
Carlos Sabino (2006) sostiene que en 1954, unas 150 mil personas recibieron «apoteósicamente» a Castillo Armas, lo que representaba la mitad de la población de la ciudad de Guatemala. Cincuenta años después del magnicidio, cabe preguntar: ¿por qué no hubo repudio popular si una multitud aplaudió la invasión que derrocó a Arbenz y tres años después no aceptó la versión oficial de la muerte de su caudillo? ¿Tres años fueron suficientes para comprender que «La Liberación» era un movimiento espurio, producto de la propaganda anticomunista y que sólo protegía los intereses de Estados Unidos?