Nuevamente tuvimos gran complacencia de presenciar, desde diversos ángulos de apreciación, las hermosas y sagradas tradiciones de los guatemaltecos en las solemnes y multitudinarias celebraciones de la Semana Santa.
Nuestras observaciones, propias de nuestra devoción y de la inquietud periodística, se centraron en las principales calles y avenidas de la urbe capitalina.
Se formaron mares de fieles católicos en la metrópoli, pues las multitudes fueron enormes. En las procesiones participaron centenares o millares de cucuruchos, y apretujados en las aceras de ambos lados de calles y avenidas, en terrazas y balcones de edificios, hicieron acto de presencia miles y miles de hombres, mujeres y niños creyentes en los valores supremos y eternos de la humanidad.
Desde cuando éramos infantes, hace ya buen rato…, sentimos en lo profundo del pecho un fervor religioso, y recordamos que la gente adulta decía, en grado superlativo, que en Sevilla, España, la Semana Santa era solemnísima como en ningún otro país; empero, ahora Guatemala ocupa a nivel mundial el primer lugar en materia de solemnidad durante la Semana Mayor, y eso, naturalmente, constituye justo motivo de orgullo y de íntima satisfacción de los guatemaltecos.
En Quetzaltenango, Totonicapán, San Cristóbal Totonicapán, Mazatenango –Suchitepéquez–, en Zacapa, Jalapa, Jutiapa, ya no digamos en La Antigua Guatemala y en Esquipulas, y, en realidad, en todos los departamentos de la República, son multitudinarias las celebraciones de la Semana Santa.
Millares y millares de personas también aprovechan las vacaciones de la temporada para desplazarse hacia las playas del Atlántico y del Pacífico, de otros balnearios de positiva atracción turística, para recrearse en los dilatados horizontes, en las calientes arenas de las playas y a golpe de las olas oceánicas
Según las estimaciones hechas por elementos acuciosos que prestan auxilio en casos de infortunados accidentes, sólo a las playas josefinas se van unas 60 mil personas –o más– de todas las edades. Y es que, como dice una canción que sigue escuchándose de cuando en cuando, “en el mar la vida es más sabrosa”… ¡Y no es cuento, siempre que no haya excesos de copas ni violencia!
Lo mejor sería quedarse tranquilamente en las ciudades, viendo el impresionante desfilar de la feligresía al compás de tambores y de emocionante música sacra, o sintonizando los canales de la televisión, escuchando la radio y/o leyendo periódicos para complementar lo que se observa en todos los actos religiosos, especialmente hojeando con detenimiento, tratando de interpretar bien, analíticamente, los versículos del libro de todos los tiempos: la Biblia, hermosa e interesante expresión de la Palabra de Dios.
Nosotros, cuantas veces tenemos oportunidad –a veces cotidianamente–, nos dedicamos a volver a leer los preceptos de dicho tesoro literario especificados en los diferentes capítulos de la grandiosa obra que nos ofrece la historia del cristianismo, especialmente sobre la vida y la muerte de Jesucristo, el Hijo de Dios que creó todo lo que existe en el Universo.
Todos los que creemos en Dios Todopoderoso y eterno tenemos un comportamiento de tranquilidad, de sosiego, durante las conmemoraciones de la Semana Santa, no así los materialistas ateos que niegan la existencia del Ser Supremo que está en el cielo.
Hay países en todo el planeta que profesan diversas religiones, pero en el centro de todo está Dios, quien todo lo ve y todo lo pondera con la justicia verdadera que nada tiene que ver con lo terrenal.
Como guatemaltecos y católicos, henchidos de fe, nos sentimos muy ufanos al comprobar, con ocasión de la Semana Santa, que el pueblo de Guatemala es católico por excelencia, lo cual significa que siguen fortaleciéndose la espiritualidad y toda la sublimidad de valores.