J. M. Coetzee es el Premio Nobel de Literatura 2003. Al alzarse con el Nobel, los críticos coincidieron en que el galardón se le había dado a uno de los grandes escritores y un gran defensor de los derechos del hombre que lucha contra el racismo.
Es autor de valiosas novelas que han sido traducidas a varios idiomas, entre las que se encuentran: Edad de hierro, En medio de ninguna parte, Foe, Infancia, Desgracia, Esperando a los bárbaros, Juventud, Maestro de Petersburgo, Hombre lento, libros que en Guatemala los encuentra en Librerías Artemis Edinter.
Presentamos algunos tópicos muy importantes de este escritor, quien nació en Ciudad de El Cabo y se crió en Sudáfrica y los Estados Unidos.
J. M. COETZEE, el Nobel de ninguna parte
por Armando G. Tejeda
«Nunca debí haber cogido el farol para ver lo que estaba pasando en la barraca junto al granero»
(J. M. Coetzee, Esperando a los bárbaros).
J. M. Coetzee es un escritor que cuenta historias en las que, sin concesiones a la corrección social, exprime las palabras para hablarnos de la Historia ?con mayúsculas? de nuestra civilización. Es un hombre desgastado por las reiterativas hecatombes de nuestro tiempo, por el absurdo derrame diario de nuestra sangre, pero también iluminado por las sonatas más sublimes y terribles, esas que siempre tienden a extraviarse entre el dolor y la devastación que nos acechan a diario.
J. M. Coetzee es, sin más, un escritor que día a día se parapeta entre miles de palabras y libros para contar el drama que ha vivido como testigo y protagonista; que susurra al oído de nuestra sordera cosas ya dichas con vehemencia por el hombre en su trágico trajín: que nuestro mundo agoniza; que nosotros ?los habitantes de este entorno? nos odiamos sin remedio; que la palabra nos salva, si acaso, del suicidio…
Como blanco boer e hijo de la cultura de los afrikaans, su escenario literario ha sido uno de los episodios históricos que confirman con más contundencia la «decadencia endémica» de la que habla: el apartheid sudafricano, un sistema político y social segregacionista, xenófobo y colonial que, además, se proscribió hace sólo diez años. .
No resulta baladí que sus novelas sean motivo de reflexión para el mundo entero, una vez que el apartheid del que nos habla Coetzee no es un episodio histórico de un país lejano; más bien nos habla de una metáfora universal sobre la crueldad humana en un escenario extremo y que se convierte, por tanto, en un alegato en pos de la libertad y la igualdad. En una denuncia sin paliativos de los valores que han regido y rigen en los países colonialistas y hegemónicos.
La literatura de Coetzee también invita al lector a ese diálogo interior sin fisuras ni engaños, a que se refleje tal cual es ante su propio espejo:
¿Por qué no podemos admitir que nuestras vidas están vacías, tan vacías como el desierto en que vivimos, y por qué nos pasamos la noche contando ovejas o fregando los platos con el corazón alegre? No alcanzo a entender por qué debiera ser interesante la historia de nuestras vidas. Se me ocurren de continuo pensamientos sesgados a propósito de todas las cosas.
La belleza del mundo, según Coetzee:
La belleza del mundo en que vivo me corta la respiración. Del mismo modo, según se lee, caen las escamas de los párpados de los condenados cuando avanzan hacia el cadalso o hacia el tajo del verdugo, y en un instante de gran pureza, aquejados por la pesadumbre que les acusa el tener que morir, dan a pesar de todo gracias por haber vivido. Quizá debiera renunciar a mi lealtad al sol para entregársela toda a la luna.
Pero así como Coetzee se expone sin cesar ante preguntas de hondo calado y, sobre todo, imposible respuesta, este escritor también hace las siguientes afirmaciones:
¡Qué purgatorio es vivir en este mundo insensible, donde todas las cosas salvo yo no pasan de ser meras cosas! Yo sola, la única mota de polvo que no da vueltas a ciegas, la única que intenta crearse una vida propia en medio de esta tormenta de la materia, de estos cuerpos que impulsa solamente el apetito, de esta idiotez rural. Me duele el brazo, no estoy acostumbrada a correr de esta forma, se me escapa un pedo mientras camino. Tendría que haber vivido en la ciudad; la codicia, ese sí que es un vicio que entiendo perfectamente…
¡No es justo! Nacida y arrojada a un vacío en medio del tiempo, no alcanzo a comprender las formas cambiantes. Todo mi talento sirve solamente para la inmanencia, para el fuego o el hielo de la identidad que reside en el corazón de las cosas. La lírica es mi único medio, y no la crónica. Mientras me encuentro en esta habitación no veo al padre y al amo que se muere en su lecho, sino la luz del sol que se refleja en la impía brillantez de su frente perlada de sudor; me llega ese olor que tiene la sangre en común con la piedra, con el aceite, con el hierro, el olor que notan quienes viajan a través del tiempo y del espacio, que inhalan y exhalan en la negrura, la vacuidad, el infinito, ese olor que sienten al pasar a través de las órbitas de los planetas muertos, Plutón, Neptuno, los planetas aún por descubrir, tan distantes como ellos mismos: el olor que despide la materia cuando es tanta la vejez que tan solo prevalece el deseo de dormir. Oh, padre, padre, si al menos me fuera dado conocer tus secretos, traspasar la carcoma de tus huesos, oír el tumulto de tu tuétano, el canto de tus nervios, flotar en la corriente de tu sangre y llegar al fin a ese mar en clama en el que nadan mis incontables hermanos y hermanas, ondeando las colas, sonrientes, susurrándome quién sabe qué, pero a propósito de una vida aún por venir…
Los libros de este autor tienen miles de lectores en todo el mundo por su manejo de la plástica del lenguaje y que le da un espacio muy especial a la condición humana.
En Esperando a los bárbaros el lector entra a un mundo solitario donde la fuerza se impone ante la naturaleza de hombres que viven en paz dedicados a su mundo y que son destrozados por grupos de poder que no respetan la vida. El autor mereció el Nobel de literatura por muchas circunstancias, ante todo por ser un buen escritor algo muy importante para esta clase de premio y luego por su condición humana donde busca un mundo donde exista la hermandad, algo que cada vez se más lejano.