Si los antecedentes sirven de algo para tratar de entender nuestra realidad, debemos estar preparados para que dentro de dos meses todo el escándalo que se armó alrededor del tema del desvío de fondos del Congreso para colocarlos en una Casa de Bolsa que pagó jugosas comisiones a los funcionarios que tuvieron que ver con el traslado, será historia. Es más que probable que el doctor Meyer esté de vuelta en la presidencia del Congreso cargando con el estigma que le marcará para siempre pero que, a la luz de las experiencias, tampoco llega a ser cosa del otro mundo.
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Y si pensamos en más de los dos siguientes meses, lo más probable es que dentro de cuatro o cinco años estemos frente a escándalos muy parecidos que seguirán haciendo añicos la institucionalidad democrática que, sin embargo, parece tener una enorme resistencia porque a pesar del sostenido y cotidiano esfuerzo de los políticos por destruirla, se mantiene sin siquiera un esfuerzo por darle una maquillada. Al fin de cuentas, los ciudadanos terminamos confirmando que somos pura llamarada de tusa y que toda la indignación provocada por este y otros escándalos termina al diluirse porque no tardará en surgir otro para ratificar aquello de que un clavo saca otro clavo.
Dado el tortuguismo de nuestras autoridades para investigar, al punto de que a estas alturas no hay siquiera nombramiento de juez pesquisidor en los antejuicios planteados, antes aparecerá la proverbial amnesia colectiva que un esfuerzo serio por iniciar un proceso de depuración que nos permita refundar el sistema democrático. A lo más que podremos aspirar es a una repetición de aquella experiencia en 1990 cuando asqueados por la picardía democristiana se creyó en la palabra del pastor evangélico Jorge Serrano que hablaba de valores y principios para terminar demostrando su verdadera ambición una vez encaramado a las alturas del poder.
Y no nos sorprendamos si ahora nuevamente surgen movimientos políticos que utilizan la religión como plataforma para promoverse en medio de la aguda crisis de valores que se observa y que ha salpicado a medio mundo. Por supuesto que nunca nos dirán a nombre de quien están los bienes adquiridos con los diezmos ni les darán cuenta a sus fieles de cómo gastan los aportes porque esa feligresía es la mejor confirmación de que tenía algo de razón Marx cuando dijo que la religión es el opio de los pueblos porque adormece las conciencias.
Tarde o temprano tendrá que llegar una corrección que no ha de pasar por la demagogia politiquera sino que deberá ser expresión genuina de un pueblo harto de tanto engaño. El chapín ha mostrado en otras ocasiones que es aguantador, llevadero y hasta baboso, pero de pronto le entra un gusanito y aún feroces dictaduras han terminado cediendo ante la magnitud de la expresión popular. Honestamente hablando no se ven muchas salidas distintas, porque todas las que pasan por acuerdos o negociaciones con los políticos de siempre tendrán que basarse en concesiones que al final de cuentas les permiten acomodar el sistema para preservar sus privilegios y quizá ello sea el problema fundamental de nuestro modelo democrático que, hay que recordarlo, tuvo que cimentarse en la cuota de poder que en la Constituyente se repartió entre partidos tradicionales, con dirigentes tradicionales, como la DC, el MLN y el PR, a los que se sumó una UCN que era nueva de nombre, pero en la que se colaron muchos de los políticos de siempre. Por todo ello es que una apuesta a que todo seguirá igual resulta razonablemente segura.