¡Que no nos corten las raí­ces!


Isabel del Rí­o

Cortar el pasado de la gente ha sido una afición generalizada desde la noche de los tiempos. En Europa, los romanos eliminaron las culturas más antiguas y la romana fue, a su vez, eliminada por la medieval cristiana; pero los europeos acabaron con las de los pueblos que colonizaron y, hoy en dí­a, es Estados Unidos quien engulle a Europa… también al resto de América.


Este lavado de cerebro social se puede realizar empleando métodos más o menos violentos pero, al final, siempre con el mismo objetivo: que no se recuerde lo que precedió para convencer a los presentes de que viven en el mejor de los mundos posibles y, sin raí­ces, busquen protección en los poderes en alza.

Durante diez años he estado investigando acerca del pasado artí­stico de la mujer. En principio, sólo pretendí­a sacar a la luz una lista de pintoras y escultoras (pensaba que además iba a ser breve) de los siglos XVI al XVIII. Pero a medida que avanzaba en el estudio, la lista se hací­a mayor y, lo que me resultaba más interesante, las biografí­as de las féminas que la integraban desmentí­an la aseveración de que antes del siglo XIX no existieron mujeres de éxito en el mundo del Arte.

En mi ensayo «Las Chicas del í“leo, pintoras y escultoras anteriores a 1789», que acaba de editar Akrón, cito a más de 200 que consiguieron en su momento gran prestigio y pudieron vivir independientes del fruto de su trabajo. Fueron creadoras libres que precedieron a las mujeres que hoy intentamos conseguir una igualdad en nombre de una declaración sin raí­ces que, por cierto, llevó a la guillotina en 1793 a su redactora: la feminista Olympe de Gouges.

No, no han sido los estados liberales quienes nos han regalado la libertad a las mujeres ni los que nos protegen. Son más bien los que nos engañan al ocultar y deformar nuestro pasado y creaciones. Las firmas de los cuadros de, por poner dos ejemplos que no son únicos, la pintora italiana Sofonisba Anguissola (1532-1625) o de la holandesa Judith Leyster (1609-1660) se taparon en el siglo XIX y sus cuadros se atribuyeron a Claudio Coello o Frans Hals… ¿Por qué?

Sin pasado no se es nada, no hay donde apoyarse y quedas expuesto, como papel en blanco, a la manipulación del que más pueda. Tener al 50% de la población sin raí­ces, es de entrada un éxito para el manipulador pero si, además, se consigue que una vez superado el estado de abatimiento, este 50% se rebele contra la otra mitad -en este caso, la masculina- que durante siglos la machacó, el éxito es completo.

Todas las culturas precolombinas adoraban, como las prerromanas, a la Madre Naturaleza y constituyeron unas sociedades matriarcales en donde la mujer tuvo un importante papel (lo que no quiere decir que los hombres estuvieran completamente humillados). Hablamos de miles de años que contrarrestan otros en que el Dios era varón, porque a ellos correspondí­a la primací­a social pero, y por la misma razón, no significa que la mujer no tuviera ningún canal de desarrollo.

Cualquier tiempo pasado no fue peor, tampoco mejor, pero si hubo muchas pintoras y escultoras que hace siglos fueron reconocidas por las instituciones más poderosas de su momento, no deberí­an engañarnos ahora diciendo que o bien no existieron o bien su carrera estuvo llena de obstáculos. Los derechos no se regalan, se conquistan; a las mujeres no nos los van a regalar porque ya los habí­amos conquistado.

Que no dividan a la sociedad en nombre de machismos o feminismos descontextualizados para seguir después ofreciendo salarios igualitarios en el hambre; que no nos enfrenten a unos y a otros inventando una historia ajena; que a nadie le corten sus raí­ces y le dejen como papel en blanco.