Que lo devuelvan



Cuando algunos empresarios hablan del «milagro chileno» en alusión a los cambios económicos impuestos por la dictadura de Augusto Pinochet, pasan por alto el costo que tuvo ese pretendido fenómeno sobrenatural que permitió al paí­s sudamericano presentar mejores indicadores que el resto de una región que se debate en la miseria, pero que no llega, ni por asomo, a colocarse aún a la altura del primer mundo.

Sin embargo, ahora sí­ podemos hablar de un auténtico milagro chileno, con la captura de la parentela y de los cómplices que sirvieron a Augusto Pinochet para saquear al Estado porque con ello sí­ que Chile está dando un ejemplo digno de imitar, al proceder sin contemplaciones contra la viuda, los hijos y quienes desde puestos de gobierno facilitaron el saqueo millonario que se produjo a la par de las transformaciones que los Chicago Boys impulsaban aprovechando la represión del gobierno, porque muchas de esas medidas tuvieron un altí­simo costo social que hubiera provocado muchas convulsiones si se hubieran intentado en democracia.

En otras palabras, la dictadura chilena sirvió para realizar los cambios de ajuste estructural que eliminaron polí­ticas sociales y privilegiaron el mercado, pero también para que nadie se atreviera a cuestionar los manejos financieros del general que, como la mayorí­a de los dictadores, iba haciendo sus «ahorros» mediante el enví­o de millonarias sumas a bancos del extranjero donde fue amasando la fortuna mal habida. Y tras su muerte, sus herederos pensaron que no sólo Pinochet habí­a pasado a mejor vida sino que también ellos porque la justicia dejarí­a de fastidiarlos y al mejor estilo latinoamericano, con toda impunidad podrí­an gozar del dinero saqueado al erario público.

No deja de ser paradójico que al final el juicio de la historia terminó siendo severo con Pinochet pero no por asesino sino por ladrón. Como mató en nombre de una ideologí­a y, mal que bien, el suyo fue el bando de los triunfadores, el apartado de su brutalidad no cobra mucho relieve. Pero su corrupción fue la mancha indeleble que marca para siempre al apellido que algunos pronunciaban como el del salvador de Chile. Ser Pinochet ya no es motivo de orgullo sino de vergí¼enza porque el apellido está ligado a la corrupta actitud del viejo que supo engañar con su hipocresí­a al pueblo chileno durante buen tiempo. Y ahora, para que el milagro sea total, sólo falta que se despoje a sus herederos del dinero mal habido. Entonces sí­ que podremos hablar del milagro chileno y admirarlos con toda justicia porque esto deberá ser ejemplo para que otros pueblos sepan exigir a los ladrones que paguen su culpa penal y que, además, reintegren al pueblo el dinero mal habido.