¿Qué hay después de Harry Potter?


Luego de millonarias ventas y de millones de ejemplares vendidos con sendos simpatizantes por todo el mundo, la saga de Harry Potter llegó, hace algunos meses, a su fin. Con crí­ticas negativas y con fanáticos que defienden sus libros a morir, J.K. Rowling (Reino Unido, 1965), autora de las historias del pequeño mago, armó una verdadera revolución.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Sin embargo, cabe destacar que actualmente quedó el vací­o entre los millones de lectores que se volvieron adictos a estas novelas. Y, aunque se dude de su calidad literaria o se critique el seguimiento de una sencilla fórmula exitosa y repetirla en N número de libros, no cabe duda de que Harry Potter ha logrado despertar la pasión por la lectura, sobre todo en niños, hecho que muy pocos autores contemporáneos pueden enorgullecerse.

Y aquí­ no hay pero que valga, pues la incursión de estas historias literarias a la pantalla grande, no ha sido razón para desestimar la lectura en los niños. Más bien, la ha impulsado más.

Pero, ante la decisión de la autora de concluir con la historia del niño mago, cabe preguntarse: ¿habrá vida después de Harry Potter? «Lo sé. Estoy segura de que estarán bien», argumentó J.K. Rowling al anunciar la muerte literaria de este personaje.

Sólo en el mundo hispanohablante, se vendí­an doce millones de copias de cada una de las novelas de Harry Potter; eso sin contar las pirata. En el caso de las traducciones al español, muchas veces los mismos lectores se desilusionaban antes de que se publicaran, ya que las noticias sobre qué pasaba en las nuevas entregas llegaban antes, pues la versión en inglés antecedí­a por varios meses. Sin embargo, para muchos no importaba.

Y, sí­, hay algo más después de Harry Potter. Obviamente, los millones de lectores no quedarán huérfanos, ya que la literatura infantil ha existido y existirá siempre. De hecho, no habrá quién no quiera repetir hasta enriquecerse la misma fórmula, para ocupar el lugar vací­o del rey de las ventas del siglo XXI.

De hecho, la misma fórmula ya está siendo concretizada, desde hace algunos años, con los libros de «Eragon» o «Las crónicas de Narnia», que, al fin y al cabo, son literatura fantástica.

Fantasí­a, nada de realidad

Harry Potter vino a sentar las bases de la literatura infantil de hoy dí­a; y no se refiere a las fábulas morales de Esopo, como se creí­a en el siglo XIX, ni historias de aventuras como «La isla del tesoro». Simple y sencillamente el gusto de la niñez se resume en una palabra: fantasí­a.

Con dificultad, salvo una fórmula ingeniosa, los escritores podrán mudar a otra temática; ya no la aventura ni el misterio.

Ello parece advertir sobre las tendencias, no de una literatura, sino de una sociedad, que ante tanto choque constante con una dura realidad, es mejor evadirla. Para los niños y adolescentes, que probablemente no entiendan mucho sobre guerras en Irak o riñas internacionales por las FARC, su dimensión de problemática no es menos dura, si tomamos en cuenta lo conflictivo que puede ser para un niño de siete años un divorcio de sus padres, o descubrirse como hijo de madre soltera, problemas cada vez más comunes en nuestras sociedades. Y, sobre todo, reconocerse cada vez más débiles y desprotegidos, es, incluso, hasta saludable fantasear un poco con ser un huérfano que de pronto descubre que es un poderoso mago. O soñar que puede hacerse amigo de hadas y unicornios, que le ayuden a vencer a madrastras que parecen brujas, o a vecindarios violentos como dragones.

La tendencia literaria, al menos la llamada «best seller», ha estado enfocada, en los últimos veinte años, en la evasión y en descubrirse, en la intimidad del yo, que se puede soñar con estar mejor. De ahí­ resultan como éxitos de venta libros de autoayuda a lo Cuauhtémoc Sánchez, libros para montar un negocio en 29 dí­as, cómo superar un divorcio tras 30 años de matrimonio o las fórmulas de felicidad de Paulo Coelho; y si está dispuesto a leer un poco más de cien páginas, «El Código da Vinci».

Lo que la lectura le debe a Potter

Pero lejos de banalizar este tipo de literatura, sumándose o restándole al debate de que si debe ser considerado arte o no, hay que reconocer que las historias de Harry Potter han logrado demostrar que los niños pueden leer más de cien páginas… y también los adultos, porque el fenómeno no respetó las fronteras de la edad.

Harry Potter ha reavivado el debate sobre la importancia de la lectura, y no con argumentos, sino ofreciendo una literatura ligera para iniciar o reiniciar en el hábito a los lectores. E, incluso, ha roto con la eterna queja del analfabeto funcional, que dice: «Leer es muy caro», porque las publicaciones de J.K. Rowling nunca bajaban de cien quetzales, pero nunca faltaron compradores que se ajustaron el cinturón, y han aprendido a incluir dentro del presupuesto mensual la adquisición de, al menos, un libro.

Lo que Potter le debe a la literatura

Y le debe, aunque duela admitirlo, calidad estética. Textualmente, representa una historia amena, que logró mantener a la expectativa a todo el mundo. Sin embargo, el lector de Harry Potter debe aceptar que ya no está, se fue en su escoba para ya nunca volver, a no ser de una edición apócrifa al estilo del Quijote de Avellaneda.

Es necesario el debate, sobre todo en centros educativos y clubes de lectura y librerí­as, donde se impulsó el fenómeno Potter, si los lectores del mago podrán emigrar, una vez adquirido el hábito, a literaturas con mayor trascendencia universal.

Al parecer es, más que una exigencia, un reto para los impulsadores de la lectura, ya que, si no se da esta emigración, el fenómeno se recordará como una moda, al estilo del hula-hop o los clackers.

No es tarea nada fácil, ya que, obviamente, el fenómeno Potter contó con un enorme aparato publicitario, el cual no ha contado otros buenos libros infantiles.

La adaptación cinematográfica, los juguetes, los sitios Web, los trajes de mago, etc., sirvieron ha impulsar la lectura (y la adquisición) del libro. El mercadeo moderno lo sabe, y muy bien, sobre todo conociendo otras experiencias extraliterarias, como el fenómeno Pokemón o los mismos Mundiales de Futbol, con su álbum de los jugadores, para los adultos.

Pero, no cabe duda, de que Harry Potter vino a cerrar con broche de oro un siglo que observó, sin saber ni cómo, el auge de los libros para niños.

Auge de la literatura infantil

En el siglo pasado, la literatura infantil adquirió, por fin, carácter. Todo ello, gracias al auge de la Pedagogí­a, que observó la importancia de la lectura en la enseñanza y, por ende, de literatura adecuada para los pequeños lectores.

Desde muy temprano, en el siglo XX, el niño que se negaba a crecer, «Peter Pan», salió a la luz en forma de libro en 1904, con la autorí­a del inglés James M. Barrie. De ahí­, que en la misma Inglaterra se desarrollara gran parte de la literatura infantil de principios de centuria. Entre ellos, los ampliamente conocidos «Winnie The Pooh» (1927) de A.A. Milne, y «El doctor Dolittle» de Hugh Lofting, que recientemente verí­a su adaptación al cine.

Estos tres ejemplos, pueden servir de base para comprender los fundamentos de la literatura infantil de demanda editorial: insertar personajes que viven básicamente en la niñez (Peter Pan), adaptar el mundo infantil (los osos de peluche de Winnie the Pooh), y la fantasí­a (como hablar con animales, tal como hací­a el doctor Dolittle).

De esa cuenta, se pueden rememorar personajes que aún viven en la retina de los adultos de hoy, como «Pippi Longstocking» (1945), de Astrid Lindgren, o «Mary Poppins» (1935), de Pamela Travers, popularizada, al igual que muchas historias infantiles, por la cinematográfica Disney.

Desde otro punto de vista, también cabe referir los libros que han sido escritos para niños, pero que resultaron gustando a adultos, o viceversa, como «El Principito» (1943) de Antoine de Saint-Exupéry; «Marcelino Pan y Vino» (1952), de José Marí­a Sánchez Silva; Momo (1973) de Michael Ende, o la también llevada al cine «Historia sin fin» (1979) de Erich Kí¤stner.

¿Y en Guatemala?

Hasta el momento, sólo hemos hablado de los fenómenos literarios internacionales. Harry Potter, es cierto, trastornó también a Guatemala. En nuestro medio, también contamos con literatura nacional que puede ser aprovechada para tomar el envión del mago londinense y proyectar un paí­s de futuros lectores.

Por muchos años, la literatura infantil en Guatemala se mantuvo dispersa; con algunos esfuerzos, en la segunda mitad del siglo XX, aparecieron compilaciones que recogí­an algunos textos para niños, incluso aquéllos de la tradición oral, como las rondas, los chistes, los refranes, las adivinazas y las retahí­las que se escuchaban en los juegos.

Además, los libros de texto destinados a las asignaturas de Lectura o Idioma Español, fueron los textos fundamentales con los que muchos niños, ahora adultos, aprendieron a leer, tales como «Pepe y Polita».

Memorable es el famoso «Barbuchí­n» de Daniel Armas, que ha trascendido las generaciones y cuyo fenómeno a nivel nacional poco o nada se le ha prestado por parte de la crí­tica especializada.

En los últimos años, sobre todo por el impulso que ha dado los Acuerdos de Paz, se han conocido varias publicaciones de autores que se han enfocado en los niños, y que representan una opción, más afí­n a nuestro medio y más barata que una edición de Harry Potter.

Harry Potter ha reavivado el debate sobre la importancia de la lectura, y no con argumentos, sino ofreciendo una literatura ligera para iniciar o reiniciar en el hábito a los lectores. E, incluso, ha roto con la eterna queja del analfabeto funcional, que dice: «Leer es muy caro», porque las publicaciones de J.K. Rowling nunca bajaban de cien quetzales, pero nunca faltaron compradores que se ajustaron el cinturón, y han aprendido a incluir dentro del presupuesto mensual la adquisición de, al menos, un libro.