¿Qué clase de pueblo somos?


Pocas veces me ha costado tanto decidirme por el titular que debiera llevar uno de mis comentarios. Esta vez fue más difí­cil porque a estas alturas todaví­a no estoy tan seguro si somos aguantadores, indiferentes, poco sensibles, una mezcla de lo anterior o es que ha pasado tanta agua debajo del puente de nuestra sucia y corrupta clase polí­tica, que ya poco nos importa cualquier clase, tipo o categorí­a de barrabasada que se cometa en ese campo. De ahí­ la interrogante escogida, la misma que tenemos a flor de labio los chapines cada vez que suceden hechos como la «indemnización» de los diputados.

Francisco Cáceres Barrios

No hay duda, seguimos viviendo todo un mundo de contradicciones. ¡Ve que de al pelo!, los partidos polí­ticos sí­ pueden darse el lujo de expulsar a sus diputados, pero el pueblo que votó por ellos no puede o no quiere siquiera llamarles la atención, mucho menos lograr el desafuero (privar de privilegios o prerrogativas) por el abuso de poder demostrado, al legislar en provecho propio, sino tendrá que aguantarse cuatro o más años para poder «castigarlo» negándole su voto para que pueda reelegirse, dado el caso que su amnesia se lo permita. Sin embargo, está el caso de los de la Gana (página 3, Diario La Hora, 4-12-07) quienes amenazan con «fracturar» el partido (como si no estuviera hecho pedazos hace rato) porque se pretende, cito textualmente: «expulsar» sin haber sido citados, escuchados y vencidos en procedimiento establecido, pues de concretarse esta acción la consideraremos como una violación y como algo inmoral dentro del procedimiento». ¡Vaya cinismo!, mientras el pueblo se tiene que aguantar la inmoralidad de sus actos.

Pero si no fueran suficientes esta clase de argumentos, también el pueblo tiene que aguantar explicaciones como la de aquellos diputados que tranquilamente declaran a la prensa que ellos, aunque sabí­an del contenido de la iniciativa de ley 72-2007, por temor no se atrevieron a pronunciarse, mucho menos haber abandonado el hemiciclo. Cabe preguntar entonces ¿y si hubieran dispuesto quemar el edificio del Congreso o deponer ilegalmente al presidente de la República, también el temor les hubiera impedido actuar con los valores y principios que debieran hacer valer contra viento y marea?

¿Qué clase de representantes tenemos en el Congreso que a pesar de las barbaridades cometidas no les apliquemos el desafuero y hasta el momento sólo hayan recibido la visita de un solo ciudadano, quien sin ningún temor tuvo la valentí­a de pararse frente a ellos, con pancarta en mano, para decirles sus verdades? Me viene a la mente lo escrito por Calderón: «Â¡Oh pundonor, cuánto cuestas, para que un hombre te halle y cualquier mujer te pierda!»