Cuando el primer caso de A1H1 en Guatemala fue dado a conocer el 5 de mayo, el Gobierno respondió, con un bastante exagerado decreto de Estado de Calamidad Pública -mediante el Acuerdo Gubernativo 07-2009- que luego, claro, debió ser revocado. En ese momento Espada se atrevió a decir «Nos preparamos para lo peor, esperando lo mejor». Tratando de no pensar mal, asumí que Espada se lo estaba tomando demasiado en serio, como debía ser. Apenas tres meses después nos damos cuenta de que no sólo no hubo tal preparación, sino que ni se tomaron la molestia de fingirla bien. No hay dónde ni cómo hacer las pruebas, no hay medicina suficiente y la poca que hay fue comprada a precios ridículos, no hay registros confiables sobre la epidemia y, encima, la gente está muriendo por un nuevo brote de dengue hemorrágico. Que todo esto ocurra cuando el propio Vicepresidente es médico, rebasa cualquier broma que se pueda hacer al respecto. Regreso, entonces, a ser malpensado y asumo, por tanto, que el Estado de Calamidad de principios de mayo no respondía al A1H1, sino fue emitida como una posible medida anticipada al escándalo de Rosenberg, que, se me hace, ya se veían venir.