Cuando queda una semana exacta para que terminen, los «Juegos de Putin» están siendo la cita olímpica con la que siempre soñó el presidente ruso: las críticas quedaron sepultadas por el entusiasmo del COI y por la lluvia de medallas del anfitrión.
El presidente del Kremlin, Vladimir Putin, dispuso del mayor aparato de seguridad jamás visto en unos Juegos Olímpicos. Su objetivo era tenerlo todo bajo control y por ahora su cuento de Navidad está saliendo a la perfección. Incluso el sol y los 12 grados que se alcanzaron en Krasnaya Polyana parecen no ser suficientes para derretir la nieve.
El balance a mitad de la competición es positivo para Putin: Rusia ya mejoró en el medallero su pésima actuación de Vancouver 2010 y los miembros del Comité Olímpico Internacional (COI) elogian cada día a los organizadores.
Sin embargo, activistas y opositores al gobierno de Putin se quejan de que se les prohíbe la entrada a los escenarios olímpicos sin motivo. Rusia cedió a la presión del COI y finalmente habilitó una zona para protestas, pero es un lugar tranquilo muy lejos de la acción.
El crítico Evgeni Vitishko, que denunció destrucción medioambiental, fue condenado a tres años de cárcel. ¿Algún problema para los Juegos? «Eso no tiene que ver con el olimpismo», señaló el COI.
La crítica no es algo deseable en Sochi y los medios estatales controlados por el Kremlin alaban más a Putin, el que permitió lo que llaman el «Milagro de Sochi», que a los atletas. El propio presidente eligió personalmente a los famosos que participaron en la espectacular ceremonia inaugural del 7 de febrero.
Putin vive estos días entre Moscú y el Mar Negro, ya que no quiere dejar de presenciar deporte en directo, saludar a atletas y a campeones, como un zar por su casa. Los espacios libres en las gradas se rellenan con voluntarios y ante la falta de líderes de Occidente, el jefe del Kremlin saluda efusivamente a los otros jefes de estado de todo el mundo presentes en Sochi.
Ya se olvidaron los problemas de la primera semana, cuando los hoteles no estaban listos, el polvo invadía el interior de algunos edificios y el caos reinaba ante la llegada de los aficionados.
«Creo que el Kremlin logró escenificar un cuento de hadas de Rusia», señaló la politóloga Lilia Shevzova, del Carnegie Center de Moscú.
Los luminosos estadios del parque olímpico y los éxitos deportivos están deslumbrando frente a los asuntos extradeportivos que preocupan a los ciudadanos: corrupción, el debate sobre la polémica ley «antigay», el temor a ataques terroristas de los islamistas del Caúcaso Norte o la gigantesca inversión de más de 50.000 millones de dólares para transformar Sochi en un paraíso olímpico.
«Esas cosas son reales y siguen existiendo. Nosotros no lo vemos aquí porque vivimos en una burbuja. Nos quieren blindar», señaló el snowboarder canadiense Michael Lambert, que sin decir nombres lanzó: «Todo está calmado porque alguien con mucho poder les dijo a todos que se calmaran».
Putin no esconde que está en Sochi para disfrutar. «¿Existe la esperanza de que ustedes no junten deportes con política? ¿Existe esa posibilidad? Creo que sí», respondió el dirigente a los periodistas ante la pregunta de si tenía esperanza de que se terminará la represión contra los críticos.