Se oyen disparos. Ininterrumpidamente. Así debe de sonar la guerra. Se escuchan incluso en el estacionamiento del campo de tiro «Maryland Small Arms Range», a pesar de las paredes protegidas contra el ruido.
En la zona de tiro vuelan por el aire casquillos de bala. Uno da en el pecho de Cameron, un niño de ocho años. Con una mueca, se abre la chaqueta de camuflaje y se frota con la mano la zona afectada.
El «shooting range» está a las puertas de la capital de Estados Unidos, Washington. Es un domingo de fines de enero. Hace mucho frío, a pesar de que el sol brilla sobre un cielo azul. Hay una decena de tiradores en el recinto. Tienen entre siete y 76 años. La mayoría son hombres.
Los tiradores llevan protección para los oídos y gafas. No hay más medidas de seguridad que esas. Las cabinas no están divididas. No hay cristales blindados entre las diferentes pistas. No hay puertas de seguridad. Cualquiera puede entrar como si fuera un parque normal.
El pequeño Cameron visita el campo de tiro junto con su abuelo y su bisabuelo. «Cuanto antes los niños empiecen a practicar, mejor», dice Billy Schrader senior, que se ve obligado a gritar para ser escuchado en medio del barullo.
A la pregunta de si el arma semiautomática en manos del niño es auténtica, el bisabuelo reacciona con risas. «Claro que es real». Billy Schrader es, a sus 76 años, un tirador aficionado por pasión y convicción.
Lleva una gorra de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), el poderoso «lobby» a favor de las armas. En la gorra puede leerse: «Stand and Fight». En concreto eso quiere decir: Si eres atacado, puedes disparar.
El derecho a poseer un arma figura expresamente en la Constitución de Estados Unidos. Según una estadística del Congreso estadounidense de noviembre de 2012, en Estados Unidos hay 310 millones de armas de fuego en manos privadas. Más que en cualquier otro país.
Según el gobierno, cada año mueren a causa de disparos 32.000 estadounidenses, sin contar suicidios o disparos por error. Eso significa que cada 20 minutos en Estados Unidos alguien muere por un arma de fuego.
Para disparar en el campo de tiro «Maryland Small Arms Range», alcanza con presentar el permiso de conducir. Los menores de 21 años sólo pueden ingresar acompañados de un mayor de edad. La entrada cuesta 20 dólares. El préstamo de un arma, 7 dólares.
El recinto puede ser alquilado además para cumpleaños o despedidas de soltero.
Los tiradores, parados muy cerca uno de otro, disparan contra blancos que muestran imágenes de payasos y zombies y el retrato del líder terrorista asesinado Osama bin Laden. «Bin Laden es especialmente popular como blanco», explica el hombre que atiende la caja.
Donny Gonzalez, un joven musculoso de unos 30 años que reside en Washington, acude regularmente a disparar. «Lamentablemente en Washington no hay ningún campo de tiro», comenta.
«En caso de necesidad, quiero poder proteger a mi familia y defenderme. Si alguien atraca nuestra casa, puede ser letal esperar hasta que llegue la policía», señala Gonzalez. «Me siento más seguro porque sé que puedo usar mi propia arma».
Cada noche antes de dormir carga su pistola, una Glock 22 semiautomática, calibre 40. «Las balas que utilizo deshacen incluso los chalecos antibalas», asegura. Después de todo, un atracador puede llegar a vestir uno. De noche, el arma cargada está junto a su cama. Por la mañana, la descarga. Hasta ahora, Gonzalez nunca la utilizó.
Su esposa Rose lo acompaña este día por tercera vez. Con ambas manos y las uñas pintadas de rosa, se aferra al mango de la pistola. Esta mujer menuda, de 26 años, lleva tacones y mira concentrada al blanco. Contiene el aire y dispara. Se ven chispas. «Buen tiro, baby», le dice su marido.
Luego de que ambos agujerean tres blancos con cien balas, se acercan a la tienda del recinto. El arma más barata se puede conseguir por 50 dólares. La más cara cuesta más de mil. Gonzalez averigua por una caja fuerte para su casa. «Eso es más seguro con un niño pequeño».
Las noticias sobre tiroteos en escuelas y accidentes entre niños afectan profundamente a Gonzalez. «Pero para mí el derecho a poseer un arma para la defensa propia es una de las cosas más grandiosas de nuestro país. Eso es libertad».