Puros mosqueteros


Gracias a la maravillosa pluma de Alejandro Dumas padre nos llegó la historia de los mosqueteros del Rey que se decí­an «uno para todos y todos para uno», en una expresión de la solidaridad absoluta. Durante años, los distintos grupos de poder paralelo en Guatemala trabajaron cada quien para su propio beneficio y su única relación era la disputa de espacios para aumentar su cuota de control sobre las instituciones nacionales, hasta que sintieron un peligro común que les ha hecho actuar como puros mosqueteros, obligados a unirse y a dar la batalla unos por otros y todos juntos contra el mismo enemigo.


Cierto es que esporádicamente habí­a acuerdos entre algunos de esos grupos para trabajar juntos y realizar acciones comunes, pero la norma general era de suspicacia y animadversión porque todos pretendí­an, en el fondo, aumentar su poder en demérito de los otros. Cada quien a su manera se nutrió durante décadas enteras del poder que les permití­a la existente impunidad mediante la cual pudieron actuar de manera criminal sin temor a ninguna sanción legal porque el paí­s no andaba preocupado por esas cuestiones y se les dejó el campo abierto para que operaran a su sabor y antojo.

El problema llegó a ser tan grave que no hubo más remedio que pensar en la comunidad internacional como apoyo y soporte para librar la batalla en contra de las estructuras que no sólo se enraizaron en los centros de poder sino que los llegaron a copar completamente gracias al deterioro de las instituciones nacionales que, podridas por la corrupción y minadas por el desprecio de una ciudadaní­a que perdió toda fe y confianza en el sector público, se convirtieron en trincheras de los pí­caros para continuar con el saqueo inmisericorde del Estado.

El inicio de la lucha contra la impunidad fue cuesta arriba, pero uno que otro logro hizo alentar esperanzas de que se podí­an obtener resultados contundentes. Cuando los golpes fueron selectivos contra uno de los sectores del crimen organizado, los otros se sintieron cómodos y confiados, al punto de que llegaron a aplaudir el esfuerzo. Pero al ampliar el espectro de la lucha contra la impunidad y hacerse evidente que para ser efectiva nadie debí­a quedar al margen, todos los grupos se terminaron uniendo en la determinación de ponerle fin al empeño y hoy los vemos trabajando juntos, uno para todos y todos para uno, de manera consistente para acabar con el empeño.

Y, como los mosqueteros de Dumas, se están imponiendo de manera consistente. Tanto que la lucha contra la impunidad parece haber llegado a su fin en medio de la indiferencia de una sociedad que nunca la asumió como propia y que se limitó a ser espectadora del esfuerzo de otros.