Es demasiado lo que tienen en juego los poderes ocultos en su alianza con el crimen organizado como para suponer que van a ceder a la presión ciudadana y elegir a una Corte Suprema de Justicia idónea para combatir la impunidad. Pese a toda la crítica y a la severidad de los planteamientos de esa misma Comisión Internacional Contra la Impunidad que hace unos días merecía elogios en el estrado de la Asamblea General de Naciones Unidas en el discurso de Colom y que ahora puede estar jugando su carta decisiva respecto al futuro de nuestro sistema de justicia, es seguro que los diputados se mantendrán fieles a sus compromisos y, siguiendo las precisas instrucciones, votarán por los tachados.
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Esa actitud desafiante puede ser, y repito, puede ser, el principio del fin de un sistema que está colapsado pero que no nos hemos atrevido a replantear con seriedad y patriotismo. Durante muchos años los políticos criollos han ido actuando con el cinismo que les hace entender que tienen frente a sí a un pueblo que es medio nagí¼ilón y medio indiferente, que refunfuña ante los abusos pero los termina soportando porque es más cómodo seguir halando la carreta y que generalmente le da la espalda a los que tienen los atributos para denunciar las deficiencias de un sistema diseñado para favorecer a los poderes ocultos, pero que en la práctica superó hasta las expectativas de aquellas mentes siniestras que tejieron hábilmente la estructura de la corrupción.
Siempre he dicho que el guatemalteco tiene cíclicamente arranques de macho viejo y termina siendo esa agua mansa de la que uno espera que lo libre Dios, porque tras mucho aguantar, tras agachar la cabeza de tal manera que termina enseñando sus partes íntimas, de pronto le surge el civismo, el valor y la entereza de asumir su responsabilidad ciudadana y si no que lo digan gestas heroicas como las de 1920 y 1944, además de aquellas más difusas en el tiempo como la que costó tantos muertos durante el conflicto armado interno.
Los políticos que hoy apuestan a que el pueblo aguantará como siempre, están cometiendo un gravísimo error porque en estas circunstancias hay claridad absoluta de lo que persiguen, de su compromiso con la impunidad y la gente está harta de la violencia que encuentra en las deficiencias del sistema judicial su caldo de cultivo. Sin pecar de agorero, creo que puede estarse viviendo el principio del fin de esa patraña que hemos construido como institucionalidad y que los políticos están cometiendo el peor error de cálculo de sus vidas.
A lo mejor me equivoco y, efectivamente, se salen con su gusto porque el pueblo se traga todo esto luego de uno que otro pataleo sin mayor relevancia y ninguna trascendencia, pero algo me dice que todo este largo proceso de elección de magistrados hizo que mucha gente que estaba ajena a las gravísimas deficiencias del sistema entendiera que tenemos un país al servicio de los poderes ocultos que son el crimen organizado. Y así como ellos se juegan el todo por el todo con esta elección, también la gente puede hacer lo propio con una adecuada reacción, por lo que la actitud del Congreso puede considerarse como sediciosa al final de cuentas.