¿Puede explicarse el arte contemporáneo?


«Â¿Y ahí­ qué quiso decir?, pregunta una desconcertada visitante ante las pantallas blancas y las luces de neón intermitentes de Loris Gréaud, artista de 29 años: en el Palacio de Tokio, espacio dedicado en Parí­s al arte contemporáneo, la visita es guiada por «mediadores».


En la entrada de la exposición «Cellar Door», abierta al público hasta el 27 de abril próximo, un falso distribuidor reparte caramelos falsos. Un poco más allá, una inmensa burbuja alberga dos jugadores de «paintball», cerca de un tapiz adornado de un dibujo calificado de intergaláctico.

Loris Gréaud es «un artista que tiene mucho talento», proclama Anne Guillaume, joven historiadora del arte que acaba de hacerse cargo de un grupo de diez visitantes.

Anne es uno de los ocho miembros del equipo de «mediación cultural» del Palacio de Tokio que, desde su creación en 2002, está disponible para guiar al público, individualmente o por grupos, a través de los meandros extremadamente conceptuales de sus exposiciones de arte contemporáneo.

«Jamás nos planteamos proponer conferencias que tuvieran el discurso de «yo sé y ustedes me escuchan»», explica Benjamin Bardinet, que tiene a cargo la «mediación cultural» de la institución.

Pero, «ante el arte contemporáneo, se necesitan ciertas claves», argumenta. «Una obra no es solamente una obra plástica. Transmite informaciones que hay que aprender a descifrar». Lo que hace falta es «ayudar a la gente a agudizar la mirada, aunque dejando al mismo tiempo su parte de misterio a las obras. Las que escapan a nuestra comprensión son quizás las más estimulantes», añade sonriendo.

En medio de un paisaje de árboles calcinados que el artista recubrió de pólvora, Anne Guillaume evoca las «pasarelas» que quiso tender Grí¨aud entre la arquitectura, la geologí­a y la música.

Con un codazo a su vecina, una visitante pregunta: «Â¿Forma parte de la exposición el gran bloque del techo?»

«Para mí­, el arte contemporáneo son cosas que no se comprenden bien», acota la cuestionada.

Pedir un mediador es algo evidente para muchos visitantes. «Si no, es frustrante. Se necesita algo que ayude a descifrar».

«Se puede elegir entre dos actitudes: o bien uno permanece cerrado y se dice «esto es idiota y no me interesa», o bien se intenta comprender lo que el artista quiso decir y por qué», señala otro visitante. «En lo que me respecta, a mí­ me gusta la obra una vez que percibo en qué se funda», agrega.

Pocos visitantes (aproximadamente un 10%) piden un «mediador». «La gente tiene a veces miedo de parecer ridí­cula cuando hace preguntas, pero tiene también miedo de aburrise o quedar atrapada en la visita», estima Bardinet.

«Pero todos lo que recurren a mediadores quedan encantados», agrega.

Para flexibilizar el sistema, el Palacio de Tokio creó una «oficina de mediadores», una sala con sillones en la que libros y pelí­culas están a disposición del público y en la que hay siempre un «mediador» disponible.

En ella, el visitante puede documentarse solo, hacer preguntas al mediador o pedir una visita guiada.