Pueblos trasladados a la Nueva Guatemala de la Asunción


Panorámica actual de lo que otrora fuera el pueblo de San Pedro Las Huertas. Se puede observar el parquecito de San Pedrito, en la hoy zona 5; su centenaria Ceiba y la iglesia aún permanecen en pie (foto: Juan Antonio Garcí­a, 2007).

Juan Garvaldo

La tarde del 29 de julio de 1773, la capital de Guatemala, en el valle de Panchoy, (hoy La Antigua Guatemala), fue destruida por un fuerte terremoto.


Por este motivo, las autoridades civiles al mando del recién llegado Capitán General, don Martí­n de Mayorga, empezaron a buscar otro sitio más seguro a donde llevar la nueva ciudad.

Sin embargo, este proceso no fue fácil, ya que, como era de esperarse, surgió un movimiento opositor de parte de la iglesia y el pueblo, negándose a dejar sus propiedades. Estos bandos son los que, a través de la historia se conocen como «terronistas», que eran dirigidos por el obispo Pedro Cortés y Larraz, quien pensaba que la ciudad se podí­a reedificar en su asiento en Panchoy. Mientras que los «traslacionistas», quienes eran liderados por don Martí­n de Mayorga, pensaban que era mejor trasladar la capital a un sitio donde no ocurrieran movimientos telúricos.

Como es de suponer, hubo muchos alegatos y solicitudes al Rey de España, solicitando, cada quien, la razón a su favor; pero el duelo fue ganado por los traslacionistas.

Después de haber hecho muchos estudios de diferentes sitios aledaños a Panchoy, los Valles de El Rodeo, El Naranjo y El Incienso, como también los valles de Jumay y Jalapa, se decidieron, por fin, por el valle de la Ermita o de la Virgen.

Este traslado estuvo lleno de problemas y sufrimientos. Las autoridades coloniales pronto se dieron cuenta de la necesidad que habí­a de trasladar también a los pueblos de indios que rodeaban a Panchoy, para la mano de obra de la construcción de los edificios del Gobierno, acueductos, iglesias, conventos, casas particulares, etc.

Se pensó en repartir tierras ejidales, para construir los nuevos pueblos, ya que por estar muy lejos de Panchoy era imposible que los indios regresaran a sus casas cada dí­a.

Se mandaron a construir muchos ranchos y se dieron tierras ejidales para que los indios cultivaran frutos y verduras para alimentar a la naciente ciudad; pero esto, en realidad, no sucedió, ya que éstos eran ocupados en las obras del gobierno, tales como el acueducto de Pinula y de Mixco, entre otras obras.

Cada uno de estos pueblos se dotó de iglesia, ayuntamiento y cárcel, y un Alcalde Mayor y Justicia.

Fueron 18 pueblos los que rodearon Panchoy, de los cuales aún se pueden diferenciar hoy dí­a como sectores de la gran ciudad.

Jocotenango

El pueblo de Jocotenango, con sus agregados Utateca, Pastores y San Felipe, se situaron al norte en tierras llamadas «Lo de Montenegro», a orillas de la nueva capital. Ahí­ se les designó un solar amplio para la edificación de sus ranchos pajizos y de paredes de palitos, bien alineados y con calles bien trazadas y amplias.

Este pueblo estaba a poca distancia de la Plaza Mayor o de Armas, actual Plaza de la Constitución, una gran ví­a -la actual 6a. avenida- lo comunicaba. Todo fue trazado en la misma forma que en la Antigua Guatemala: la Plaza de Armas al centro; haciendo el recorrido hacia el norte, la parroquia de San Sebastián con su amplia y bonita plazuela, y más al norte, el pueblo de Jocotenango.

Estos indios fueron traí­dos con la falsa idea de venir a sembrar hortalizas, para producir comida para la ciudad. Pero, como ya se señaló, no fue así­; las autoridades sabí­an que ellos servirí­an para la mano de obra barata de las obras públicas de la ciudad, ya que los indios jocotecos eran catalogados como muy buenos albañiles.

Ciudad Vieja

Otro pueblo trasladado fue el de Ciudad Vieja, que se ubicó en el Llano de la Culebra; sus habitantes, al inicio, no querí­an venirse, aduciendo que ésta era una tierra muerta y que la de su antiguo asiento eran fértiles y muy productivas. Pusieron muchí­sima resistencia, protegidos por el párroco; se escondí­an dentro de la iglesia para no ser arrestados.

Pero, por fin, fueron traí­dos; se construyó una diminuta iglesia, muy sencilla, de techo de paja y paredes de adobe. Con el tiempo se fueron trayendo algunas piezas de valor; como cortinas, campana, joyas y cuadros.

Al igual que Jocotenango, se sembró una Ceiba en el centro de su plaza, la cual duró casi 200 años. En el 2007, sin causa aparentemente justificada, fue derribada. Al pasar muchos años fue transformándose; su iglesia fue construida formalmente, y ya sus ranchos fueron más resistentes.

También fue anexado a la ciudad. Fue aquí­ donde con posterioridad existieron bonitas propiedades, casas de campo; también ahí­ se encontraban los baños de Ciudad Vieja, donde las personas iban en dí­as de recreo con sus familias a pasar momentos de entretenimiento. Fue en este lugar donde se construyeron las instalaciones de la Exposición Centroamericana, en 1897, para el gobierno del general José Marí­a Reyna Barrios, a la orilla del paseo de la Reforma, y donde en la actualidad se encuentra el edificio de la sede central del Ministerio de Educación. En la parte de atrás, se construyó el antiguo Hospital Militar, donde pasaba el Camino Real de Ciudad Vieja. Asimismo, se construyó el Asilo Estrada Cabrera y el Asilo de Maternidad Joaquina, llevando el nombre de la madre de este famoso dictador.

Santa Marí­a de Guadalupe

Otro de los pueblos fundado con motivo del traslado de la urbe, fue el de la Ví­a de Santa Marí­a de Guadalupe, situado al sureste de la ciudad de la Nueva Guatemala. Se construyó su pequeña iglesia y una plazuela; a su entorno ranchos pajizos muy sencillos y su respectiva Ceiba. Tuvo también autoridades, cárcel, cementerio, tanque de lavaderos públicos, donde cuentan viejas crónicas de espantos y aparecidos, especí­ficamente de la Siguanaba bañándose en sus aguas.

Este pueblo de la Ví­a de Guadalupe pasó a formar parte de la ciudad, como cantón de la misma a partir del gobierno del general Barrios. Ahora queda, al igual que Ciudad Vieja, en el territorio que corresponde a la zona 10 capitalina. Posee su pequeña plaza y su nueva iglesia reconstruida recientemente, su mercadito y a la par su antigua pila pública, que poseí­a 20 lavaderos y que, por una disposición municipal, le fueron cercenados diez de éstos.

San Pedro Las Huertas

El otro pueblo trasladado fue el de San Pedro Las Huertas, ubicado al suroriente de la ciudad. El terreno en este valle era muy árido, arenoso y seco, lo que motivó que muchos indí­genas se volvieran a sus antiguos solares.

El pueblo luchó para que se le construyera su iglesia y el cabildo, por lo que se hicieron varias peticiones a las autoridades. Mucho después de estar solicitando, se construyó la iglesia con techo pajizo y paredes de bajareque; además, su cabildo, cárcel en torno a su pequeña plaza, en donde al igual a todos los pueblos circunvecinos se mandó sembrar una Ceiba, (la única de estos pueblos que aún se yergue en su lugar en la actualidad, ya que las otras han sido derribadas). A los alrededores, los ranchos de sus habitantes. Las calles tiradas a cordel, bien trazadas, anchas y rectas.

Con el gobierno de Justo Rufino Barrios, el pueblo de San Pedro Las Huertas pasó a formar del Cantón Independencia. En el viejo barrio de San Pedrito, histórico y poético, los espantos también hací­an antaño de las suyas.

San Gaspar

Y, por último, San Gaspar, ubicado al sureste de la ciudad. Desde un principio, sus escasos moradores solicitaron la edificación de su iglesia y otras construcciones públicas, pero éstas fueron denegadas por las autoridades, aduciendo que tení­an muy cerca la Ermita del Calvario, a la que podí­an acudir a escuchar misas y otros servicios.

Sus calles anchas y rectas; sus casas también muy sencillas; al pasar muchos años, se construyó con dinero propio de los habitantes, una diminuta capilla muy sencilla.

Por aquí­ era donde pasaba el Camino de las Gentes, procedentes de los departamentos del sur del paí­s; era la calle Real de la Libertad. Ahí­ existió una garita o guarda del gobierno, que serví­a para identificar a las personas que ingresaban a la ciudad, los dí­as, la razón y la ubicación donde permanecerí­an en la capital. Se conoció como el Guarda de Buena Vista, por la ubicación desde donde se dominaba la ciudad por el lado sur hacia el norte. Esto estaba donde actualmente se halla el Santuario Expiatorio del Corazón de Jesús, popularmente conocido hoy dí­a como iglesia de Don Bosco, en la zona 8.

Más abajo, se construyó en 1846, el Castillo de San José de Buena Vista, obra que dirigió el ingeniero José Marí­a Cervantes, con el objetivo de resguardar la ciudad de invasiones, que, por cierto, eran muy frecuentes en esa lejana época.

El pueblo de San Gaspar, como todos los demás, también fue absorbido por la ciudad cuando ésta fue creciendo, convirtiéndose en el barrio de San Gaspar, romántico y legendario, donde se oí­an historias de espantos, y el aparecimiento de la Siguanaba y la Llorona disputándose territorio por sus empedradas y solitarias calles en las noches obscuras y frí­as. La Siguanaba se bañaba en el famoso tanque de San Gaspar, al aburrirse de la Pila del Perú (final de la actual 5a. avenida de la zona 1).