Publican cartas inéditas de Cortázar


Julio Cortázar fue un escritor e intelectual argentino. Nació con el nombre de Jules Florencio Cortázar en Bruselas (Bélgica) el 26 de agosto de 1914 y falleció en Parí­s (Francia) el 12 de febrero de 1984. FOTO LA HORA: ARCHIVO

«A esa casa que siempre tuvieron abierta para mí­ y en la que también entró Carol, a esa casa volveré pronto para estar con ustedes y también con ella, que seguirá junto a mí­ en todos los viajes que me toque hacer, llegaremos un dí­a los dos, seremos siempre los dos como tú nos ves en esas páginas que me destrozan».

Redacción Cultural
lahora@lahora.com.gt

No habí­a transcurrido un mes desde la muerte de Carol Dunlop cuando Julio Cortázar escribió estas lí­neas al poeta extremeño Félix Grande, que le habí­a abierto de nuevo las puertas de su casa. Pero ya nunca volverí­a a entrar Cortázar, ni con Carol ni sin ella. La depresión le hizo deambular por las calles de Parí­s y visitar con frecuencia el cementerio de Montparnasse, donde descansaba el amor de su vida y en el que dos años después acabarí­a él mismo, consumido por una leucemia.

«Ahora es el hueco, es un Parí­s zombie, no puedo escribir ni vivir mientras veo cómo nacen estas palabras y corre la tarde. Sé que ustedes dos lo saben y lo comprenden, que no necesito agregar nada, que los quiero tanto…».

Más de 25 años después de la última carta que recibió de su amigo Julio Cortázar, Félix Grande ha decidido hacer pública parte de su correspondencia con el autor de Rayuela. Lo ha hecho en la Revista Atlántica, que edita la Diputación de Cádiz y que mañana será presentada en Granada por su director, José Ramón Ripoll y su coordinador, el poeta Javier Vela.

«No las he publicado antes por pudor. Me parecí­a presuntuoso presumir de la amistad de Cortázar», dijo el poeta, que recordó con especial cariño las últimas misivas que recibió de su amigo. «No he conocido a nadie tan feliz como Julio Cortázar tras conocer a Carol. Era una chiquilla con una inocencia y una dulzura encantadora. Se hizo muy amiga de mi mujer, Paquita, y consiguió que Julio rejuveneciera. Tras su muerte se fue apagando poco a poco».

Antes de encontrarse atormentado y solo, en un mundo que parecí­a estorbarle y para el que empezaba a intuir un final más narrativo que poético, Julio Cortázar se habí­a agarrado a la supervivencia de Carol, habí­a encajado sus sueños en que ella pudiera superar la enfermedad que la consumí­a. El 24 de septiembre de 1982, semanas antes de su muerte con sólo 36 años, Cortázar escribió a Félix Grande y se mostró optimista.

«Carol sigue igual, pero el lunes comienza un tratamiento que deberí­a reactivar el funcionamiento de la médula y producir los leucocitos que le faltan. Tiene un coraje admirable y sé que se curará, pero llevará meses hasta salir de esta pesadilla». No fue así­, y tuvieron que pasar dos años hasta que pudo librarse del tormento de la soledad que le acompañaba.

«Sigo bastante enfermo. No pude ir con Tomás Borge a Barcelona y Madrid, y no sabes cuánto lo lamento. Pero creo que estaré mejor en unas semanas. Besos a Paquita y a Lupe, y el abrazo de siempre de tu Julio».

Estas fueron las últimas palabras que escribió Cortázar para Félix Grande, el 19 de abril de 1983, más de 15 años después de aquellas primeras en las que felicitaba al poeta. «Gracias por escribir una poesí­a como la suya en España», envió por aquel entonces el argentino a su todaví­a desconocido amigo. Los dos se conocieron en un congreso en La Habana.

«Nos encantaba la música. Yo tocaba la guitarra y a él le interesó el flamenco. Nos juntábamos con gente que por aquel entonces tení­a unos 20 años, como Silvio Rodrí­guez y Pablo Milanés. Nos hicimos muy amigos y ya siempre que viajaba a Madrid se quedaba en casa. Cenábamos hasta tarde y después nos gustaba ir a tomar unas copas al Whisky Jazz hasta que lo cerraban a las seis de la mañana. Después se empeñaba en pasear, que era algo que me agotaba a esas horas aunque yo era mucho más joven que él. Le gustaba dar paseos por la Castellana».

Durante aquellos dí­as, tras largos paseos plagados de conversaciones, Félix Grande y Julio Cortázar se adentraron de lleno en los parques y en las plazas de la amistad tratando de pasar de puntillas por los escalones de sus diferencias. «Pronto nos dimos cuenta de que no opinábamos del mismo modo en temas como el de Cuba», explica Grande.

En una de las cartas Cortázar decide hablar de polí­tica de manera inequí­voca. Tras la publicación de un artí­culo de Félix Grande en el diario El Socialista de Madrid sobre el poeta nicaragí¼ense Pablo Antonio Cuadra, Cortázar responde lo siguiente: «Creo que no has estado nunca en Nicaragua, y desde fuera es difí­cil comprender algunas de las cosas que pasan ahí­ en este momento; yo, que estoy en mi cuarto viaje y conozco ya a tanta gente, puedo tal vez aclararte un poco el panorama con vistas al futuro».

Existen también otros pasajes en las 30 cartas en los que Julio Cortázar se refiere a la polí­tica, citando a Videla o a Pinochet, pero siempre de una forma superficial. «No hablábamos de lo que podí­a separarnos. Cuando escribí­ aquel artí­culo mostrando mi inquietud por las caracterí­sticas que estaba tomando el Gobierno de Ortega, después de que algún que otro disparo estuviera dirigido contra aquel periódico, él me escribió aquellas palabras en las que no me reñí­a, sino que me querí­a enseñar el mundo que él veí­a», aclara Grande.

«Sigo bastante enfermo. No pude ir con Tomás Borge a Barcelona y Madrid, y nn sabes cuánto lo lamento. Pero creo que estaré mejor en unas semanas. Besos a Paquita y a Lupe, y el abrazo de siempre de tu Julio».