Los partidos políticos son el instrumento que nuestra legislación establece para el ejercicio de la democracia y tienen prácticamente el monopolio para la postulación de candidatos, salvo la facultad de los comités cívicos para participar a nivel del Municipio. Son, según la ley, entidades de derecho público y su funcionamiento es esencial para el sistema representativo que se establece en la Constitución de la República. Sin embargo, todos sabemos que en Guatemala los partidos políticos funcionan con serias deficiencias y que muchas veces operan como verdaderos grupitos de amiguetes alrededor de una figura, sin ocuparse ni preocuparse por una presencia permanente ni por actuar de acuerdo con principios básicos que reflejen alguna posición ideológica.
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Pero la mayor prueba de que nuestros partidos están en la calle la estamos viendo ahora cuando muchos de ellos están a la espera de que les aparezca una figura con suficiente billete bajo el brazo para hacerse cargo ya no sólo de una candidatura a diputado, como era tradición, sino que a la misma Presidencia de la República. Y poco importan las tendencias ideológicas, los principios o el carácter del individuo, puesto que lo determinante viene a ser la cantidad de recursos que pueda aportar y mejor si se trata de lobos solitarios que no anden pidiendo cuotas para incluir en listados de candidatos a otras personas.
De hecho, el caso de Rigoberta Menchú ha resultado ilustrativo, puesto que si ella decidiera aceptar la candidatura para sí y sin reclamar espacios para nadie, seguramente que ya habría sido nominada por alguna fuerza política. El panorama se ha complicado porque Rigoberta está hablando en nombre de un importante colectivo de personalidades que requiere una importante cuota y por lo tanto pone en riesgo las aspiraciones de quienes andan tras la reelección en el Congreso y buscan un candidato presidencial que sirva de locomotora para ir tirando del proyecto, de forma tal que asegure al menos unas cuantas curules en la próxima legislatura.
Para personas como el doctor Francisco Arredondo no es difícil lograr entendidos ni ubicarse en partidos como el PAN porque se trata de una aventura personal que no requiere de espacios que pongan en apuros a la dirigencia para lidiar con las ambiciones de los dirigentes locales. Por el contrario, éstos se sienten cómodos al tener un financista que pondrá algo de dinero para promover el símbolo partidario y posiblemente impulse a uno que otro candidato a diputado que tendrá que hacer menor inversión porque se beneficiará directa e indirectamente de la campaña pagada por el candidato presidencial.
Pero cuando aparece una figura como la de Rigoberta Menchú que reclama espacios en abundancia para sus seguidores, el panorama ya no es tan sencillo y se complican las cosas. Nineth Montenegro tiene algo de razón al querer preservar su partido porque está cantado que el movimiento de Rigoberta va tras el largo plazo y no considera a Encuentro por Guatemala como pivote. En cambio, la URNG que prácticamente ha desaparecido del escenario nacional puede encontrar atractiva la propuesta del movimiento dirigido por la Premio Nobel porque le permite nutrir nuevamente sus filas.
No digamos el caso del FRG donde al General le interesa mantener importante número de diputados y requiere un candidato presidencial que no demande cuotas en el Congreso, pero que aporte algún capital para financiar la campaña. Esos casos ilustran la forma de ser de los partidos políticos en Guatemala, que ni forman cuadros ni actúan conforme a principios ideológicos, sino en busca de posiciones que satisfagan las ambiciones personales.