Las enormes protestas y manifestaciones que han ocurrido en estos últimos días en Brasil, han sido documentadas tanto por los noticieros normales pero tal vez lo que más ha llamado la atención es que han sido fuente de noticia por parte de los canales de deportes, incluso cuando entrevistan a personas cerca del estadio, se puede observar que las protestas son extremadamente fuertes y lucen también muy bien organizadas.
Las fotos de las manifestaciones son impresionantes, pues se calcula que en algunas de esas, circulan alrededor de 250,000 personas, una marcha que por el número resulta enorme si se compara con otros países como el nuestro. La fuerza de las mismas ha llevado a las autoridades locales a dar marcha atrás en las decisiones que motivaron las protestas y aún en el marco del despliegue policial que también es gigantesco, los funcionarios de gobierno, incluida la propia presidenta Rouseff, han mostrado su sensibilidad para atenuar la fuente de los problemas y dar marcha atrás, aceptando que el choque y la fuerza, no constituyen los elementos que rompan el conflicto, sino al contrario lo encienden, acrecientan y extienden inevitablemente.
Cuando la protesta social arrecia, se fortalece y amplía, los gobernantes no pueden ser de oídos sordos, ni mucho menos centrarse en la soberbia del poder y empujar más a sus cuerpos policiales a reprimir sin ningún sentido y sabiendo de antemano que la protesta acabará por ganar más adeptos y empujando más y más a la reversión de las medidas, pero consolidando el ejercicio de la protesta como mecanismo de hacerse escuchar, de hacerse sentir, de hacerse participar en lo político, un auténtico instrumento democrático, que busca el balance, encontrar el equilibrio y determinar el centro del conflicto.
En Guatemala, la manifestación social ha venido siendo una forma de expresión de protesta normal, sin llegar a los enfrentamientos enormes de Brasil, pero, fuera de las magnitudes, tienen una gran diferencia, no aseguran que se reviertan las medidas que dan lugar a la protesta. Es más, cuando es evidente que la fuente del conflicto ha sido la falta de información a las poblaciones en donde se implementan proyectos de desarrollo como minas e hidroeléctricas, las autoridades deciden que esas protestas y sus líderes, son terroristas, son disociadores, son personas problemáticas. Las élites les llaman antisociales, resentidos y otros epítetos similares.
La verdad es que la protesta social deviene de un origen, causa o fuente del mismo y eso es lo que se debe atender, no únicamente criminalizar a dirigentes, levantar estados de excepción y arrestar a los dirigentes, para acabar con las protestas. Lamentablemente el uso de este expediente, sólo muestra una terrible realidad: aunque las movilizaciones sociales son expresiones poblacionales de molestias, para las autoridades solo significan movimientos en contra de la inversión, con lo cual se procede a la represión en el marco de Estados de Sitio, que ciertamente, quiebran temporalmente la protesta, pero tarde o temprano esas movilizaciones retornan con más fuerza por el hecho de la criminalización y de ahí que las mismas sean efectivamente un mecanismo propio de la democracia y legitima su protesta y rebeldía. ¿Es tan difícil de entender?