Propósitos de Año Nuevo Electoral


Por un criterio cronológico, el fin de año siempre sirve para la reflexión. Mentalmente, hay una revisión de lo bueno y lo malo. Quizá haya algún tipo de arrepentimiento por no haber hecho algo de una u otra manera. Pero sobre todo, hay muchos deseos de cambiar, y se hacen promesas y deseos de una vida diferente, como que si enero tuviera una atmósfera distinta, un aire diferente que nos da fuerzas para emprender el cambio.

Mario Cordero ívila
mcordero@lahora.com.gt

Lastimosamente, la experiencia de los años hace entender que el cambio no es tan fácil, y que entre el 31 de diciembre de un año, y el 1 de enero del siguiente, sólo hay pocas horas de por medio; pese a que se cambia el almanaque -que seguramente ya está amarillento y roí­do- las condiciones de vida son iguales, aunque con ello no quiero decir que no puede haber un cambio verdadero, ya que con mucha fuerza de voluntad es posible.

Sin embargo, es visible que nuestra realidad necesita un cambio profundo. El próximo año, es vital para nuestro paí­s, ya que se desarrollarán las Elecciones Generales, de las que saldrán las próximas autoridades.

Desde hace mucho tiempo -quizá sea un fenómeno añejo que viene desde las dictaduras de Carrera, Estada Cabrera y Ubico, pasando por los gobiernos militares- tenemos la creencia de que el cambio de nuestra nación vendrá exclusivamente de nuestras autoridades. Para los tiempos electorales, nos brota una especie de civismo y ardor nacionalista, y creemos que con asistir (o no asistir) a las urnas podremos cambiar nuestra realidad, eligiendo al candidato que nos parece el que más o menos le atina.

Tras nuestro voto, creemos que hemos hecho lo necesario para cambiar a nuestro paí­s. Si nuestro candidato llega al poder, y logra hacer algo, nos sentimos más o menos satisfechos. Si no llega, nos creemos capaces de justificar que no haya un cambio profundo, debido a que no llegó quien querí­amos. Incluso, es común escuchar frases como: «Ya vieron, ahora se arrepiente toda la gente que votó por éste o aquél», cuando las autoridades yerran, nos justificamos, argumentando que esa persona no votó por él o ella.

En casos más raros, algunos pocos se atreven a lamentarse en público, arrepintiéndose por haber votado por quien llegó al poder, jurando y perjurando que, si fuera posible retroceder el tiempo, no volverí­a a votar por él.

Nuestra democracia ya no deberí­a dar trastumbos como un adolescente sin experiencia. Los actuales procesos civiles tienen ya 25 años, lo cual deberí­a habernos enseñado, ya que el cambio no viene de los cargos por elección.

Por mucho, el candidato presidencial ganador lograrí­a poco más de un millón de votos, que es porcentualmente muy bajo con respecto a los más de trece millones de habitantes. Es decir, que el Presidente gobierna sin que el 90% de los guatemaltecos lo hayamos elegido. No digamos un diputado, cuyo porcentaje de aceptación es menor, debido al alto número de legisladores.

Ello explicarí­a el porqué no estamos de acuerdo con la mayorí­a de decisiones polí­ticas, sobre todo porque sabemos que los gobernantes no son nuestros representantes.

Debemos tener un golpe de conciencia en este Año Viejo y darnos cuenta que la voluntad debe estar en el pueblo, pero ello sólo es posible hacerlo vigente si el cambio viene de cada uno de nosotros. De esa forma, podrí­amos evitar más engaños en la publicidad proselitista que nos hastiará el próximo año. Poco a poco, quizá dentro de 25 años más, podrí­amos dejar de tener «presidentialitis», es decir, fuerte dependencia del Presidente de la República, que, al final de cuentas, sólo deberí­a ser un mero administrador, y no el portador de nuestra voluntad polí­tica.