A mayores márgenes de institucionalidad, mayor es la estabilidad política y el efecto de gobernabilidad se amplía entre el Estado y la sociedad. La vida política del país parece girar en torno al evento electoral como las aspas de una hélice, todo gira alrededor de un eje que es concebido como el gran momento, la gran lotería, la posibilidad de jugarse la guayaba. Y de hecho la realidad impone que así sea, los vientos del tornado electoral irán absorbiendo todo a su paso, elección de Fiscal, Corte de Constitucionalidad, nuevo Contralor o los precios del combustible. De alguna forma aparece el huracán cada cuatro años para alborotar todo a su paso, anunciado el ejercicio electoral que pasó de ser fraudulento, para convertirse en correctamente democrático, aunque profundamente vacío el acto del voto, que no tiene un correlato en la cultura política de los guatemaltecos, es un impulso casi inercial.
La expectativa que produce el evento electoral sucede cada vez más temprano, y como si fuera la fiesta principal del pueblo, todos se preparan para la ocasión sin importar lo que cueste llegar a ella, hay que estar en el gran baile del poder legítimo aunque eso signifique estrategias ilegítimas. Los partidos políticos preparan sus maquinarias electorales y la videopolítica tendrá lugar en horarios estelares que inundarán todo el espacio visual de las personas, con sonrisas y promesas, o regaños que aluden la conciencia cual pastores de la política. Se preparan los mejores trajes para la ocasión y las técnicas más persuasivas están afinándose para salir a la calle a encantar a los transeúntes, pero también habrá no tan finas y usted podrá escuchar ofertas que prometen el cielo aquí mismo en la tierra. Esta antelación electoral es natural en sociedades que aún viven la adolescencia democrática, donde la explosión hormonal induce a privilegiar más la representación que la gobernabilidad. La seducción por la posibilidad de obtener el poder para administrar el Estado, confronta el talante de las instituciones políticas, especialmente el de los partidos, poniendo a prueba las piezas de su diseño, la coherencia entre identidad, arraigo social, dinámica interna para dirimir el poder y la claridad de su proyecto político, el que lo tenga. Pero los partidos aún navegan en aguas que les hacen tambalear, y acudiremos si no ya, a una promiscuidad política que producirá actos de transmutación, renuncias heroicas para salvar el país, zancadillas para que no todos puedan llegar al baile, el representante de la familia Capuleto llegará con apellido Montesco, calumnias y señalamientos de deshonra y corrupción, y se verá desacreditar la honorabilidad de las familias partidarias, algunas verán crecer sus miembros y otras estarán en el límite de su desaparición; todo será posible en el país de las maravillas políticas con tal de llegar al baile. El acuerdo político informal se impondrá sobre la razón institucional.
Lo que se avecina remontará el tradicional baile del pueblo y se convertirá en la que quizá sea una de las elecciones más polarizadas de los últimos tiempos. De entrada todo parece indicar que el organizador de la fiesta deberá asumir como válido la cédula o el DPI para ingresar al acto electoral; la contienda verá una vez más grandes cantidades de dinero que financien las campañas, y el debate asumirá formas crudas y perversas de desprestigio por género o por lo étnico, el prejuicio de clase siempre subyacerá en la crítica despiadada y difusa. Eso suele pasar en los pueblos chicos, donde el infierno es grande.