Promesas, juramentos, compromisos


Eduardo_Villatoro

Como es sabido, el final y el principio de un año calendario es oportunidad  propicia para evocar pasajes familiares, personales, íntimos, que dejaron huellas, nostalgias, tristezas; pero también despertaron esperanzas, ilusiones y recompensas de la vida misma.

Eduardo Villatoro


Tan pronto se agotan los 12 meses evocados, de un día para otro, cuando despunta el alba de otro enero se refuerzan voluntades, se vigorizan aspiraciones, se robustecen metas incumplidas, se alientan optimismos para emprender caminos, ejecutar proyectos, realizar sueños y anhelos.
  
Esas intenciones son de las más variadas y casi no hay persona que no anide en su pensamiento la consecución de un objetivo preciso y determinado, casi igual al que procuró vanamente cumplir el año anterior, pero que por diversidad de circunstancias, no pudo ni siquiera iniciar.
  
Sospecho que el más común de los propósitos, al menos el de la alta burguesía y de las clases media para arriba, básicamente entre las mujeres, es el relacionado con bajar de peso. Son aquéllas que la noche del 31 de diciembre pronuncian formales, jactanciosos, severos y rotundos juramentos acerca de que tan pronto como arranquen los primeros días de enero comenzarán un régimen para adelgazar, mientras devoran con no menos entusiasmo un delicioso tamal de carne, una tajada de pierna de cerdo, una apetitosa pieza de chompipe, pavo o chunto (según la estirpe y el origen familiar de quien se trate), en el entendido de que vale la pena disfrutar la última opípara cena, porque se presentan en el cercano horizonte largos, extenuantes y sacrificados días de ayuno voluntario.
   En la mayoría de los casos, esos espontáneos compromisos dichos al calor de la euforia carnívora, se desvanecen como nubes arrastradas por el viento, porque muchas veces ni siquiera llegan a levantar vuelo, y de ahí que las damas que aspiraban a emular a esqueléticas modelos parisienses o neoyorquinas, en vez de rebajar un par de libras, a lo sumo, incrementan sus voluminosas humanidades conforme transcurre el tiempo y se olvidan las volátiles intenciones.

Otras promesas generalmente son externadas por fumadores compulsivos, que llegan a heroicos comportamientos, como arrojar lejos de sí paquetes de cigarros, como homérica demostración de abandonar el hábito, aunque al día siguiente buscan entre la basura algún cigarrillo que sobrevivió al sacrificio, para calmar la ansiedad del adicto.

Están los que agarran furia o fuego durante días o semanas por haberse tomado una (¡una sola, que conste!) copa de licor, y que están decididamente dispuestos a abandonar las farras o borracheras de insospechados alcances, y que son capaces de jurar con una mano sobre la Biblia, la Constitución y el Libro Azul de Alcohólicos Anónimos que no volverán  a ingerir una gota del elixir embriagador a partir del año que comienza. A las pocas semanas, empero, nuevamente se encuentran embarcados en otra soberana juerga.

También se incluye a quienes sólo les falta aprobar dos o tres cursos, un semestre, realizar su EPS o redactar su tesis final, para concluir sus estudios universitarios, y que, como un rito sagrado, se proponen caminar los últimos tramos para culminar sus carreras, “que este año sí terminarán”, pero… Ya se sabe el resto de la historia.

 (Una rolliza y ricachona dama detiene la marcha de su automóvil en una esquina. El indigente Romualdo Tishudo  se acerca, extiende su mano y exclama: -¡Llevo tres días sin comer! La encopetada señora repone:-¡Dichosote de usted que encontró el método para bajar de peso!).