Al final de cada gestión de gobierno queda un saldo pendiente. Sin excepción los grupos de gobierno que han tomado las riendas de la conducción nacional han dejado varios aspectos (algunos hasta fundamentales) sin abordar. A los grupos de gobierno se les recuerda, para bien o para mal, por la cabeza visible del que fuera el líder de aquel equipo o al que, –en términos generales– los guatemaltecos le dimos nuestro voto.
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Así, con el primer gobierno de la “Era democráticaâ€, el régimen de la desaparecida Democracia Cristiana Guatemalteca, se nos ofreció un “camino†de desarrollo y justicia. El entonces presidente Cerezo, parafraseó a Abraham Lincoln, y nos recordaba “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el puebloâ€. Y en la entrega de las insignias presidenciales, 5 años más tarde, fue abucheada esa administración de una manera sostenida para reafirmar la indignada frustración que produjeron los desaciertos y las promesas inconclusas. A esta administración le sucedió una poco menos que afortunada. Las promesas de probidad, honestidad y lucha contra la corrupción fueron envilecidas por el propio mandatario de turno y a raíz de sus desmanes, hasta la Constitución fue cambiada y los gobiernos que habrían de sucederle dejarían de serlo por 5 y serían por 4 años. Ambos regímenes conducidos por políticos de larga trayectoria. El relevo obligado por el fallido autogolpe de Jorge Serrano en mayo de 1993, dejó en manos de alguien –político también, pero atrincherado en la acción social de observancia de los derechos humanos– que inesperadamente pasó al primer plano. La gestión del fallecido Ramiro de León, fue de transición dentro de la transición.
La primera ola de alusión al “cambio de avanceâ€, provino del que resultara electo en los comicios de 1995. Así el político-empresariado, tenía su “primera oportunidadâ€. Muchas promesas fueron cumplidas. La piñatización de los activos del Estado, es gratamente recordada por muchos y, por ejemplo, las bondades que esta gestión dejó en materia de telecomunicaciones y del sector electricidad, son los paradigmas, para sostener que no hubo errores, ni desaciertos. Se expandieron los servicios a costa del incremento de la brecha entre riqueza y bienes de concentración urbana versus el abandono de la población rural y el campesinado. Tal la argumentación de su oponente, otro político que capitalizó el escenario y ascendió a la poltrona presidencial con un respaldo popular que aún es emblemático en materia de resultados electorales. Y se impulsó la visión de la ruralidad como oportunidad de desarrollo. Las promesas se quedaron en eso, promesas. El poder económico volvió a la vista hacia su más bonachón representativo arlequín. Y llegó la renovada promesa que “con tal, ganamos todosâ€. Y en efecto, se ganó en obra pública de mala calidad y en la oenegización de los recursos públicos. Así llegamos a las promesas del actual equipo saliente de gobierno. El desenlace respecto a cuán inconclusas lo fueron, está reflejado en el momento siguiente, pues también hemos llegado a las promesas del que habrá de asumir en breve.
Por aparte, bajo la aplicación de los conceptos de la “Tesis de Estabilidad Nacional†impulsada por el fallecido general Alejandro Gramajo, en el seno de la propia institución armada y hábilmente expandida hacia la sociedad guatemalteca, en la concurrencia de los factores de poder: el político, el económico, el social y el militar; en la conducción de los destinos gubernamentales habían participado prácticamente todos los sectores, con excepción del militar, hasta ahora. El desarrollo político guatemalteco no ha sido el más acertado. De hecho la crisis de ausencia de credibilidad institucional tiene sus bases en la continuada generación de políticos poco responsables con la naturaleza del quehacer político de la institución en la que han desarrollado sus desatinos. La ocasión es más que oportuna para propiciar un salto que posibilite a las futuras autoridades llenarse de satisfacciones al ver reflejadas sus promesas en realidades en proceso. Pareciera que se está apuntalando una visión propia del estadista consciente de su entorno y ubicación histórica. Por el bien del país, por los más necesitados, por la justicia en toda su expansión, por el cese de la impunidad, por el renovado “cambio†prometido; ojalá y se tenga el temple para impulsar lo que el país requiere y necesita para que salgamos adelante. En una verdadera paz, en el marco de una auténtica justicia social. Luego del recuento de ocho gobernantes, no es nada satisfactorio recordarles más por sus promesas inconclusas, que por sus méritos alcanzados. Ojalá y sea la excepción.