¿Progresa Mi Familia?


Estamos fracasando como sociedad en la tarea primigenia de humanizar y en ese sentido resulta relevante revisar una de las estructuras fundamentales llamadas justamente a promover humanidad, la familia. La lógica celular de ese conglomerado seguramente está sufriendo cambios y transformaciones que nos afectan como colectivo social, y de las cuales no necesariamente somos conscientes. La importancia radica en la incidencia directa en el nuevo individuo que nace de su seno. La familia ha dejado de ser la única en la función de socialización de los hijos, quienes ahora se ven afectos por otras instituciones u organizaciones, sean estas formales o informales. Para decirlo en términos de las relaciones biológicas, los hijos tienen nuevas madres y otros padres que compiten y abordan el proceso de socialización con mayor efectividad; el hecho familiar se ha relativizado porque el hecho social se ha despolitizado y se ha vulgarizado para dar vida al nuevo hijo que rige su noción del entorno, desde la dimensión de la virtualidad. La hija interactúa más con su celular que con su madre y el hijo cambia rápidamente el grupo familiar por diversos grupos sectarios que le presentan y lo conducen por las experiencias de la vida.

Julio Donis

La familia como unidad de sí­ntesis social se ha reconformado y ha adquirido nuevas formas; ha dejado de ser un lugar de producción para convertirse en un lugar de enajenación orientado al consumo. En el seno de la familia se reproduce con apabullante finura, el entramado de ideas y valores que estructuran un nuevo individuo homogeneizado en patrones de consumo e individualismo, que al crecer forman nuevamente las condiciones ideológicas y biológicas para un nuevo individuo, en un ciclo que asegura una sociedad fundada en el ensimismamiento consumista. La familia empobrecida que ya no asegura el sustento, pierde integralidad y cohesión, se fractura y sus miembros migran reconformando una nueva lógica productiva y cultural fundada en la remesa.

El joven perseguido por la realidad violenta, se repliega y se refugia en el entorno familiar, que también reproduce las mismas relaciones déspotas, autoritarias y violentas que en la calle, arrojándolo a callejones en el que otras madres y otros padres le aseguran sobrevivencia y seguridad. Ni el chantaje afectivo ni los lazos consanguí­neos logran ya la función socializadora porque el entorno ya no es familiar, es de subsistencia material y psicológica.

Dicha precariedad ha delineado nuevas estructuras y relaciones familiares, hogares sin padre o madre, hermanos que conviven con primos, abuelos que suplantan en la cotidianidad al padre o la madre, madrinas que se convierten en madres, hijos que se convierten en padres antes de ser adultos, hijas que tienen dos madres o dos padres; tí­os que en la práctica suplantan al padre, todo en ambientes frecuentes de violencia intrafamiliar, represión, abandono, etc.

¿Si la acción socializadora que debe suceder en el espacio familiar ya no articula la debida preparación para iniciar al individuo en la noción del poder, la polí­tica, el trabajo, la sexualidad, el desarrollo de la sensibilidad, el trabajo, el respeto a la vida, significa esto que la nueva sociedad está siendo conducida por nuevos padres y madres? En mi opinión la generación emergente se conducirá por el éxito del modelo individualista de un capitalismo de corte servil en el que las oportunidades laborales se dan en los servicios. Los cambios polí­ticos y sociales, tanto en la familia como en la sociedad deben hacerse desde las contradicciones económicas.

Dicho lo anterior, cualquier iniciativa que planifique incidir en las condiciones materiales de las familias como el programa de Cohesión Social de este gobierno, debe trascender la inmediatez de la transferencia condicionada, comprender la sociologí­a de los cambios en la familia, e incorporar los hallazgos sistematizados para fundar las bases sociales de sujetos que puedan establecer una relación polí­tica con un Estado que aún se desarrolla. No se puede perder de vista la multiplicidad de variables que delinean nuevos conglomerados de la familia guatemalteca, por decir dos: las migraciones que han reconformado no solo las relaciones económicas de las familias sino las relaciones afectivas, y el efecto de la urbanización que no necesariamente ha mantiene las estructuras familiares tradicionales.