Ayer, cuando escribía sobre el homenaje que el Hotel Casa Santo Domingo organizó para Roberto González Goyri, tenía un nudo en la garganta al pensar en lo minado que vi al artista pero nunca me imaginé que pudiera producirse un desenlace tan acelerado. Hoy, al despuntar el alba, fallecía el gran Roberto luego de haber dedicado ayer algún tiempo a la pintura pese a sus terribles dolencias. Una llamada de larga distancia de María Mercedes nuestra hija nos comunicó la triste noticia y de inmediato llamamos a la casa de los González Pérez para patentizarles nuestro dolor y solidaridad desde la distancia.
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Y es que si bien Roberto estuvo durante el acto en su silla de ruedas y permanentemente con oxígeno, sus ojos chispeantes y atentos demostraban cuánta claridad había en su mente. Me tocó estar muy cerca de donde él se encontraba a lo largo del acto y un par de veces noté enorme nostalgia en su mirada, sobre todo cuando Verónica su hija leía su último mensaje en el que advertía que se trataba posiblemente de su última muestra. Pero la forma en que saludó a tanta gente que llegó ese sábado para mostrarle su admiración y aprecio y cómo demostró el absoluto control de sus facultades mentales, hizo que al menos yo alentara la esperanza de que tendríamos todavía a Roberto por un buen tiempo.
Dice mi suegro, cuñado de Roberto, que su hermana le comentó hoy que ayer todavía pintó con esa pasión absolutamente capaz de sorprender a cualquiera y aun a sus mismos familiares que, al tanto de las dolencias que padecía y de lo que había minado su fuerza y su salud, le vieron concentrarse en las que habrían de ser sus postreras pinceladas. Y pienso que si ayer destacaba yo que para Roberto la inspiración venía de la pasión y de la capacidad de asombrarse, en sus últimas horas nos regaló con una enorme fuente de inspiración, puesto que puso en juego su pasión por el arte y nos asombró a todos los que tanto le quisimos.
Y nos inspira para pensar en los valores de la vida, en el sentido que tiene nuestra existencia cuando entendemos el porqué de nuestras acciones y queremos darles una dimensión trascendente. Según Efraín Recinos, Roberto siempre respondía a la pregunta de cómo estaba con la chapina expresión: «jalando la carreta». Pero obviamente en él era apenas una forma de expresar su determinación de empeñarse todos los días de su vida y no la frase resignada de quien se conforma con ir tirando de las responsabilidades cotidianas como bien pueda. El jalaba la carreta pero lo hacía con entusiasmo, con vigor y energía y pensando siempre en construir algo para esta su Guatemala a la que quiso tanto que no cedió a la tentación de radicar su talento en el extranjero donde seguramente hubiera sido mejor apreciado.
Me siento quebrado porque a Roberto lo quise tanto por la vertiente del parentesco político, como por su amistad y cariño con mi padre que data de aquellos lejanos años de juventud. Sé que mi papá estará hoy también, como yo, acongojado y llorando al gran amigo, al enorme artista, al extraordinario esposo y padre de familia cuya vida fue y seguirá siendo ejemplo para quienes de él aprendimos que la chispa de la inspiración está en vivir apasionadamente y sin perder la capacidad de asombrarnos. Descanse en paz, que lo merece, y un apretado abrazo para su esposa, hijos y nietos.