Profundo pesar por González Goyri


Ayer, cuando escribí­a sobre el homenaje que el Hotel Casa Santo Domingo organizó para Roberto González Goyri, tení­a un nudo en la garganta al pensar en lo minado que vi al artista pero nunca me imaginé que pudiera producirse un desenlace tan acelerado. Hoy, al despuntar el alba, fallecí­a el gran Roberto luego de haber dedicado ayer algún tiempo a la pintura pese a sus terribles dolencias. Una llamada de larga distancia de Marí­a Mercedes nuestra hija nos comunicó la triste noticia y de inmediato llamamos a la casa de los González Pérez para patentizarles nuestro dolor y solidaridad desde la distancia.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Y es que si bien Roberto estuvo durante el acto en su silla de ruedas y permanentemente con oxí­geno, sus ojos chispeantes y atentos demostraban cuánta claridad habí­a en su mente. Me tocó estar muy cerca de donde él se encontraba a lo largo del acto y un par de veces noté enorme nostalgia en su mirada, sobre todo cuando Verónica su hija leí­a su último mensaje en el que advertí­a que se trataba posiblemente de su última muestra. Pero la forma en que saludó a tanta gente que llegó ese sábado para mostrarle su admiración y aprecio y cómo demostró el absoluto control de sus facultades mentales, hizo que al menos yo alentara la esperanza de que tendrí­amos todaví­a a Roberto por un buen tiempo.

Dice mi suegro, cuñado de Roberto, que su hermana le comentó hoy que ayer todaví­a pintó con esa pasión absolutamente capaz de sorprender a cualquiera y aun a sus mismos familiares que, al tanto de las dolencias que padecí­a y de lo que habí­a minado su fuerza y su salud, le vieron concentrarse en las que habrí­an de ser sus postreras pinceladas. Y pienso que si ayer destacaba yo que para Roberto la inspiración vení­a de la pasión y de la capacidad de asombrarse, en sus últimas horas nos regaló con una enorme fuente de inspiración, puesto que puso en juego su pasión por el arte y nos asombró a todos los que tanto le quisimos.

Y nos inspira para pensar en los valores de la vida, en el sentido que tiene nuestra existencia cuando entendemos el porqué de nuestras acciones y queremos darles una dimensión trascendente. Según Efraí­n Recinos, Roberto siempre respondí­a a la pregunta de cómo estaba con la chapina expresión: «jalando la carreta». Pero obviamente en él era apenas una forma de expresar su determinación de empeñarse todos los dí­as de su vida y no la frase resignada de quien se conforma con ir tirando de las responsabilidades cotidianas como bien pueda. El jalaba la carreta pero lo hací­a con entusiasmo, con vigor y energí­a y pensando siempre en construir algo para esta su Guatemala a la que quiso tanto que no cedió a la tentación de radicar su talento en el extranjero donde seguramente hubiera sido mejor apreciado.

Me siento quebrado porque a Roberto lo quise tanto por la vertiente del parentesco polí­tico, como por su amistad y cariño con mi padre que data de aquellos lejanos años de juventud. Sé que mi papá estará hoy también, como yo, acongojado y llorando al gran amigo, al enorme artista, al extraordinario esposo y padre de familia cuya vida fue y seguirá siendo ejemplo para quienes de él aprendimos que la chispa de la inspiración está en vivir apasionadamente y sin perder la capacidad de asombrarnos. Descanse en paz, que lo merece, y un apretado abrazo para su esposa, hijos y nietos.