Costa Rica, una de las democracias más antiguas de América Latina, está viviendo el proceso electoral más atípico de su historia, el cual se reflejó ayer en la renuncia del candidato oficialista, Johnny Araya, a la campaña política con miras a la segunda ronda del 6 de abril.
Araya, aspirante del gobernante Partido Liberación Nacional (PLN), tomó la decisión luego de que los sondeos le adjudicaron apenas poco más del 20 por ciento de los votos, frente a un 64 por ciento de su rival, el opositor Luis Guillermo Solís.
La decisión del candidato gubernamental sólo sumó un elemento más a la atipicidad de un proceso eleccionario que arrancó en octubre pasado, y que se prolongará hasta abril para que el país designe a su presidente número 43.
Araya admitió que la ciudadanía de Costa Rica, un país de 4,8 millones de habitantes y apenas 51.100 kilómetros cuadrados, no quiere la continuidad del PLN, un partido que lleva dos períodos consecutivos en el poder y cuya fundación hace más de 60 años se convirtió en un pilar para el fortalecimiento de la democracia y el desarrollo socioeconómico de la pequeña nación.
Con su marginamiento de la cruzada electoral, el aspirante socialdemócrata prácticamente tiró la toalla y dejó el camino abierto a que su rival, el historiador Solís, se enfile sin obstáculos a ganar la primera magistratura.
Lo interesante no es la salida de Araya, sino que por precepto constitucional éste no puede renunciar a su candidatura. Así, el 6 de abril Costa Rica celebrará una elección con dos candidatos marcados en la boleta de elecciones, pero que en la práctica será una jornada con un solo aspirante a la presidencia.
Una situación de este tipo no se presentaba en el país en muchas décadas, en medio de un panorama donde el abstencionismo (aproximadamente 30 por ciento) se ha convertido en la principal fuerza política.
De cara a la primera ronda, el país fue sacudido por fenómenos políticos nunca antes vistos. Por primera vez en un torneo electoral, un candidato de izquierda, José María Villalta, mantuvo en vilo a sus rivales al permanecer por mucho tiempo al frente de las encuestas.
Al final, en medio de un dardo de ataques que lo tildaban de «comunista» y hasta de «chavista», Villalta se desinfló. Pero en un abrir y cerrar de ojos Solís, a quien al comienzo «nadie conocía», como el mismo lo dice, se ganó la simpatía del electorado, al punto de imponerse al mismo Araya y su potente maquinaria de partido en la primera fase electoral, de la que no salió el presidente electo porque no logró la cantidad de votos necesaria.
Así, el candidato por el Partido Acción Ciudadana (PAC) saltó de un quinto lugar en los sondeos a situarse en la actualidad como el virtual presidente electo de Costa Rica.
Las encuestas reflejan un duro voto de castigo de los costarricenses al oficialista PLN, del cual el mismo Solís fue, hace una década, su secretario general.
El desgaste de la imagen del actual gobierno de la presidenta Laura Chinchilla, golpeada por escándalos de corrupción en algunas esferas oficiales, parece haber sido uno de los detonantes para que el electorado castigara a Araya, el ex alcalde de San José.