Luis es un refugiado colombiano que cruzó la frontera, pero aún teme dar sus apellidos: llegó acongojado por la muerte de su hijo de 20 años, asesinado por resistir el reclutamiento forzoso de un grupo guerrillero, y ahora reconstruye su vida en Venezuela.
Un vecino que le reveló a este hombre de 45 años de manos rudas el lugar donde fue enterrado su hijo también sufrió las represalias en la violenta región de El Meta. Los guerrilleros buscaron al vecino de Luis para castigarlo, pero no lo encontraron. Entonces mataron a su hijo de 21 años.
Con ayuda de la oficina de refugiados de la ONU (ACNUR), ambos están ahora buscando reconstruir sus vidas en esta pequeña ciudad fronteriza del Alto Apure, una región de 25 mil kms2, más grande que Israel o El Salvador, separada de Colombia por el caudaloso río Arauca.
«Hemos sufrido mucho psicológicamente, y cuando vemos personas asesinadas en este lado, por un revoltijo de grupos armados, volvemos a recordar la zozobra que vivimos» cuenta Manuel, otro refugiado de 34 años.
El alcalde de Guasdualito, Jorge Rodríguez, dijo a la AFP que en lo que va de 2007 la violencia de grupos guerrilleros y paramilitares ha dejado 38 muertos en el municipio.
Al final de un seminario de dos días impartido por la oficina de refugiados de la ONU (ACNUR) sobre abonos biofermentados, en la iglesia parroquial Nuestra Señora del Carmen de Guasdualito, con su nieta huérfana de tres años en sus piernas, Luis habla con ilusión de la cooperativa «Nuestra América II», que recién logró su registro.
Un grupo de 18 colombianos, algunos ya nacionalizados, otros solicitantes de refugio, y seis campesinos venezolanos, batallan por su futuro con esa cooperativa en las tierras de este municipio de los tórridos llanos venezolanos, con unos 70 mil habitantes, a unos 20 km de la frontera con Colombia.
A pesar de que el ACNUR ha registrado casi 3.000 refugiados en la zona, hay comunidades con 30% de colombianos, estiman fuentes religiosas.
Unas 60 personas asistieron al seminario impartido por Galadier Anzueto, un voluntario mexicano que ha dedicado su vida al trabajo con refugiados desde que su natal Chiapas se vio inundada por centroamericanos durante la guerra civil de los años 80.
El ACNUR calcula que hay unos 200 mil refugiados colombianos en toda Venezuela. Hasta diciembre de 2006 los refugiados solicitantes de refugio sumaron 7.754, de los cuales sólo 720 han sido reconocidos por el Estado.
«En este espacio los refugiados salen del anonimato, se miran, se reconocen, aprenden a trabajar y comprenden que en grupito es mejor que solitos», dice este misionero mexicano del ACNUR.
José Francisco Sieber, delegado del ACNUR en esta zona fronteriza, describe el desplazamiento de «comunidades enteras a raíz de la dinámica del conflicto colombiano».
Es un trabajo paciente, con pocos recursos, para ganar la confianza de gente que vivido el terror: «Hay una cultura del miedo, miedo a hablar, miedo al registro, miedo a parecer en una lista, proceden de un país donde las listas son sinónimo de tragedia».
Pero hay un lado de esperanza: «las comunidades a ambos lados de la frontera comparten tradiciones, amigos, familiares, y también su pobreza. Hay un potencial de integración muy bueno por la solidaridad, que mejoraría si lograran su documentación», apunta Sieber, quien desde 2005 ha recorrido miles de kilómetros en la zona.
Otra característica de estos refugiados es «la invisibilidad»: «llegan clandestinamente, sin hacerse notar, gota a gota, cruzan de noche el río Arauca en canoas, a veces solos».
No obstante «en Venezuela no hay una política de contención de refugiados», enfatiza Sieber.
Y siguen llegando: el año pasado ACNUR recibió en Guasdualito cerca de 800 nuevos refugiados solicitantes para un total de 2.840 registrados hasta 2006, pero sólo 20 han logrado reconocimiento del gobierno.
Los colombianos reciben el apoyo también del Servicio Jesuita de ayuda a Refugiados, Caritas de Venezuela, la Defensoría del Pueblo y la iglesia católica.
Euclides Martínez, de Caritas, dijo que los refugiados enfrentan un lento proceso burocrático para su reconocimiento.
Una fuente religiosa que pidió el anonimato, dijo las autoridades quieren evitar la generación de expectativas para nuevos flujos migratorios, además de que es difícil comprobar el pasado de los solicitantes «saber quién es quién en esta zona caliente».