Las instituciones sociales y políticas cuya materia fundamental, como es obvio, son los hombres, es decir los ciudadanos, y no como se podría pensar, sus estatutos, reglamentos y aparatos ideológicos y legales, asumen cierta dinámica que se ajusta muy bien a las coyunturas específicas por las que atraviesa todo el aparato estatal, así como a los modos de hacer gobierno del partido en el poder. El desgaste de nuestras instituciones, consecuencia directa de la incapacidad y corrupción del Estado y del gobierno, a estas alturas, además, al borde del colapso; exige, más temprano que tarde o que nunca, acciones radicales y urgentes por parte de todos los sectores organizados que están, por responsabilidad cívica y moral, llamados o dotados de cierta capacidad para proponer vías de superación o reforma que garanticen la supervivencia de dichas instituciones, sin el riesgo de caer en formulaciones extremas que se orienten a su disolución.
En el caso concreto de la Policía Nacional Civil, desconozco si persiste su organización gremial, pero en todo caso, de ella misma y por dignidad y vergí¼enza debe salir alguna iniciativa que se oriente a su reforma, pues son sus elementos (por supuesto los que han podido mantenerse al margen de la corrupción) quienes más y mejor conocen la naturaleza de su trabajo y las fuerzas de los intereses particulares y de grupo que han llevado a su institución y gremio a los niveles de desprestigio y traición a la Patria a donde han llegado. Son los policías mismos, los honestos y dignos que aún quedan, quienes también y mejor pueden reorientar las políticas de reforma institucional.
Todo intento externo se queda corto si no toma en consideración la visión y necesidades de los hombres que están dentro de las instituciones. Eso ha pasado, por ejemplo, con el gremio magisterial en la educación pública, con el gremio de médicos en los hospitales también públicos, con el ejército y con muchos más. La imposición de medidas correctivas siempre falla, porque quienes las elaboran, imponen y ejecutan nunca toman en consideración las vivencias, que siempre son las más objetivas de los hombres que viven desde dentro la problemática de sus instituciones. El obstáculo inmediato a sortear es elegir a los hombres idóneos que desde dentro y desde la corrupción han podido mantenerse con solvencia ética. Difícil tarea por cierto la de identificarlos y hacer (por medio de una persuasión sana) que se organicen para poder lograr algo de ellos.
Aparte de lo anterior, me parece que otra de las deficiencias, a la hora de reformar instituciones, ha sido la poca valoración de la cultura universal y clásica en los pensa de estudios. Claro que en seis meses o un año de estudios es poco lo que se puede lograr, pero pienso que si un policía, por ejemplo, tuviera acceso, con la orientación didáctica correspondiente desde luego, a la lectura de los clásicos griegos y latinos en materia de literatura, política y filosofía; si tuvieran, por otra parte, una introducción a la música académica, al cine y a las demás artes, su percepción de la realidad humana se ampliaría y, por consiguiente, su responsabilidad cívica.
Y repito, las instituciones están conformadas básicamente por hombres, por lo que hay que formar a sus elementos como tal y no como simples tecnócratas frágiles, a las tentaciones que un estado débil y un gobierno aún más, les ofrecen como pan diario.
Los responsables directos de la reforma institucional son sus mismos miembros, que a la vez, son hombres. Formemos hombres y ellos reformarán sus instituciones.