Es equivocado decir que el próximo primero de mayo “celebraremos” el Día Internacional del Trabajo. Todos sabemos que no hay motivos para celebrar, no es tiempo de felicidad, alegría ni cánticos de acción de gracias. Por el contrario, el feriado que viene nos pone frente a la desgracia y el recuerdo de lo que puede ser, pero no es.
Que el trabajo es un derecho, por supuesto, pocos lo pueden negar, pero es también don que no todos pueden disfrutar. Y si bien es cierto que algunos participan del mercado laboral obteniendo un sueldo para satisfacer sus necesidades mínimas, la verdad es que tampoco muchos viven gozosos haciendo lo que hacen y recibiendo lo que reciben.
En consecuencia, el primero de mayo es una fecha para la memoria. Es la melancolía que se aproxima, el recuerdo de días que ya no existen: un buen trabajo, un trato digno, beneficios particulares, el sentimiento de haber sido útil haciendo algo interesante. La tristeza de habitar un mundo injusto en el que pocos se apropian de mucho, en ocasiones de manera indebida.
Por supuesto que ya vendrán muchos a decir que no trabajar es de holgazanes, que las oportunidades están a la vista y que el desempleado es un parásito con poca imaginación. Para el caso propondrán personas con éxito, el campesino que de la nada es exportador de productos exóticos, el obrero que crea una empresa de fumigación o de limpieza de jardines. Prueba irrefutable, dicen ellos, que sí se puede y que lo que se necesita son ganas.
Pero el primero de mayo no es un día para debatir. Solo quien recibe un salario relativamente satisfactorio puede permitirse la serenidad necesaria para pensar y proponer ideas. El desempleado es un atormentado obligado a buscar e inventar… no tiene tiempo para el malabarismo de intelectuales deseosos de proponer teorías explicativas del mundo.
El Día Mundial del Trabajo nos pone frente a una realidad que debería avergonzarnos. Un país con recursos humanos inutilizados o subutilizados no es una fotografía de la que podamos presumir. Por eso no se entiende cómo los oligarcas de nuestro país expresen sentir pena por cómo nos verá el mundo si se reconoce el genocidio de Estado y se sientan tan relajados con los índices de vergüenza de desempleados, pobreza, hambre, educación y miseria generalizada.
Nunca el discurso de derecha ha sido tan contradictorio, mendaz, errático y sinvergüenza como el que sus intelectuales nos han propuesto en los últimos días. A ver qué fantasía se fuman para recordar la fecha que se avecina.