Presidentes literarios y literarizados


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Este domingo estaremos eligiendo al nuevo presidente; los candidatos se han encargado de ofrecer lo que mejor les pareció para convencer a la mayor cantidad de votantes. La seguridad y el empleo fueron las dos áreas en que más destinaron sus discursos, ya que la mayorí­a se ve preocupada por estos ámbitos dentro del acontecer nacional. Sin embargo, para ser justos, hubo otras áreas en las que ellos y sus asesores han pasado por alto, quizá por desconocimiento, o porque consideran que no les hacen ganar votos.

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Por Mario Cordero ívila

Por ejemplo, el ámbito cultural, área que está contenida dentro del plan ejecutivo del Gobierno, por tener un ministerio encargado especí­ficamente de la materia. El de Cultura y Deportes es sólo uno de las trece carteras del Organismo Ejecutivo, pero, al parecer, es una de las más olvidadas, incluso asignándoles menor presupuesto, lo que evidencia qué es lo que más llama la atención para los gobernantes.

Pese a ello, la relación presidencial con el mundo de la cultura y las artes no siempre ha estado divorciado del mandatario. A veces, la relación ha sido muy directa. Hablemos, por ejemplo, de la literatura, arte que ha tenido más relación directa con los mandatarios, y podremos observar que en ciertos momentos, cultura y poder, no siempre han estado divorciados.

INICIOS NACIONALES

La relación más directa entre literatura y mandatarios puede observarse en los inicios de la República. Quizá esto se deba al impacto directo de la educación de aquel entonces, en que los bachilleres y otros profesionales eran instruidos en el arte de la retórica, con lo cual fácilmente se relacionaban con el buen escribir.

En los tiempos previos y posteriores a la Independencia de España, se puede observar a dos figuras intelectuales que se hicieron notar, sobre todo, por las letras. Se trata de Pedro Molina (1777-1854), y de José Cecilio del Valle (1780-1834).

Molina fue miembro del triunvirato que mantuvo el poder entre julio y septiembre de 1823, y Jefe de Estado de Guatemala en dos ocasiones, en 1823, y la segunda entre 1829 y 1830; en ninguno de los dos casos, logró gobernar más de ocho meses.

Del Valle no fue presidente, pero sí­ ganó las elecciones de 1825, pero los aliados de su rival, Manuel José Arce y Fagoaga, lograron que se repitieran, dándole el triunfo en segunda vuelta a este último.

Ambos fueron las plumas visibles del debate “intelectual” que se produjo alrededor de la Independencia, aunque para muchos historiadores no se trató de un verdadero diálogo culto, sino de defensa de intereses económicos.

Del Valle, de pluma más refinada, fue el protagonista del Amigo de la Patria, periódico de tendencia conservadora, que inicialmente se negaba a la independencia, pero posteriormente pujaba por elecciones libres y por oponerse a la anexión a México. Molina era todo lo contrario.

De pluma más rústica, fue más prolí­fico en la producción, ya que de la misma forma publicó en El Editor Constitucional, que tras la Independencia pasó a llamarse El Genio de la Libertad, y se le recuerda por su libro titulado “El Loco”.

UN PRESIDENTE NOVELISTA

Antonio José de Irisarri (1786-1868) fue un guatemalteco que muy temprano en su vida (1809) se casó con una chilena, por lo que se afincó en el paí­s sudamericano. Tuvo una destacada participación en la independencia de ese paí­s; de hecho, por espacio de una semana (del 7 al 14 de marzo de 1814), tuvo que asumir como Director Supremo de Chile (jefatura del Estado chileno), en forma interina, mientras esperaba la llegada de Francisco de la Lastra.

Posteriormente, Irisarri se desempeñarí­a como diplomático guatemalteco en Nueva York, al ser embajador ante Estados Unidos entre 1855 y 1868, año de su muerte. Este “presidente chileno por un dí­a” es considerado como el precurso de la novela centroamericana, con sus dos obras “El cristiano errante” (1847) y “La historia del perí­nclito Epaminondas del Cauca” (1867).

PRESIDENTES CONSERVADORES

Seguimos con esta cronologí­a de la relación entre presidentes guatemaltecos y la literatura, y nos detenemos por un momento en Rafael Carrera y Turcios (1814-1865), quien fungió como presidente en dos ocasiones, entre 1844 y 1865, gobernando aproximadamente por espacio de 17 años y un mes.

Este presidente se tení­a la idea de que era más bien analfabeto, aunque es un hecho que no se ha comprobado, y no se sabe si era una realidad, o más bien un ataque de sus detractores. De tal consecuencia, su relación directa con la literatura es nula. De hecho, el sistema educativo que implementó, a través de la llamada Ley Pavón, se consideró retrógrada, sobre todo por haberla entregado al control de la Iglesia católica.

Pero su relación con la literatura proviene, más bien, posteriormente, en un movimiento en que se ha intentado reivindicar su figura, sobre todo a través del libro “Rafael Carrera y la creación de la República de Guatemala”, de Ralph Lee Woodward,

En su forma literaria, al menos dos novelas históricas se conocen: “Rafael Carrera, el Presidente Olvidado” (2009), de í“scar René Cruz Oliva, y más recientemente “La montaña mágica”, de Fernando González Davison.

Del perí­odo conservador, otro presidente tiene una relación indirecta con la literatura, y se trata de Vicente Cerna, pero por razones pedagógicas lo abordaré más adelante.

GOBIERNOS LIBERALES

El perí­odo liberal da inicio con la irrupción de su ideólogo Miguel Garcí­a Granados, un hombre culto, proveniente de una familia que ha sido protagonista en el tema literario. Garcí­a Granados fue presidente entre 1871 y 1873.

El propio mandatario fue autor de un libro, “Memorias”, en que habla de su relación con su familia. En especial, el libro es valioso por las semblanzas de sus diez hermanas, particularmente la de Pepita, quien fuera una de las poetas más destacadas de finales del siglo XIX.

Pero, además de su relación con Pepita, Garcí­a Granados debe ser recordado por ser el padre de “la Niña de Guatemala”, tal como se inmortalizarí­a a su hija Marí­a, por parte del poeta José Martí­.

Aunque muchas leyendas surgen alrededor de esta historia, se sabe que Martí­, desde que ingresó a Guatemala, habí­a anunciado que estaba comprometido con la que serí­a posteriormente su esposa, Carmen Zayas Bazán, con quien se desposó y retornó a Guatemala. La muerte de Marí­a se producirí­a cuando Martí­ ya habí­a salido del paí­s, por lo que, como relata el poema, en realidad la “Niña” no murió cuando el “desmemoriado” retornó.

Cabe resaltar, también, que en la época de Garcí­a Granados fue cuando se empezó a dar la apertura para el desarrollo de las letras y las artes, como revela la venida de Martí­, quien a pesar de haber venido cuando aún no habí­a desarrollado su obra, sí­ encontró en Guatemala un ambiente propicio para el desenvolvimiento de la poesí­a y las artes.

Al igual que Martí­, otros poetas destacados vendrí­an al paí­s, ya que encontraban en Guatemala una mejor disposición del ambiente artí­stico, y buena parte de ello fue gracias a la protección personal que los presidentes otorgaban.

Cabe resaltar la venida de Rubén Darí­o durante el gobierno de Manuel Lisandro Barillas, o bien, el concurso poético ganado por un cubano, José Joaquí­n Palma, para escribir el Himno Nacional, propiciado por el presidente José Marí­a Reina Barrios.

De la misma forma, los poetas Porfirio Barba Jacob y José Santos Chocano encontraron un mejor ambiente en Guatemala que en sus paí­ses, gracias a la protección arbitraria de los mismos presidentes, lo cual indica, hasta ese entonces, las buenas relaciones entre mandatarios e intelectuales artistas.

UN PRESIDENTE POETIZADO

Pero lejano a esa apertura artí­stica que caracterizó a algunos presidentes liberales, Justo Rufino Barrios era exactamente lo contrario. Hombre de armas, fue la figura fuerte y de poder en la Revolución Liberal, que contrastaba con la intelectualidad de Garcí­a Granados.

Ismael Cerna, sobrino del que fuera presidente Vicente Cerna (que anteriormente habí­a anunciado que lo trabajarí­a hasta ahora), le dedicó varios poemas, de altí­sima estampa, a Barrios. Por su puesto, cabe recordar que Cerna era el presidente derrocado con la Revolución Liberal, por lo que se imaginan que los poemas no eran de alabanzas, sino más bien quejas.

“A Justo Rufino Barrios”, poema dedicado al que consideraba un tirano, y “En la cárcel”, escrito por Ismael Cerna mientras guardaba prisión por haber sido arrestado por Barrios, son dos poemas que le señalaban su cólera contra el presidente.

Pero con la muerte de Barrios, Ismael Cerna le escribe un tercer poema “Ante la tumba de Barrios”, en la cual le dice que lo perdona, por el bien que le hizo a la patria.

Así­, este presidente Barrios ha sido de los que más poemas ha merecido, sin olvidar que posteriormente Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz Guzmán merecerí­an muchos más poemas, y de diferentes autores.

UN PRESIDENTE NOVELIZADO

Y si Justo Rufino Barrios mereció tres poemas, quien sin lugar a dudas ha sido el presidente más novelizado es Manuel Estrada Cabrera, ya que, al menos, cuatro obras se han escrito sobre él, incluyendo la genial “El Señor Presidente”, la novela de Miguel íngel Asturias que le abrió las puertas a las mejores crí­ticas internacionales.

También “Ecce Pericles”, de Rafael Arévalo Martí­nez, y “El Autócrata” de Adolfo Wyld Ospina, versan sobre él, aunque ambas no son tan ficcionalizadas como la novela asturiana.

Otras obras también comentan o narran episodios ocurridos durante el gobierno de Manuel Estrada Cabrera, como es el caso de “La bomba”, de Clemente Marroquí­n Rojas, crónica de un intento de atentado contra el dictador.

Y, debido a que la obra de Asturias se publicó durante el gobierno de Jorge Ubico, también dictador, inicialmente se confundí­a y se creyó que el personaje central era éste y no Estrada Cabrera. Sin embargo, poco tiempo duró la duda, ya que los indicios referí­an que la historia era a principios del siglo.

Ubico, cuyo régimen fue más castrante para las artes y letras, logró con cierto éxito cortar el desarrollo intelectual, al militarizar la academia, sobre todo las universidades. Sin embargo, él también tiene algunas obras que narran lo ocurrido durante su gobierno, como fue el caso de “Del pánico al ataque”, de Manuel Galich, quien en gobiernos posteriores fungiera como un polí­tico intelectual destacado, y no simplemente como literato.

IMPULSO EDITORIAL

Con la caí­da del régimen ubiquista, y la entrada de un gobierno modernizante como el de Juan José Arévalo, también hubo un importante impulso a las letras. Cabe recordar que entre las prioridades del gobierno arevalista fue la fundación de la editorial José de Pineda Ibarra, para publicar constantemente obras nacionales, necesidad urgente por el retraso intelectual que hubo por el gobierno de Ubico.

Arévalo logró dar ese fuerte impulso a las letras, no sólo con la editorial, sino con privilegiar el desarrollo de las artes en general. Durante este perí­odo, se inician con concursos literarios, de donde surgen figuras resaltantes, como Miguel íngel Vásquez, ganador del primero de estos concursos.

Entre otros, durante el gobierno de Arévalo surge el grupo Saker-Ti, cuya ideologí­a estética buscaba asimilar la ideologí­a sociopolí­tica del Gobierno. También, cabe destacar que durante este régimen, se produjo la vuelta de intelectuales artistas, como Luis Cardoza y Aragón, quien fundara la Revista Guatemala, semillero de los futuros escritores.

Cardoza fue cercano a los gobiernos de Arévalo y de Arbenz, de la misma forma que lo fue el dramaturgo Manuel Galich. Asimismo, otros tantos personajes, que posteriormente destacaran en las letras, gozaron de privilegios como becas y puestos diplomáticos, lo que dio impulso también a la literatura nacional, tal como fue el caso de Augusto Monterroso.

Este hecho es para resaltar porque se evidencia la cercaní­a entre los intelectuales de la literatura con el Gobierno, situación que, posteriormente, se romperí­a, y que actualmente, hasta ahora, no se ha logrado romper del todo este divorcio entre el poder y las letras.

PROCESO REACCIONARIO

Con la caí­da de Arbenz, decenas de escritores volvieron al exilio. Tal fue el caso del ya mencionado Monterroso, quien en el exilio escribe el cuento “Mí­ster Taylor”, una parodia sobre la invasión estadounidense a los paí­ses latinoamericanos.

Con este proceso, se consolidó el divorcio entre presidentes y personas de letras. Sólo el Premio Nobel de Miguel íngel Asturias en 1967, quien habí­a sido nombrado Embajador de Parí­s meses atrás, se puede resaltar en este recuento de la relación entre mandatarios y literatura. Sin embargo, este mismo evento, a la luz de los años, se ve ensombrecido porque en el mismo año se produjo la ejecución extrajudicial de Otto René Castillo.

Castillo y Asturias forman las dos caras de la misma moneda, en la relación con el poder, porque mientras uno morí­a a manos del Estado, el otro era privilegiado.

íšLTIMOS Aí‘OS

Durante la guerra interna, la mayorí­a de intelectuales y literatos se encontraban en el exilio, y los que permanecí­an en el paí­s tení­an serias dificultades para publicar.

Por ello, con la vuelta de las elecciones libres y la nueva Constitución, en 1985, el Gobierno de Vinicio Cerezo planteó como necesidad la creación del Ministerio de Cultura y Deportes, para retomar el impulso a las artes y letras.

También, durante ese Gobierno, se creó el Premio Nacional de Literatura, que inició sin muchos augurios de permanecer, ya que no contaba con premio monetario ni con un fuerte respaldo gubernamental, pero a lo largo de los años se fue consolidando.

En un inicio, el premio se fue otorgando a literatos exiliados, con la finalidad de que con el premio retornaran al paí­s y se radicaran, tal como ocurrió en el caso de Mario Monteforte Toledo. Sin embargo, hubo otros que recibieron el premio y que continuaron viviendo en el extranjero, como Augusto Monterroso, Otto Raúl González y Carlos Solórzano, y Luis Cardoza y Aragón que nunca lo recibió, pero que de igual forma no retornó al paí­s, así­ como Asturias, que murió en el extranjero.

En conclusión, se puede observar la evolución que desde un inicio la relación entre presidentes y la literatura fue más sólida, pero que al paso del tiempo los intelectuales literarios se han visto relegados. ¿Cambiará esto en el futuro? Pues de eso dependerá del próximo gobernante, a quien elegiremos este domingo.