La presidenta interina de Kirguistán, Rosa Otunbayeva, se desplazó hoy al sur del país para tratar de apaciguar las tensiones étnicas y reconoció que el número de víctimas en los enfrentamientos podría ser diez más elevado que los 192 muertos oficiales.
Otunbayeva, protegida por un chaleco antibalas, aterrizó en helicóptero en el centro de Osh, segunda ciudad del país y epicentro de los enfrentamientos que estallaron a finales de la semana pasada y duraron varios días, constató un periodista.
Según la Organización Mundial de la Salud, la violencia ha afectado directa o indirectamente a alrededor de un millón de personas: unos 300.000 refugiados que se vieron obligados a cruzar la frontera con Uzbekistán y otros 700.000 desplazados internos.
«He venido para hablar con la gente y escuchar lo que dice sobre lo que ha pasado», declaró la presidenta interina ante un pequeño número de personas en la plaza central de Osh.
Antes de tomar el avión en la capital Biskek, situada a unos 300 km al norte, la presidenta interina reconoció que el número de víctimas de la violencia era claramente superior al balance oficial, tal y como lo habían indicado a la AFP los habitantes de las regiones afectadas.
«Yo multiplicaría por diez la cifra oficial», que según un nuevo balance, es de 192 muertos y más de 2.000 heridos, dijo Otunbayeva en una entrevista publicada este viernes por el diario ruso Kommersant.
Durante una reunión en Osh con representantes de la sociedad civil, matizó estas declaraciones al afirmar que el balance final sería «como mínimo varias veces superior» a las cifras comunicadas hasta ahora.
«No es que ocultemos la verdad, es que no tenemos tampoco todas las cifras. La gente ha enterrado y entierra los cuerpos» enseguida, sin avisar a las autoridades, explicó.
La dirigente se indignó también por las críticas según las cuales el gobierno provisional era incapaz de frenar las violencias entre kirguisos y la minoría uzbeka y de gestionar la crisis humanitaria.
«Â¡Déjenos algo de esperanza! ¡Dejen de decir que no hacemos nada!», lanzó Otunbayeva.
La presidenta interina había pedido ayuda militar a Rusia tras el estallido de violencia. Pero el gobierno interino -que llegó al poder tras la revolución de abril y la consiguiente caída del presidente Kurmanbek Bakiyev- indicó que podría gestionar solo la situación.
Sobre los enfrentamientos entre kirguisos y la minoría uzbeka en este país de 5,3 millones de habitantes, Otunbayeva admitió que las tensiones «seguían siendo elevadas» y que pese a que se habían registrado ya algunas «riñas» en el pasado, «pensamos que la situación aguantaría».
Históricamente, las relaciones en la minoría uzbeka (15% al 20% de la población) y los kirguisos son tensas, en especial por las disparidades económicas de esta antigua república soviética.
En los años 1990, violentos enfrentamientos entre las dos comunidades dejaron ya cientos de muertos en la región de Osh.
Tras la reunión, Otunbayeva fue acogida por un centenar de manifestantes kirguisos enfurecidos, que agitaban fotografías de sus familiares desaparecidos tras los episodios de violencia, de los que responsabilizan a los uzbekos.
La presidenta interina, que no visitó los barrios uzbekos en los que numerosas viviendas fueron incendiadas durante los disturbios, abandonó a continuación la región de Osh.
La ayuda humanitaria internacional empezó a llegar a los refugiados en Uzbekistán, país vecino donde se encontraba el viernes el subsecretario de Estado norteamericano encargado de Asia Central y del Sur, Robert Blake.
Este llamó a una «investigación independiente» de la violencia en Kirguistán.