Mañana, a las 17:00 horas, en el marco de la Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua), que se desarrolla en el Parque de la Industria, se presentará el libro «Romualdo, cuentos, cuenterailes y cuenteretes», de Eduardo Villatoro.
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«Romualdo» es un libro de cuentos cortos, breves y brevísimos, cuyo personaje central siempre tiene el nombre del título homónimo, sólo que con variantes en apellidos o motes.
El autor ha dividido el libro en tres tipos de texto: los «cuentos» cuya extensión abarca varias páginas; los «cuenterailes», que alcanzan una sola página o un poco más, y los «cuenteretes», textos muy cortos.
Todos en torno a Romualdo, un personaje que por momentos es un moroso empedernido, un pescador, un maestro de escuela, etc. Es decir, Romualdo puede ser como cualquier guatemalteco de cualquier punto del país.
El libro será presentado por su autor y comentado por René Leiva, quien expresa, según su texto introductorio, que los cuentos de Romualdo «son digeribles y digestivos, de entretenimiento sano, de heterogénea gama, sin escabrosidades ni truculencias al uso».
Además, asegura que «el lenguaje que usa es el convencional, sin complicaciones estilísticas o experimentales, de fácil lectura y asimilación, con visos de la tradición picaresca chapina, en lo que lo anecdótico, el hecho curioso o suceso incidental, adquiere igual relevancia que las palabras utilizadas para relatarlo, y que cabe en la sociología urbana guatemalteca».
Eduardo Villatoro, es un veterano periodista que trabajó como reportero, jefe de redacción y jefe de información de «El Gráfico», «La Nación» y «El Imparcial». Fue columnista de «Prensa Libre» y actualmente lo es en «La Hora». Como columnista de prensa y analista político se caracteriza por su mordaz sentido del humor. Además de cuentos, escribe poesía.
Con esta publicación, F&G Editores, que publicó el libro, inaugura su colección «El Sombrerón».
Conocí a Romualdo, a quien le decían Naldo, en un entierro. Fue al primer funeral que asistí. En el pueblo, cuando muere una persona que asistí. En el pueblo, cuando muere una persona, dicen: «Ya café-pan». Con lo cual parece quedar dicho todo. Y como todos nos conocemos la muerte de un miembro de la comunidad afecta a los demás.
Con Naldo nos hicimos amigos. Raras veces nos veíamos en un velorio. O si nos veíamos, siempre estábamos en corrillos diferentes, contando chistes o jugando naipes.
Fuimos acompañantes de cuanto entierro se llevó a cabo durante muchos años. Cargamos a Lipe, a Losho, a í‘a Mita, a Fito Pashte, la Ritía, al Cabezón y tantos otros que se nos adelantaron en el viaje final.
Pasaron los años y yo sabía que en el funeral que fuera, allí vería a mi amigo Naldo. Y, como de costumbre, en el cementerio nos saludaríamos y platicaríamos algo del difunto. Posiblemente iríamos a «El último adiós» a echarnos un par de tragos en memoria del muerto.
Nuestos paisanos hacían comentarios no muy graciosos de nuestra supuesta afición a los entierros. Pero con Romualdo creíamos cumplir con nuestro deber. Le íbamos a dar el pésame a los dolientes, a sabiendas que una pena compartida es media pena. Así fue como también perdí la cuenta de los entierros que asistí con Naldo.
Por eso ahora me siento confundido. Voy en este entierro y no veo a Naldo y estoy seguro que él no me ve a mí. No logro comprender si llevamos a Naldo al cementerio. O me llevan a mí.
Eduardo Villatoro
Romualdo