Preocupado (pero ineficaz)


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Tengo casi 24 años y no soy zurdo, tampoco soy muy inteligente, soy terco y algo envidioso, soy egoí­sta y algo egocéntrico; tengo casi 24 años y me siento incómodo siendo humano, siendo guatemalteco, existiendo; tengo casi 24 años y me siento insuficiente, para lo que esperaba de mí­ y para lo que mis ancestros fueron antes de mí­; tengo casi 24 años y a mi edad mis padres ya tení­an dos hijos y las preguntas existenciales les surgí­an efí­meramente para luego ser calladas por los gritos de dos realidades exigiéndoles seguir trabajando para darles un mejor futuro; tengo casi 24 años y me siento mal conmigo mismo por no poder disfrutar lo que tengo, lo bueno tanto como lo malo;

Herbert Tejeda

 


tengo casi 24 años y no me siento suficiente, no me siento capaz ni listo; tengo casi 24 años y no quisiera casi tenerlos; tengo casi 24 años y he dejado de apreciar los atardeceres, he dejado de tener esperanza y me cuesta creer en el amor y la justicia; tengo casi 24 años y he dejado de creer, aunque quiero creer pero la hipocresí­a no me deja; tengo casi 24 años y no dejo de preguntarme ¿Por qué yo?; tengo casi 24 años y lo tengo todo pero soy muy cobarde para admitirlo.

Hoy tengo 24 años y de medianoche en Parí­s recuerdo a diario “Todos le tenemos miedo a la muerte y cuestionamos nuestro lugar en el universo. El trabajo del artista no es sucumbir al desamparo, pero encontrar un antí­doto para el vací­o de la existencia.” Pero a veces resulta saludable ser fatalista, estoy un poco cansado del positivismo cí­nico de nuestra sociedad, aunque últimamente veo rostros hartos de esta realidad, los veo en el tránsito, en los supermercados, en los restaurantes, veo sonrisas forzadas porque hay que aparentar, veo esfuerzos justos desanimarse porque ya es casi imposible sobrevivir sin gritar, porque por más que corras siempre quedas en el mismo lugar, porque los malos son más y el remanente bueno está callado y endeudado, trabajando horas extras para poder comprar objetos que lo ayuden a olvidar esta realidad y hay hambre y no hay educación y ya no se puede y ya no queremos. Y luego preguntan por qué la juventud es apática en su mayorí­a, exijo algo en qué creer, algo por qué luchar, algo intangible que nos haga sonreí­r de la misma manera que lo tangible nos engaña. Pero entiendo que exigir es del siglo pasado, hoy en dí­a no nos queda más que crear, somos artistas del nuevo siglo, destinados a crearnos un futuro, forzados a pintarnos un mañana, obligados a esculpirnos las oportunidades y cantarnos unas esperanzas, pero es hipócrita de mi parte, pues aunque veo a tantos artistas he dejado de creer en el arte; no necesito razones para creer, no necesito realidades que forjen mi esperanza, no dependo de crí­ticos para creer que lo que hago es arte, no quisiera.

Lo más lógico, razonable y rescatable de este artí­culo no serán mis palabras, serán las de Manuel José Arce “Debo reconocer –y reconozco– la parte de responsabilidad que tengo en el odio, en el dolor, en la incomprensión y en la soledad de los seres humanos. Debo reconocer –y reconozco– que también yo tengo la culpa, algún grado de culpa, de que la vida no sea más clara y hermosa. Debo reconocer –y reconozco– que tengo la obligación de cambiar, de ser diferente, de integrarme a la humanidad como un átomo suyo, útil, feliz y solidario.
Debo pedir perdón. Lo pido. Porque estoy tratando de merecerlo.”