«Jugar se había convertido en mi prioridad número uno». «He perdido a mi familia y mi trabajo». «Ya no podía pagar mis facturas». Como el 1% de los estadounidenses, estos jugadores «anónimos» están «enganchados» al juego, y su número crece conforme aumenta la oferta de casinos en el país.
«Estados Unidos siempre ha sido un país de jugadores» observó Keith White, presidente del Consejo Nacional sobre los problemas del juego, una ONG estadounidense creada en 1972.
Según las cifras oficiales, el 80% de los estadounidenses ha jugado al menos una vez en su vida, el 65% durante el año pasado.
Entre los adultos estadounidenses un poco más del 1% serían jugadores «enfermizos» o «compulsivos», es decir aproximadamente dos millones de personas, una proporción que crece gradualmente, mientras cada año aumentan las posibilidades de jugar en el país.
«Hoy se pueden comprar billetes de lotería en cualquier tienda de comida, el juego de lotería en Internet se desarrolla a gran velocidad y cada vez aparecen más casinos» afirmó Edward Looney, quien preside el Consejo en New Jersey sobre los problemas del juego.
«Solo dos estados no han legalizado el juego en Estados Unidos» (Utah y Hawai), recordó Looney.
Según Daniel Heneghan, portavoz de la comisión de control de los casinos de Nueva Jersey, donde se encuentra Atlantic City, el segundo destino del juego en Estados Unidos tras Las Vegas, aproximadamente 600 personas al mes solicitan que no se les admita en los casinos del estado. Y este número aumenta regularmente.
Para los profesionales del sector, cualquiera puede «engancharse» al juego, pero la tasa se multiplicaría por dos en los menores de 25 años.
Al principio el jugador compulsivo vive una fase llamada «ganadora», durante la cual las pérdidas se atribuyen a la mala suerte, explican los profesionales.
Después llega la fase «perdedora», en la que el jugador pide prestado dinero, esconde sus pérdidas, y juega todavía más. A esta fase sucede, por último, la fase de la «desesperación» en la que el jugador se obsesiona por la idea de encontrar dinero para poder jugar, fase que a veces lleva hasta el suicidio.
Con 80 años, Max de pelo blanco y con pequeñas gafas redondas, es un antiguo jugador compulsivo.
«Había pedido tanto dinero prestado que todo el mundo quería mi piel», recuerda. «La mafia me perseguía, hasta dispararon a mis ventanas».
Arrestado por fraude por la policía, pasó cuatro años en la cárcel. «El día en que salí, tenía diez dólares en el bolsillo y una sola idea en la cabeza: jugármelos en las carreras», relató.
Es la asociación de «jugadores anónimos» la que me impidió caer de nuevo en la enfermedad del juego.
Durante años iba a las reuniones cuatro a cinco veces por semana, sentía la necesidad de hablar con gente que tenía el mismo problema que yo», destacó.
En Estados Unidos las asociaciones se hicieron cargo del problema desde principios de los años 80. La prevención pasa en la actualidad por conferencias en las escuelas, campañas mediáticas, o publicitar los números de ayuda para los jugadores.
«Los estados que legalizan el juego, tienen la obligación de financiar una parte de los programas de prevención», dijo White.
Pero, continuó White, «existe siempre un conflicto de intereses ya que tanto los estados como los casinos buscan maximizar las ganancias generadas por el juego».