Durante la sobremesa de ayer domingo, con los amigos que almorzamos abordamos varios tópicos, y por supuesto que salió a colación el tema de los principios de lealtad y gratitud que han logrado sobrevivir ante la carencia de escrúpulos de individuos que se han dedicado a la política o la función pública.
Uno de los contertulios lanzó preguntas retóricas atinentes a dos personas que ejercen importantes funciones en el Gobierno que encabeza el presidente Otto Pérez Molina.
En lo que a mí respecta, respondí con una breve frase que resume mi ignorancia sobre el asunto: ¡No lo sé! Es que no estoy en capacidad de responder porque carezco de la menor facultad de penetrar en el laberinto cerebral de los aludidos y ni siquiera estoy al tanto de los antecedentes de sus decisiones.
Las interrogantes se refieren a cómo pueden sentirse emocional, intelectual o espiritualmente el teólogo Harold Caballeros y el sociólogo Edgar Gutiérrez cuando, probablemente y en más de alguna ocasión, ya sea conjunta o separadamente, el actual mandatario ha enfocado los casos de los expresidentes Jorge Serrano Elías y Alfonso Portillo, habida cuenta que el que fuera pastor general de la iglesia El Shaddai, y el que trabajó muy estrechamente con el malogrado obispo Juan Gerardi y cuyo talento analítico no se pone en duda, ahora ocupan posiciones de alta jerarquía en el régimen que preside un militar y político que ha demostrado su menosprecio hacia los citados exgobernantes.
¿Qué sentirán en su conciencia esos dos funcionarios -inquirió mi amigo-cuando se presume que el presidente Pérez Molina se ha de expresar peyorativamente acerca de sus dos predecesores en presencia de Caballeros y Gutiérrez? ¿No tendrán alguna leve dosis de remordimiento al pensar en los favores que les dispensaron los exmandatarios caídos en desgracia? ¿En algunas noches de silencioso insomnio no les asaltará la duda que están haciendo lo correcto mientras uno de sus benefactores está privado de su libertad y con la inminente extradición a Estados Unidos que pende sobre sus hombros, y el otro se encuentra alejado de su patria y sin ninguna posibilidad legal de acercarse a la tumba de su madre para depositarle flores?
Decididamente no puedo asomarme al fondo de los sentimientos del canciller Harold Caballeros al recordar que Serrano Elías fue uno de los más prominentes miembros de su congregación, fiel diezmador que llegó a autorizar pasaporte diplomático a quien siendo ministro religioso no tenía ese privilegio oficial. Tampoco puedo atisbar las abstracciones del científico social Edgar Gutiérrez, a quien Portillo designó Ministro de Relaciones Exteriores y ahora es uno de los más allegados al presidente Pérez Molina en sus funciones de asesor en reforma constitucional y regularización de las drogas.
No es cuestión de defender ni justificar las conductas de ambos expresidentes, sino que son preguntas impertinentes cuyas respuestas se esconden en las conciencias de sus exprotegidos.
(El cínico Romualdo Tishudo cita al bien recordado trovador Facundo Cabral: -Bienaventurado el que no cambia el sueño de su vida por el pan de cada día).