¿Desde cuándo se originó esa «abominable» costumbre de espiar? Posiblemente desde que el homo sapiens puso los pies, no en la Luna, sino en la Tierra, hace varios millones de años según los estudiosos del origen de la humanidad. Aquí en Guatemala se ha venido practicando desde hace mucho tiempo.
Fui testigo de esa práctica una vez que estaba con mi recordado amigo Guillermo Andreu Corzo, trabajando en el diseño de la infraestructura del Canal-3 de TV, cuando le entregaron correspondencia, él abrió un sobre, lo vio y me lo mostró, la carta estaba en alemán, por fortuna el destinatario era su amigo, lo llamó por el teléfono para decirle que tenía su carta, pero resultó que ese amigo de él tenía su correspondencia.
Ya en tiempos de la Santa Inquisición, se lee, se espiaba a las gentes y a consecuencia de ello, algunas fueron sentenciadas a la hoguera para hacerlas churrasco. Aquí se dio el caso de un feligrés que devotamente fue a confesarse y de seguro entre sus pecadillos había algunos desafectos al régimen del dictador Ubico, resultó que el señor cura era espía y lo denunció; afortunadamente solo fue confinado a la entonces Penitenciaría Central a romper piedra para adoquinar las calles. Ha de haber sido un pecado venial y no mortal. El caricaturista Juárez Aragón, en su semanario Entre broma y broma, publicó una caricatura en donde estaba un burro en el confesionario.
En la Historia de la Independencia se cuenta el caso de un testaferro del mal recordado general Bustamante y Guerra que tenía asignada la tarea de abrir la correspondencia de los colonos, que salía y entraba, y denunciar a los que considera conveniente.
Pero hay otro tipo de espías, los satélites internacionales enviados al cosmos especialmente por los Estados Unidos de América, que según dicen, son capaces de fotografiarnos cuando estamos almorzando o durmiendo. Recuerdo que después del terremoto que nos asoló en 1976, por medio de esos satélites se vio que el suelo patrio con la sacudida, quedó como espumilla. Posiblemente por eso es que se producen hundimientos por todos lados.
¿Y qué decir en los tiempos del dictador Ubico?, nos espiaban por todas partes, hasta de noche con la presencia de los «orejas» que se apostaban a cabecear en el quicio de las puertas. Telefónicamente se espía y por eso se ha acuñado el chiste de que cuando se cuenta uno, son tres lo que se ríen, porque del otro lado del hilo o sin hilo, hay alguien más escuchando.
Retrocediendo más en el tiempo, cuando estudiaba catecismo, previo a la Primera Comunión, la catequista decía, para meter miedo, que «Dios penetra hasta nuestros más íntimos pensamientos», vivíamos angustiados. Eso era o es, espionaje divino. El otro relato mítico, que se daba por real, era el del Ojo de Dios, mediante el cual espiaba
a Caín después que mató a su hermano Abel con una quijada de burro muerto, porque vivo no podía. Ese Ojo de Dios lo espiaba por todas partes, aun cuando se escondiera en lo más profundo de la tierra.
De manera, pues, que eso de «espiar», que ahora se hace con diminutos y sofisticados instrumentos es, ni más ni menos, de origen divino.