Aunque algunos participantes hiperbólicamente optimistas consideran que la Cumbre Climática realizada durante dos semanas en el balneario mexicano de Cancún logró resultados positivos en la lucha contra el calentamiento global, conviene mencionar la síntesis del periodista Stephen Leahy, de la agencia de noticias IPS: «Si el éxito se logra dejando para después las decisiones difíciles, entonces la reunión fue exitosa porque pospuso la adopción de metas cruciales sobre la reducción de gases invernaderos, financiación y bosques para la próxima conferencia», que será realizada dentro de un año en Sudáfrica.
Tal como se temía -y yo lo presumí desde sus inicios-, el encuentro mundial no logró los objetivos deseados, y aunque no se le puede calificar como un rotundo fracaso, sí es legítimo afirmar que el éxito estuvo muy lejano de las expectativas que se habían forjado numerosos ambientalistas de instituciones no gubernamentales, especialmente por la reacia oposición de las poderosas naciones de apoyar iniciativas encaminadas a disminuir drásticamente la emisión de dióxido de carbono.
Efectivamente, Estados Unidos, Canadá, Rusia y Japón consiguieron evitar la firma de un tratado vinculante en torno al reconocimiento de que las reducciones de gases de efecto invernadero deben dar respuesta a la recomendación científica en cuanto a que el aumento aceptable de la temperatura mundial debe mantenerse entre 25 y 40 % menos de emisiones para 2020, respecto a los volúmenes de 1990, y que el incremento aceptable de la temperatura mundial debe mantenerse debajo de los 2 grados, en vez de llegar a los 2 grados, como sostenía el Acuerdo de Copenhague.
Es más, esas potencias, que emiten el mayor volumen de dióxido de carbono y cuyos efectos se extienden a los habitantes de todo el planeta, advirtieron que no aceptarán un segundo compromiso en el marco del Protocolo de Kyoto, a lo que se añade la negativa de Estados Unidos a ratificarlo. La actual meta de Kyoto, de abatir las emisiones en 5.2 % en relación a 1990, debería alcanzarse en 2012, y aunque la mayoría de los países desarrollados que suscribieron y ratificaron el mencionado protocolo cumplieron con sus obligaciones, Canadá hizo lo contrario, al elevar su contaminación climática en 30 %.
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Adicionalmente, Estados Unidos, Canadá, Rusia y Japón presionaron para que se abandonara el Protocolo de Kyoto, el único tratado obligatorio sobre cambio climático, para ser reemplazado por una mera promesa y un sistema de revisión, como lo propone el débil Acuerdo de Copenhague.
Como resultado de la postura intransigente de esas naciones, los documentos contendidos en más de 100 páginas que conforman los «Acuerdos de Cancún» no provocarán ningún efecto tendiente a abatir las emisiones de gases que están calentando al planeta. Empero, los participantes más optimistas consideran que lo acordado en el citado balneario mexicano sienta las bases para la suscripción de un tratado real que eventualmente se adoptará en la 17 Conferencia de las Partes (COP 17) de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático, a realizarse en noviembre de 2011 en Durban, Sudáfrica.
«El pacto logrado es totalmente inadecuado y podría conducir a un cambio climático catastrófico», advirtió el presidente de Amigos de la Tierra, Nnimmo Bassey, mientras que el experto Pablo Solón teme que si no se llega a un acuerdo el año próximo la temperatura media mundial podría alcanzar un aumento de más de 4 grados.
(El teacher George Romualdo Bush Tishudo, en el curso de español de tercer grado de High School, en una ciudad de Estados Unidos, al enseñar sobre el cambio climático y sus efectos en el ambiente, pregunta a un alumno: -¿En cuántas partes se divide la Naturaleza? El joven escribe en la pizarra: -Na-tu-ra-le-za).