Poschavismo


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El estado de salud del presidente Hugo Chávez tiene en vilo a los países con algún tipo de interés en las relaciones con Venezuela. La ansiedad trasciende los hogares del país del sur y sume a los políticos en una incertidumbre en el que sin duda barajan posibilidades en el momento en que ocurra su desaparición física.

Eduardo Blandón


Lo constaté recientemente en mi visita a Nicaragua. El tema Chávez ha permeado en la sociedad y usted puede hacer conjeturas casi con cualquiera de la calle. Los nicaragüenses saben que el Presidente venezolano ha sido (es) amigo incondicional de Daniel Ortega y que su ausencia podría causar algún torbellino nacional.

Así lo estiman también los empresarios quienes aunque “políticamente correctos” critican al, según ellos “tirano” y “dictador”, en lo privado hacen negocios con el país del sur. Los empresarios nicaragüenses saben que no es buena noticia lo que ocurre ahora en Venezuela, más aún cuando son conscientes que la oposición anda en alas de cucaracha y sus propuestas no cautivan a la población de ese país.

No sé si ocurre lo mismo en Guatemala, pero me temo que la preocupación no deja indiferentes ni a empresarios ni a políticos.

El punto es que Venezuela, con Hugo Chávez a la cabeza, ha sido pieza clave en los vaivenes políticos de los últimos 14 años.

Chávez ha sido un líder indiscutible (con sus pros y contras) que ha amargado profundamente a los políticos opositores y ha trazado sendas nuevas que otros se han sentido obligados a seguir.

Quizá lo que convenga ahora sea establecer escenarios en el que Hugo Chávez desaparezca para rescatar no solo las buenas relaciones con el pueblo venezolano, sino continuar con las políticas comerciales de tanto beneficio para todos. Desde ya es oportuno estudiar con detalle lo que acontezca para establecer comunicación y diálogo con los herederos del chavismo.

Los políticos deben ir más allá del discurso ideológico para potenciar una relación de interés económico para la población. No se trata de pactar con el diablo (no nos pongamos tan exquisitos en el tema), pero sí estar urgidos por la praxis que nos vuelve menos rígidos y con apertura a otros discursos. Flexibilidad que no traicione principios ni autonomía, pero que permite el acceso a recursos de beneficio común.

Hoy por hoy la tenemos difícil. Como ha dicho el analista Ignacio Ávalos, “treinta millones de venezolanos, treinta millones de oncólogos”. Navegamos por el mar de la chismografía política y la incertidumbre, pero mientras llega el momento en el que los hijos de Bolívar muevan sus piezas, nosotros debemos estar preparados.