No sé si a todos les ha ocurrido, pero desde que empecé a vivir entre los mortales (antes habitaba en otro mundo) frecuentemente me he preguntado si existe una forma de ganarse la vida sin sacrificarse tanto. Imagino que la pregunta es, digamos, «natural», en un espacio vital hedonista y donde el enemigo a vencer es el dolor y cualquier tipo acción que genere malestar.
La primera vez que me hice la pregunta estaba en crisis existencial. Era el año 1996 y me estrenaba en el universo laboral como periodista para un diario electrónico llamado «Agencia Guatemalteca de Noticias» (Notigua). Yo procedía de un mundo feliz y me topé que la vida era diferente: más de ocho horas de trabajo, jefes que presionaban y exigían sin que pagaran puntualmente, espacio físico limitado, ausencia de diálogo y la prohibición expresa o tácita de estudiar. No puede ser, me decía, si esto es la vida ahora empiezo a entender a Sartre, Camus y todo el existencialismo filosófico antes estudiado en la universidad.
Siempre tuve el presentimiento, sin embargo, que había una vía decente. Pero como no conocía la vida sino en los libros, regularmente preguntaba a los colegas si era posible «trabajar menos y ganar más». Ellos que eran buenas personas me hablaban del amor a la profesión, de la vocación periodística, del sacrificio y un etcétera que yo conocía perfectamente porque yo era un buen predicador de esas cosas en mi vida pasada. Pocos me compartían lo que quería oír y, a veces, en lo secreto de mi corazón, me entristecía mucho porque miraba pasar los días sin que en realidad muchos sueños se hicieran realidad.
Todo este rollo viene porque aun y cuando he superado esa vida tormentosa y tengo tiempo hasta para cambiar los pañales de mi hijo, ayer todavía compartíamos con los amigos la misma pregunta de hace más de diez años: ¿Es posible trabajar menos y ganar más? ¿Es posible ganar mucho dinero por la vía legal? Y ahora escucho otras ideas: «Legalmente es imposible. Hacer dinero lleva tiempo y debe pagarse el precio. Si tú quieres ser rico debes renunciar a quitarles el popó a tus hijos». Otro me dijo que el camino político era una vía de atajos, pero que también había que pagar el precio. «La opción política, dijo otro, linda en la ilegalidad y es fácil embarrarse de «caca» (por lo visto caímos en una especie de «coprofilia»).
A veces he llegado a sentir vergí¼enza incluso por hacerme la pregunta. No será, me digo, que ya quiero jubilarme (aún sin llegar a los cuarenta años). Pero, lejos de todo sentimiento de culpa, fundamento la licitud de la curiosidad por el valor concedido al tiempo libre, al ocio, al deseo de realizarme en actividades que eviten el estrés, en el bien que produce la conversación con los amigos, en tomar vino, en visitar otros países y en la idea de que sólo deben trabajar los adictos al trabajo (no hay que quitarles impulso a los muchachos).
Yo creo en un sistema que se base en el trabajo de los que no pueden vivir sin trabajar. Hay que permitirles que se desgasten, que no tengan hijos, que no descansen y que se sientan felices por la obra material producida. Es más, hay que incentivar en ellos esa idea, hay que decirles que el mundo depende de ellos, que Dios quiere su aparente sacrificio y que la humanidad les erigirá un monumento. Los demás deberíamos poder vivir con nuestras familias, leer muchos libros, ir al cine y morir felizmente en la cama de la casa rodeados de los seres queridos y asistidos por un médico.
No se me mal interprete, trabajar es bueno y seguramente es un factor importante para ser dichosos. Sólo digo que deberíamos aspirar a una vida en donde el trabajo no lo es todo en la vida y no nos enferma. Un sistema en donde quede tiempo incluso para escribir de la importancia del ocio y permita a las personas soñar mientras otros se matan haciendo el pisto de sus jefes. ¿No cree usted que es posible?