«Por una bala perdida, Elisa cayó»


Elisa Reyes al lado de su esposo í“scar (derecha) e hijos en reunión familiar

El 24 de diciembre de 2009, Elisa Reyes ingresó a la larga lista de ví­ctimas de las balas perdidas, que son ocasionadas por la violencia y la práctica irresponsable del tiro. Las reformas a la Ley de Armas y Municiones han logrado regular el uso de las armas de fuego, pero aún así­ no existe un registro de huella balí­stica que permita reconocer la procedencia de las balas y conocer el rostro de quien jaló del gatillo. Mientras tanto, la lista crece al ritmo del dolor de los guatemaltecos que pierden a un familiar o amigo como consecuencia de la imprudencia e irresponsabilidad.

Mariajosé España
mespana@lahora.com.gt

Trabajadora Social y catedrática de la Usac, reconocida por impulsar el desarme dentro de esa casa de estudios

«El 24 de diciembre, a la medianoche, era una tradición familiar disfrutar de toda la luminosidad de la pirotecnia en un ambiente de júbilo y felicidad». Así­ inicia el relato de í“scar Sacahuí­, quien en tan solo unos segundos, durante una celebración navideña, perdió a su compañera de vida: Elisa.

«Como siempre, en los últimos 32 años, el primer abrazo lo hací­amos como pareja de esposos (…) luego procedimos a abrazarnos con nuestros hijos cuando súbitamente mi esposa cayó como abatida por un rayo, sin que nadie de los aproximadamente 20 miembros de la familia que nos encontrábamos reunidos tuviera conciencia de qué estaba pasando», cuenta.

Después de los momentos de felicidad que inundaban a la familia Sacahuí­ Reyes, solo transcurrieron unos instantes en los que todo cambió. La mirada de Elisa estaba perdida y no respondí­a a ningún estí­mulo. Al recostarla en el suelo, para evaluarla, descubrieron que su cabeza tení­a una hemorragia abundante.

Al llevarla al Hospital General San Juan de Dios, los médicos le encontraron un proyectil de arma de fuego incrustado en el cráneo. Unas 14 horas después del impacto falleció Elisa Reyes de Sacahuí­, catedrática de la Universidad de San Carlos de Guatemala y promotora en contra del uso de armas de fuego dentro de esa casa de estudios.

En esa Navidad se conoció de otros seis casos de personas que fueron impactadas por disparos hechos al aire.

MíS VíCTIMAS

Citando otros casos, el jueves 26 de marzo del 2009, a las 6 de la mañana falleció Anthony Josué, un bebé de dos meses, durante un ataque a un bus urbano en Canalitos, zona 18; la bala que no iba dirigida hacia él, pero impactó en su pequeño abdomen, causándole la muerte inmediatamente.

El 1 de febrero de 2010, una niña de 2 años, que resultó herida por una bala perdida tras un tiroteo en La Terminal, zona 4, murió horas después por la gravedad de las lesiones. El hecho ocurrió cuando el denominado grupo paralelo «íngeles Justicieros» disparó contra un presunto delincuente, alcanzando una de las nueve balas a Susana Aracely Rafael Rafael.

De esta forma se pueden citar varios casos, en los que el arma de fuego es la causante de la muerte de personas que no estaban en el lugar indicado, ni a la hora indicada. Pero el responsable es siempre una persona y pocas veces se conoce su identidad.

Las ví­ctimas que resultan ser más vulnerables a este tipo de sucesos son los menores de edad. Según estadí­sticas que muestra la Fundación Sobrevivientes, durante el 2010 han sido aproximadamente 400 infantes los que han muerto por impactos de arma de fuego.

Pero Elisa tení­a 55 años de edad, por lo que ella pasó a ser parte de otro listado. De forma «alentadora» el Ministerio de Gobernación afirma que diariamente mueren de forma violenta 14 personas, por lo que para en el 2009 se puede mencionar que murieron alrededor de 5 mil 475.

PORTACIí“N DE ARMAS

La época navideña se presta para la utilización de forma irresponsable de las armas de fuego. «Hay personas que en lugar de quemar cohetillos hacen disparos al aire, sin pensar que esas balas tienen que caer en algún sitio o en alguna persona; es momento que hagamos un alto y empecemos a reflexionar de lo que estamos haciendo», menciona Norma Cruz, de la Fundación Sobrevivientes.

Según la Dirección General de Control de Armas y Municiones -Digecam- del Ministerio de la Defensa Nacional, durante el año 2009 se emitieron 45 mil 971 licencias para la portación de arma de fuego y para el 2010 fueron 44 mil 938. En total se registran 90 mil 909 licencias desde que se fundó el Digecam.

Los datos citados sólo dan cuenta que casi un millón de personas están armadas en Guatemala de forma legal, sin tomar en cuenta el negocio ilí­cito de tráfico de armas, que se encarga de equipar a los grupos ilegales en el paí­s.

En el año 2009 se aprobaron reformas a la Ley de Armas y Municiones, que contemplan una serie de cambios y regulaciones, que buscan tener más control del armamento que entra y se comercia en el paí­s.

«Como institución impulsamos la reforma a la ley de armas y municiones, fue un esfuerzo mutuo de otras doce organizaciones en sus distintos espacios», cuenta Sergio Limatú, educador del Instituto de Enseñanza para el Desarrollo Sostenible, IEPADES.

Es una ley muy criticada, pero IEPADES reconoce que ha tenido efectos positivos; uno de ellas es que se disminuyó el número de municiones a que cada persona puede optar; antes de la reforma se podí­a optar por 500 municiones diarias, a lo que hoy en dí­a se reduce a 250 mensuales.

En la renovada ley también se menciona la penalización para las personas que realizan disparos al aire, quienes pueden llegar a ser condenadas de seis a ocho años de cárcel, si se demuestra la responsabilidad.

La laguna existente en esta ley es que aún no se ha incorporado el tema de la huella balí­stica, por lo que resulta muy difí­cil proceder contra los responsables como sujetos procesales de delito. «Sí­ existe el registro, pero es muy elemental y muy artesanal la forma de búsqueda», explica Mario Mérida, experto en seguridad, al mencionar que al encontrar el cascabillo de una bala, se puede identificar el origen del arma sólo si se tiene ésta de prueba.

Existen severas sanciones para los sujetos que son descubiertos disparando en la ví­a pública, pero si no son vistos, no hay manera de sancionarlos ni de darle seguimiento a quien causó daño de forma material o humana. «Lo que sucede es que las leyes se hacen pero la parte más crí­tica es la implementación y el apoyo tecnológico para hacerlo eficiente, y eso no se piensa en el momento en el que se redactan las leyes».

Lo que resalta Mérida, es la falta de una cultura en relación a quienes portan armas de fuego. «No hay una polí­tica orientada a este esfuerzo, que en este caso tendrí­a que ser impulsada por el Digecam, pero como la ley no lo establece tampoco se hace la iniciativa, o se trata de construir esa cultura».

El coronel Guillermo Mejí­a Rivera, subdirector del Digecam, responde: «hace algún tiempo hicimos una campaña para el uso responsable del arma. Lo que sí­ hacemos es un examen psicológico para saber quién está apto para darle la licencia, pero que tengamos algo en sí­ mismo para instar a las personas a no hacen disparos al aire, no tenemos».

CULTURA DE VIOLENCIA

La violencia en Guatemala es un fenómeno que se ha ido naturalizando, al igual que las armas, al ser el principal instrumento que la genera, por lo que en los últimos tiempos la población ha ido paulatinamente asumiendo que la violencia es parte del «paisaje», explica Marco Antonio Garavito, director de la Liga de Higiene Mental, quien manifiesta su preocupación frente a la constante exposición de la violencia. «Es algo muy delicado ya que se empieza a creer un fenómeno de deshumanización».

Garavito también hace mención del fenómeno ejemplificante de la violencia, que se refiere a que las personas actúan de una u otra forma aunque no hayan sido ví­ctimas directas de algún hecho violento, por ejemplo, «el evitar pasar por una calle sólo porque nos contaron que ahí­ asaltan, aunque a nosotros nunca nos haya sucedido algo ahí­», explica.

La violencia genera conductas en lo inmediato, como el no ir a ciertos lugares en horas de la noche; y lo más preocupante, son las conductas a largo plazo que genera, como la pasividad en el ciudadano, que cada vez lo hace menos participativo y ajeno a lo que no le conviene.

«Las personas resultan estar más encerradas que los propios reos al poner rejas y candado a sus hogares, resultando otro mecanismo para la violencia el armarse». Lo anterior, según Garavito, es una explicación de los mecanismos individuales que sólo forman islas entre una población armada, altamente vulnerable a los hechos delictivos.

La preocupación de Garavito es que el incremento de la violencia puede llevar a fortalecer una sociedad sin ejercicio ciudadano en el sentido en que si individualmente se quiere resolver los problemas fundamentales de una sociedad, nunca se logrará, a menos que sea con un verdadero esfuerzo colectivo y social.

PARA FIN DE Aí‘O NO MíS ARMAS


Una de las actividades con más impacto social que realiza Red por la Vida es el intercambio de juguetes bélicos por juguetes tradicionales.

Esta actividad la realizan cada año en la época de Navidad, con el objetivo de borrar la cultura de violencia con los más pequeños, evitando el acceso a juguetes bélicos. «He visto en las áreas donde trabajamos que la situación mejora en esta época, ya que cada vez los padres de familia se involucran más en qué regalarle a sus hijos».

El mensaje principal de este intercambio de regalos, es disminuir los actos de violencia a causa de las armas de fuego, teniendo en cuenta las ví­ctimas que han fallecido un 24 de diciembre por aquellas balas que iban hacia el cielo.

«Piense que con un acto de irresponsabilidad puede cortar una vida productiva, puede sumir a toda una familia en una pesadilla, puede provocar un dolor indescriptible y se puede convertir en un homicida», menciona don í“scar Sacahuí­.

El impacto que tuvo la muerte de Elisa Reyes en su familia, amigos y compañeros fue tan grande que conformaron la Coordinadora para la Eliminación de la Portación de Armas de Fuego dentro de la Universidad de San Carlos de Guatemala -CEPAF-. La principal lí­nea de trabajo de la CEPAF es formar una asociación con el nombre de Elisa y trabajar a nivel de toda la República en contra del uso de las armas.

«Platiquemos con las personas que realizan este tipo de prácticas absurdas; que les cuenten lo que le pasó a mi madre, ella era una profesional, una gran mujer y se truncó su vida y la de mi familia (…) queremos que esto suene fuerte en esta Navidad. No le deseamos ni un mí­nimo de este sufrimiento a nadie más», expresa el hijo mayor de Elisa, í“scar.

La Red por la Vida aglutina a doce organizaciones sociales, entre las que se encuentran Caja Lúdica, IEPADES, la Comisión de Justicia y Paz de la Familia Franciscana, Jóvenes por la Vida y otras, que trabajan en contra de la violencia armada. La mayorí­a desarrolla su trabajo con jóvenes de áreas vulnerables, que son acechados por el narcotráfico, las armas, drogas y la estigmatización generacional.