Por todos lados están pidiendo presencia del Ejército


El presidente que tenemos desde el 14 de enero/08, don ílvaro Colom, en sus frecuentes visitas a los departamentos está viendo cómo andan las cosas proyectadas al interés de las comunidades de los ambientes urbano y rural.

Marco Tulio Trejo Paiz

Es realmente significativo que la gente esté pidiendo como a gritos, entre tantas y tantas cosas, aprovechando las giras del gobernante hacia «el interior» (así­ se ha dado en llamar al resto del paí­s), que vuelvan a establecerse los destacamentos del Ejército Nacional que anteriormente cuidaban la «milpa»; es decir, que velaban por la seguridad de los habitantes y, desde luego, de nuestros derechos soberanos en general.

Indudablemente, el elemento militar ha merecido la confianza que ahora no mucho infunden las autoridades civiles que, se supone, fueron creadas para velar por la integridad fí­sica de las personas y sus bienes.

La situación de inseguridad personal y patrimonial reinante en las ciudades y en los campos es de suyo grave, muy preocupante, muy alarmante.

El vandalismo se recrudece más y más en casi todos los ambientes urbanos y rurales. Todos los dí­as cobran ví­ctimas mortales, incluso de seres inocentes, entre hombres, mujeres y niños, cuyos cadáveres aparecen baleados en calles, en barrancos, en matorrales, en cunetas, en caminos y veredas. Son desalmados; se han deshumanizado, embrutecido o enloquecido quienes trajinan en esas charcas de sangre; en esas acciones de muerte, de leso humanismo.

Guatemala está ocupando primeros lugares en todo lo negativo que uno pueda imaginarse. Mala fama tenemos a escala internacional, tanto es así­ como que se están haciendo advertencias, a la gente que gusta viajar, para que se abstenga de poner sus plantas en nuestro suelo porque impera gran peligrosidad. De esa guisa, el turismo está mermando cada vez más, afectando la economí­a.

En realidad, virtualmente se han generalizado el crimen común y el crimen organizado. ¡Aliviados estamos!

Y, desgraciadamente, la impunidad está como estimulando a individuos que vienen atentando contra la seguridad, sobre todo contra la vida de las personas y de sus haberes. Los tribunales de justicia y la carabina de Ambrosio vienen siendo la misma «plor ploreada»…

Hay razón, entonces, para que muchas comunidades de la República, presas de la desesperación, de la zozobra, de las amenazas y de las acciones de los criminales, estén demandando que los contingentes militares retornen de nuevo a los diferentes lugares para enfrentar a los desenfrenados y desalmados criminales de toda calaña.

Como es sabido, al elemento castrense le han atribuido lo peor del chisporroteo que duró 36 sangrientos años.

Los remicheros pretendí­an con sus acciones de «pegar y correr», nada menos que cambiar la institucionalidad democrática -digamos que democrática- de este jirón de la patria centroamericana, y no precisamente tirando confeti al que llamaban «enemigo» que se defendí­a a tono con las crepitantes circunstancias.

Hay lugares en los que, por los lamentables saldos macabros que dejó la fiesta brava de más de tres décadas, no se ve de buen talante a todo lo que representa la institución armada, pero, en otras regiones, sí­ goza esa institución de la simpatí­a del conglomerado ciudadano. En oriente, por ejemplo, hasta se dice que los oficiales solteros que llegan a prestar sus servicios pierden la solterí­a y, si son casados, pueden parar divorciándose… Eso ya da una idea de las simpatí­as para con los hombres de uniforme.

En la capital vemos que contingentes de tropa coadyuvan en las tareas de la Policí­a Nacional Civil a contrarrestar, en la medida de las posibilidades, los hechos atinentes a la parranda larga de la violencia criminal de todo tipo.

Pensamos que está comenzando a expresarse el ánimo a lo alto del gobierno en cuanto a reforzar la fuerza pública con el propósito de atenuar, al menos, la situación que se ha enseñoreado de la patria y que, por cierto, es más de atrocidad que de tranquilidad y de seguridad.