En esa línea de pensamiento y en cuanto a la América Latina actual, el triunfo de la Revolución en Cuba el 1 de enero de 1959, y lo que empieza a acontecer a partir de la llegada al poder del presidente Hugo Chávez en Venezuela, del arribo al gobierno del presidente Evo Morales en Bolivia, y del presidente Rafael Correa en Ecuador, es la continuación histórica en las condiciones de nuestra época de las formidables hazañas independentistas y libertadoras iniciadas por Martí, Bolívar, Artigas, San Martín y, en nuestro país, por el prócer Pedro Molina.
En tales condiciones, el punto de definición de los revolucionarios de hoy pasa por la posición que se asuma en relación a la defensa, apoyo y solidaridad con la lucha de los pueblos hermanos de Cuba, Venezuela y Ecuador, sin ignorar que el deber primordial de cada uno y del movimiento social y popular en general reside en la fidelidad y lealtad a la causa revolucionaria y progresista en nuestro propio país.
Y es que lo que pasa a estar cada vez más a la orden del día en la mayoría de países de nuestro Continente, es la lucha por las transformaciones revolucionarias que cambien de raíz el estado actual de cosas.
Por lo que a mi respecta, a diez años de distancia, crítica y autocríticamente me doy cuenta que, entre otros, tres son los errores que más pesan políticamente en mi contra.
El primero fue haberle propuesto al Comité Central del PGT, en abril de 1997, la disolución del partido, a fin de darle paso a la construcción de la fuerza política que uniera a las izquierdas en el país después de la firma de la paz. El CC lo aprobó por unanimidad. El segundo, fue no haber renunciado a URNG al día siguiente de haber concluido el período legislativo para el que fui electo en 1999. Y, el tercero, haberme adherido al llamamiento de MAIZ en la esperanza de que a partir de ahí el movimiento revolucionario se reencauzaría por la vía correcta.
En cuanto a mis propósitos para el año entrante, los resumo diciendo que lo más importante es no olvidar nunca lo mucho que hay que aprender para llegar a saber ser consecuente por siempre y hasta el final, sin estar organizado como debería de ser.