A principios de los años 40 del siglo pasado conocí a un hermano sólo de padre de mi papá. Se llamaba Mario. Me parece que era impresor. Para mí siempre fue un misterio en donde residía, salvo el breve tiempo que estuvo en donde nosotros vivíamos en aquel tiempo. Lo que sí sabía es que era un lector asiduo, disciplinado. De lo que hablaba conmigo, mucho se refería a sus lecturas. Cuando tenía 14 años me prestó un libro de lo más interesante en el que con minuciosos detalles, para mi desconocidos, se hablaba de la adolescencia y juventud de Jesús, los lugares donde estuvo y los estudios que hizo. Lo leí despacio. Sin la prisa del lector que quiere terminar su lectura para saber el desenlace.
Fue a partir de entonces que empecé a descubrir el lado humano de aquel Hombre que después, y luego que leí dos de las obras fundamentales de Nikos Katzanzakis: Cristo de nuevo crucificado y La última tentación, me percaté que lo que de í‰l conocía iba más allá de lo escrito en los Evangelios por Mateo, Marcos, Lucas y Juan, lo consignado en los Hechos de los Apóstoles, el contenido de las Cartas de Pablo a los Corintios, y de la única que escribió Judas Tadeo, el bueno y, según creo, el más leal y consecuente de sus Doce acompañantes más cercanos.
Un día de tantos, se supo que Mario había muerto repentinamente. No había cumplido 35 años. Sus pocas pertenencias quedaron en poder del dueño de la casa en que alquilaba un cuarto cerca de la iglesia de Santa Marta, según lo supe después. Lo que mejor guardo de él es el recuerdo de lo que conversábamos la mañana de los domingos en que llegaba de visita a la casa.
Me percato, además, que fue él quien me dotó de los primeros rudimentos para una interpretación objetiva de la historia, y que me enseñó a saber ser riguroso y estricto conmigo mismo. Me solía decir que cuando se está en los días finales del año, se sienta uno propenso a hacer el balance de lo hecho, lo que se dejó de hacer, los logros alcanzados y los errores cometidos. Era para él algo necesario y sólo tenía sentido si se complementaba con los objetivos a proponerse para el año siguiente.
En apretadas líneas intento reconstruir lo que me refirió más de alguna vez. Hay momentos decisivos de la historia, me decía, que se gestan al calor de grandes movimientos y luchas que movilizan, unen y organizan a quienes tienen sed y hambre de Justicia, a los marginados, los excluidos, los discriminados, los explotados y oprimidos. Cuánta razón tenía cuando me habló de que al esclavismo romano lo sustituyó el feudalismo de la Edad Media y de las ruinas del atraso feudal emergió la sociedad capitalista de la opulencia egoísta. Se abrieron a la vez, enfatizaba, las esclusas para la emancipación de los pueblos y el anhelo de edificar una etapa superior de desarrollo y progreso.