¿Por qué orinan en las calles?


Debido a que en fin de año el ritmo noticioso baja, me enfocaré en un tema que es, más bien, baladí­, pero que sin duda forma parte de nuestro espectro polí­tico-social: es esa mala maña de ver, al menos una vez al dí­a, a una persona orinando en la calle.

Mario Cordero ívila
mcordero@lahora.com.gt

Sí­, es desagradable. Lo que no se entiende muy bien, es que cómo una persona no es capaz de dominarse para llegar hasta un servicio sanitario; o más bien, no es que no pueda llegar, sino que no se molesta en buscarlo.

Considero que la razón es que en el inconsciente colectivo de la estirpe de los meones, no hay respeto alguno por los demás, ni por la pared de la casa que usan como paredón, o de la llanta del carro donde se taparon un poco, haciéndonos creer que tienen un poco de decoro al tapar la visual para sus partes pudendas.

¿Acaso no hay una Policí­a Anti-Bish? O, al menos, ¿la Policí­a Nacional Civil no puede actuar en estos casos, al menos llamarles la atención? Estas preguntas son ociosas, ya que, como todos sabemos, ni siquiera pueden evitar crí­menes que afectan a la integridad humana, mucho menos van a estar preocupados por un meón.

Pero precisamente ése es el problema. La impunidad en el paí­s afecta a todos los niveles. Si unos diputados se embolsan Q82 millones, ¿qué daño harí­a una pequeña orinada en esta pared? Y es que, ¡CLARO!, si nuestros funcionarios diariamente se defecan en la solicitud del DPI, en los proyectos de ley, en las licitaciones, en el diseño de puentes, etcétera, ¿qué más da orinarse en la calle?

Obviamente, nuestras ciudades no están en Europa, donde se encuentran baños públicos, gratuitos e higiénicos, al alcance de todos, pero cabe señalar que buena parte del problema de salud pública de la plaga de orines es que no hay infraestructura adecuada para que una persona, tranquilamente, evacue sus necesidades fisiológicas. Pero es muy ingenuo de mi parte esperar que se construyan cómodos edificios para orinar, cuando las principales carreteras del paí­s están en mal estado, o bien las colonias se hunden por colectores sin mantenimiento.

Ante la falta del servicio de sanitarios públicos, nos damos cuenta, pues, de que se ha privatizado el acceso a hacer bish en privado; y esto, sin que haya sindicatos o estudiantes pro educaciones autónomas que se hayan pronunciado contra la privatización de este fenómeno. Es irónico, por ejemplo, que para hacer uso de un baño de un restaurante, el cajero exija al meón que, al menos, compre una botella de agua pura. ¡UNA BOTELLA DE AGUA PURA PARA EL MEí“N! De esa forma lo esclavizan y lo condenan a un cí­rculo interminable de estar alquilando baños privados al costo de más agua.

Y, ya que está de moda la solidaridad, también es importante analizar que ya es casi imposible que un vecino buen samaritano preste gratuitamente el baño a un desconocido meón, porque, ya sabemos cómo es el paí­s, que los ladrones, extorsionistas y secuestradores, han apelado a artimañas como la de «Présteme su baño, seño», y ¡JUíS!, se apoderan de la casa hasta vaciarla.

No, el meón no tiene la culpa, sino es el sistema, y el mismo sistema lo empuja (o lo invita) a hacer bish en la calle con completa impunidad.

Sin embargo, la próxima vez que vea a alguien orinando (¡no digamos defecando!) en la calle, pregúntese: ¿Por quién habrá votado este fulano en las elecciones pasadas? Comprenderá la razón del porqué estamos como estamos.