POR MARIO CORDERO íVILA
«Sólo me queda esperar y aguantar; quizá algún día Dios se despierte de buen humor y nos resuelva nuestros problemas.»
Lupita López, personaje protagonista de la telenovela mexicana «La pícara soñadora» (1991), personificada por Mariana Levi (1966-2005).
La crisis de la modernidad ha provocado una profunda decepción en la humanidad de todo aquello en lo que creía. El mundo posmoderno se caracteriza, entre otros aspectos, en que es profundamente incrédulo y ha sido muy crítico con las metanarrativas, es decir -en términos de Lyotard- todas aquellas historias o mitos en los cuales se creían desde hacía mucho tiempo y que no habían sido puestos en duda. Por ejemplo, la religión.
La religión, dicho sea de paso, ha sido el ámbito en donde más se han esforzado por mantener las metanarrativas. Ha sido, también, el ambiente que más exige a sus seguidores creer sin pruebas, acción a la que han llamado fe, la cual antes movía montañas, pero hoy día no movería ni siquiera una hoja de un árbol.
La mayoría de las religiones suponen un conocimiento de Dios con base en la aceptación de los postulados, del credo y de los preceptos. Aunque para las religiones, la experiencia íntima con Dios es muy importante, ésta sólo se ha reducido en seguir los rituales, los cuales se han convertido en demasiado simbólicos, y muchas personas los presencian sin saber exactamente qué está ocurriendo en las ceremonias religiosas.
En tiempos de la Reforma, ya Martín Lutero criticaba el hecho de que la Iglesia católica se mostraba reacia a no dejar que la persona interpretara por sí misma la Biblia; en cambio, se proponía que era la Iglesia, a través de sus representantes (obispos, presbíteros y diáconos), quienes dieran a los creyentes este conocimiento con sus propias palabras.
Algo habrá cambiado con la crítica de Lutero, pero no del todo. Hoy día, aún las iglesias tienen problemas para readecuarse a los cambios de la época, y, por ejemplo, hoy día no saben cómo enfrentarse a la homosexualidad, el aborto, el control natal o el sacerdocio femenino, por mencionar algunos ejemplos.
Algo habrá cambiado, como dije, y ha habido algunos avances dentro de la Iglesia, sobre todo la católica, como reconocer sus errores del pasado y pedir perdón por ellos, o, por ejemplo, o la revisión de la veracidad de los santos patronos, una especie de metanarrativas dentro del mismo culto.
SANTOS
En febrero de 1969, Paulo VI ordenó revisar el calendario litúrgico para suprimir a los santos de cuya existencia no hubiese pruebas (lo cual no quiere decir que los «descanonizaran», si no simplemente que no es obligatorio celebrarlos).
De algunos santos, se tuvo algunas dudas de su historicidad, como es el caso de San Jorge, patrón de Inglaterra, quien, con el sólo hecho de haber luchado contra un dragón, era presumible que no había sido cierto.
Un ejemplo bastante cercano es la reciente celebración de San Cristóbal, que en Guatemala se toma como el Santo Patrono de los pilotos de buses. De este santo, se duda de su veracidad, y se determinó que su celebración es libre, mas no obligatoria.
Es decir, desde el punto de vista de la Iglesia católica, no hay suficientes pruebas de la historicidad de este santo. Sin embargo, aún es viernes se celebró una misa en honor del Día de San Cristóbal, y para rogarle a él por la protección de los pilotos del transporte público, que tanto han sufrido por la violencia.
Quizá el error sea pedirle a un santo del que se cree que no existe.
ENTONCES, ¿EN QUí‰ CREER?
El mundo actual es, como mencioné anteriormente, escéptico. Sólo se cree en lo sensorialmente comprobable. En lo que se puede ver, tocar, oler u oír. Es por ello que hoy día se tenga más confianza en el dinero, las posesiones materiales y los bienes, porque tenerlos da seguridad, en vez de confiar en la Providencia o en otro precepto religioso difícil de comprobar.
Sobre todo, en un mundo en que los pobres cada vez son más pobres, el hecho de confiar en que, a pesar de lo mal que está todo, se va a mejorar, es muy difícil. Pienso, por ejemplo, en un país como Guatemala, en que se va de mal en peor, sobre todo en materia económica y de seguridad, en que la población va perdiendo cada día más la esperanza, en especial porque ve a los funcionarios estar cada vez mejor, y el pueblo cada vez peor.
¿En quién creer, pues, si las autoridades no responden? ¿En qué creer, pues, si ya queda cada vez menos cosas a las cuales aferrarse?
Y es que creo que el ser humano, por su misma naturaleza, se resiste a abandonarse, a tirarse a la basura y esperar la muerte. Por alguna razón, la mayoría de personas -con excepción de los suicidas- deciden levantarse cada día y creer que, quizá, algo cambie.
El presidente de Guatemala, ílvaro Colom, vertía frustrantes declaraciones hace algunas semanas, y pedía a la población «aguantarse» ante la violencia, o pedía a la gente que «se cuide» se viaja por el transporte público. ¡Qué desastre! Y si el encargado de ofrecer seguridad, reconoce implícitamente que no la dará, entonces, ¿qué hacer?
Considero que, justamente, cuando ya no hay nada ni nadie en qué creer, es precisamente el momento en que más hay que creer que todo puede cambiar. No se puede simplemente dejar de creer en algo, porque inmediatamente provocaría que amanezcamos muertos, o bien, caminemos muertos en vida.
DON BOSCO
En realidad, estas reflexiones me surgían en torno a la gira de las reliquias de Don Bosco, o San Juan Bosco, el santo italiano del siglo XIX, cuyo carisma se encuentra muy arraigado en muchas personas de fe católica.
Este fin de semana, arriban a Guatemala las reliquias de Don Bosco y, me parece, que ha provocado gran expectativa entre la población católica. ¿Por qué creer en un santo, cuando hay santos que la Iglesia ha dicho que no existen? Pues, simplemente se cree porque ya no hay más en qué creer.
Además, dicho sea de paso, Don Bosco ha sido reconocido como un santo en vida, y su vida y obra son más comprensibles a plena luz de un siglo XXI caracterizado por la duda. El santo italiano realizó su obra con sus propias manos, además de que enseñó a tener fe siempre, en la Providencia divina, pero no como la del maná que cae del cielo, sino en reconocer en la solidaridad de las personas como signo de Dios.
Me parece aún admirable de que todos y cada uno tengamos algo a qué aferrarnos, incluso en algo invisible como Dios, en tiempos de crisis, cuando sería más fácil despotricar contra todo.