Por ladrón, un ministro al paredón


En un juicio sumario, como corresponde cuando alguien se enriquece a costillas no sólo de la salud sino de la vida de otras personas, China condenó a muerte al Ministro de Salud por haber autorizado la fabricación de medicamentos adulterados que han matado a mucha gente. Y es que el ministro, como hacen tantos de sus colegas a lo largo y ancho de este cada vez más putrefacto mundo, recibió una jugosa mordida a cambio de las licencias para la producción de las medicinas.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Pero los chinos no se anduvieron con babosadas ni apañaron al sinvergí¼enza. Probada la corrupción, condenaron a muerte al funcionario que se enriqueció inmoralmente utilizando su poder para beneficio personal y perjuicio de la colectividad, como generalmente ocurre cuando un funcionario público roba o recibe comisiones. La medida puede parecer extrema y algunos dicen que ello es posible sólo porque China, con todo y su apertura económica, sigue siendo una dictadura polí­tica, pero si así­ fueran todas las dictaduras, uno quisiera tenerlas siquiera por un rato, para salir de tanta lacra y tanto hijo de mala madre que en paí­ses miserables se hartan con el dinero público mientras la gente se muere de hambre, mientras la pobreza crece a pasos agigantados.

Mala lección se le da al mundo si sólo las dictaduras son capaces de aplicar sanciones ejemplares a los sinvergí¼enzas que se aprovechan de su poder polí­tico para amasar fortuna. Y es que para ciertos crí­menes de corrupción, sobre todo los que se dan en paí­ses con enormes niveles de pobreza, no debiera haber otro castigo que el de colgar públicamente en los postes a los pí­caros para que sirvan de escarnio. Sé que suena demasiado duro y grotesco el planteamiento, pero honestamente hablando cualquier otro castigo es moco de pava para gente que se ha enriquecido a cambio de aumentar el sufrimiento de los más pobres, causando muerte porque resulta que los paí­ses no tienen ni siquiera para atender correctamente los hospitales porque los escasos recursos van a parar a las cuentas secretas de los polí­ticos de turno.

Si el dinero desviado por la corrupción pudiera cuantificarse y rescatarse para invertirlo en la gente, muchos de los grandes problemas sociales que aquejan al mundo desaparecerí­an. Y lo cierto del caso es que hacen falta acciones ejemplares para atacar la corrupción, porque los controles siempre son burlados y la justicia termina siendo sobornada con ese dinero adquirido tan fácilmente. En Guatemala se han robado millones y nadie ha rendido cuentas ni mucho menos devuelto un centavo; pero lo peor es que no podemos alentar esperanzas de que la danza termine, porque la impunidad campea y los sistemas siguen operando bajo su diseño original que tení­a la finalidad expresa de alentar la corrupción.

Quién fuera chino para pensar que todos los funcionarios van a poner su barba en remojo ante el cruento precedente de que quien se enriquece a costillas del sufrimiento del pueblo termina pagando con su vida el atrevimiento. A lo mejor el juicio sumario sólo es posible por la existencia de ese sistema polí­tico autoritario que no ofrece a los pí­caros todos los instrumentos de defensa de la democracia, donde entre recurso y recurso el sinvergí¼enza llega al final de su vida sin haber pagado por el dinero mal habido. Pero basta y sobra una acción como la anunciada en contra del Ministro de Salud de China para que uno piense que vale la pena una dosis de autoritarismo para acabar con las prácticas corruptas de tanto funcionario indecente. Por ello, malaya los chinos.