Por la paz (o la danza del pasado)


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La historia del presente es un pasado con una memoria fragmentada, por lo tanto nunca hubo construcción colectiva de la identidad, no nos vemos en el otro, nos desconocemos o nos ocultamos, el espejo en el que nos observamos tiene mil formas, mil colores, está roto. Todos tienen su versión de verdad pero no todos han tenido la oportunidad de expresarla porque se ha impuesto el vencedor.

Julio Donis

 


El registro del pasado tiene partes borradas y los habitantes del presente tenemos una memoria de recuerdos, otros la tienen de olvidos o de silencios. Esta sociedad sueña realizaciones que no se consumarán, son deseos reprimidos; otros son pesadillas que son en realidad, odios y heridas que están constreñidas en la inconsciencia colectiva. Nuestro pasado es una danza que no termina, que no se consuma en el presente, es una pieza irresuelta, es un son profundamente melancólico y doloroso que no concluye. Ese baile inconcluso e interminable se compone de memoria colectiva e historia; la primera es un registro borrado o dañado porque contiene atrocidades y horrores cometidos por perpetradores, necesita reparación para ser restituido en el segundo elemento que es la historia colectiva. La memoria ha sido borrada en distintas ocasiones en el pasado, la primigenia y fundamental sucedió en el proceso de la colonia y la más reciente sucedió en el genocidio de los ochentas del siglo pasado. Entre esos dos cataclismos históricos han acontecido otros procesos que han distorsionado el recuerdo colectivo. En el trauma de la Colonia se fundaron las bases para  la contradicción del poder oligárquico que instauró repartimiento y encomienda como mecanismos de control social, para consolidar el poder criollo que se volvió oligopólico; ocurrió allí­ pues la primera distorsión de la memoria y la identidad que aún perdura bajo tres formas paranoides: un ellos precolombino que fue invadido; un nosotros criollo que se volvió aspiracional, y un nosotros mestizo y reprimido que no terminamos de condensar. En 1944 cambia de manera abrupta la configuración del poder y la contradicción toma contenido de clase, se fundan en diez años las bases sobre las cuales reconstruir un Estado nación que pudiera ofrecerle una ruta a la memoria para que se encontrara con la historia. Como sabemos la ruta se perdió y el camino se convertirí­a en rí­os de sangre derramada de miles y miles de guatemaltecos. En treinta años se infligió un trauma de tal magnitud que serí­a solo comparable con el de la invasión previa a la Colonia. Hoy a las puertas de la época Pérez, la derecha militar tanto activa como en retiro pretende poner a prueba la objetividad de la Fiscal General Claudia Paz, a través de una trampa burda y chantajista, que pone en riesgo nuevamente la posibilidad de que se encuentren memoria e historia, el peligro con esta acción es mayúsculo porque lleva tras de sí­ el tono de insurrección al poder constitucional establecido, lo cual es combustible que prenda fácil en una sociedad acostumbrada a la ilegalidad. Este es un paí­s en el que se enfrentaron dos fuerzas y los muertos los puso la población por miles de miles. Los militares deben asumir su responsabilidad por su 93% de barbarie y lo mismo la guerrilla por su 3% y sobra decir que ambos niveles no son equiparables y que la aplicación de la justicia debe caer sobre quien tenga que caer. El nivel de trastorno social de este paí­s indica que la memoria no se colectivizó, se fragmentó de tal manera que todos recuerdan partes, varios no recuerdan nada, experimentan tremendos vací­os, también los hay incrédulos que se dicen a sí­ mismos “aquí­ no pasó nada”. Hasta que no se encuentren la memoria con la historia, la danza por el pasado seguirá siendo un baile de personas individuales, jamás nos encontraremos en la armoní­a del pasado cadencioso que permita tener el mismo registro en el presente.