Por increí­ble que parezca, así­ ocurrió


El dí­a 11 de mayo del año pasado, antes de que se conociera el video que grabó Rodrigo Rosenberg, escribí­ mi columna de ese dí­a expresando mi pesar por la muerte de ese buen amigo y al final decí­a que la última vez que hablé con él me dijo que no lograba superar aní­micamente la muerte de su madre y que se sentí­a jodido. Desde el dí­a anterior me revoloteaban en la cabeza situaciones que no cuadraban, especialmente el hecho de que alguien amenazado de muerte en forma tan grave como habí­a expresado Rodrigo, saliera tranquilamente a pasear en bicicleta.

Oscar Clemente Marroquí­n

Ya he contado que mis hijos compartí­an bufete con Rodrigo y con Eduardo su hijo y que yo tení­a una estrecha amistad con él y lo admiraba por su forma de ser, tan solidaria con la gente. Pero en los últimos tiempos habí­an surgido tensiones y dificultades producto del estado de ánimo de Rodrigo que no nos explicábamos y en la semana anterior a su muerte tomó decisiones cruciales, entre ellas trasladar la dirección del bufete a la otra socia mayor, mi hija Marí­a Mercedes.

El Dí­a de la Madre estábamos en un desayuno familiar cuando nos avisaron de la trágica noticia. Llegamos al lugar del crimen cuando no habí­an levantado su cuerpo y en ese sitio pude platicar con algunas personas y una de ellas me aseguró que habí­a pasado haciendo ejercicio y que vio a un ciclista sentado en la grama. Pese a que ese testigo es un destacado profesional a quien le guardo enorme respeto, no creí­ su afirmación.

Pero en esas primeras horas supe que la noche anterior habí­a ordenado a su piloto que inflara las llantas de la bicicleta que no habí­a utilizado por meses y otros detalles que me sembraron la duda sobre lo que habí­a ocurrido. Pocos dí­as después supimos lo de las compras de celulares y detalles adicionales que ayer hizo públicos el doctor Carlos Castresana.

Por mi amistad con Rodrigo y cercaní­a con su entorno profesional, puedo decir que por increí­ble que parezca el caso, todo ocurrió exactamente como lo expuso ayer el doctor Castresana luego de una minuciosa y ejemplar investigación de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala. Habí­a comentado alguna vez con el comisionado que el gran problema de esa dolorosa verdad es que resultarí­a muy difí­cil de asimilar, de aceptar, especialmente por quienes con toda la buena fe reaccionaron al llamado de Rodrigo para actuar, para asumir un deber cí­vico y luchar contra la impunidad en el paí­s. Gente que se convenció absolutamente tras escuchar el célebre video en el que Rodrigo hací­a graví­simas acusaciones.

Durante meses enteros, conociendo en detalle lo ocurrido, guardé silencio e impuse en La Hora el más absoluto respeto a la reserva judicial del caso porque sabí­a lo que estaba en juego. También he de decir que ni editorialmente ni en mi columna nunca en esos dí­as crí­ticos pedimos o exigimos la separación temporal o definitiva del cargo del presidente Colom, primero porque tení­a serias dudas y luego porque las mismas fueron corroboradas por evidencias.

Rodrigo dejó un sobre cerrado para que me fuera entregado tras su muerte. Por razones que ignoro, el mismo paró en manos del abogado Fuentes Destarac y nunca me lo entregó a mí­. Cuando por fin apareció, decidí­ que sin abrirlo lo llevaran a la CICIG para que fuera abierto por el mismo doctor Castresana a fin de que se pudiera establecer a ciencia cierta qué pruebas nos habí­a dejado Rodrigo a los cuatro a quienes les dejó idénticos sobres. Supe después lo que contení­a esa encomienda y era el mismo documento que se conoció en esos dí­as y que contení­a básicamente lo mismo que decí­a en el video.

La muerte de Rodrigo ha sido especialmente dolorosa para mi familia, primero por la amistad con los Rosenberg y segundo por las implicaciones que eso tuvo para mis hijos en su desempeño profesional. Dos de ellos, abogados del bufete, tuvieron que soportar la insidiosa publicación de notas y columnas que pretendí­an desviar la atención del caso y nos callamos por la reserva legal.

Pero hoy puedo y debo expresar que habiendo vivido tan de cerca en el entorno de Rodrigo y habiendo conocido su estado emocional, así­ como detalles precisos de lo que hizo dí­as antes de su muerte, lo expresado por Castresana es la total y absoluta verdad. Rodrigo se inmoló porque estaba convencido de que era la única forma de obligar a que se investigara el caso Musa y que, a su criterio, se hiciera justicia. En un estado emocional difí­cil de entender, asumió su muerte como un paso necesario para despertar a Guatemala y para denunciar un crimen que le provocó un golpe de tal envergadura que le cambió de manera total, absoluta y trágica.

La investigación de la CICIG, analizada frí­amente, es incuestionable. Aclarar el caso Musa quizá no sea fácil como ya lo dijo ayer el mismo Carlos Castresana, aunque trabajan en ello. Pero al MP le queda una muestra de que cuando se quieren hacer bien las cosas y hay voluntad, se llega a la verdad, por dolorosa, cruel e increí­ble que pueda ser. La muerte de Rodrigo no fue un simple suicidio, ni en la forma ni en el fondo. Fue una inmolación de alguien desesperado en su clamor por justicia.