Nuestras fiestas patrias, esos días en que habitualmente se da feriado a los trabajadores, no dejan de ser en su mayoría un chiste si realmente uno se detiene a considerarlos. Son celebraciones para la ironía y para (si mucho) recordarnos la utopía aún no cumplida. Si no es porque esas fechas tienen un toque especial (son dedicados a la dispersión o el reposo) nadie se acordaría de ellos.
Pensemos, por ejemplo, en el día del trabajo. ¿Día del trabajo? Ya sólo decirlo pone la boca reseca. En primer lugar, porque somos un país de desempleados o a lo sumo subempleados. Y en segundo lugar, porque las condiciones laborales son miserables: abunda la explotación, la injusticia y el desestímulo. Honestamente la cosa parece una broma. Si los empresarios y papá Estado quisieran celebrarlo de verdad, como en un cumpleaños deberían darnos regalos: bonos, viajes, seguros sociales o algo significativo para de verdad celebrar el día y hasta esperarlo el siguiente año.
En Guatemala celebramos también «la fiesta de la Independencia». ¿De la independencia? Así como suena. Es ridículo, ¿no? Claro que lo es. Especialmente si pensamos que dependemos míseramente de los países ricos. Estados Unidos es sólo uno de ellos (aunque quizá el principal). Celebrar la independencia es un chiste de categoría cósmica. Pero ahí estamos año con año haciendo marchas militares y pronunciando discursos cargados de deseos. Somos enanos soñando a ser gigantes.
Por último, celebramos también «el día del Ejército». El más grande chiste de todos. Hacemos fiesta y piñata en memoria de una de las instituciones más desprestigiadas del país. Ahí tiene a muchos de sus miembros señalados de saquear bancos, asesinar Obispos y también involucrados en el lucrativo negocio del tráfico de drogas. El Estado nos hace, con todo, paralizar el país para recordar al Ejército. Es un chiste si no para reír, al menos para ponernos a llorar.
Mañana tendremos otro feriado, haremos memoria de la Revolución del 44. De todas, quizá esta fecha sea la más hermosa, noble y digna. Son momentos para recordar eso que un día se llamó «la primavera democrática». Creo que no hay otra fecha especial como esta (al menos en el calendario profano), porque remite a las grandes utopías, los anhelos y las esperanzas de un pueblo que desea lo mejor para su país. Mañana sí vale la pena detenerse y considerar que Guatemala puede cambiar.
Frente a tanto pesimismo, mañana hagamos una excepción y reparemos que si un día se vislumbró la posibilidad de una mejor nación, nosotros también podemos compartir esas ilusiones. No basta, eso sí, con mirar desde lejos la tierra prometida, hay que trabajar y ponerse manos a la obra, para que si nosotros no lo vemos cumplida, sean al menos nuestros hijos los que la disfruten. ínimo.