Para los que estudian Filosofía Social y Política, el presente libro es de lectura obligada. Si bien es cierto es necesario comprender las propuestas filosóficas de los pensadores, y para esto nada mejor que comenzar desde los griegos hasta la contemporaneidad, el estudioso de las «cosas sociales» no puede ignorar la contribución de la Iglesia en el discernimiento de estos temas.
           Un estudio de esta naturaleza no debe ser, en mi opinión, ni opcional ni omisible, en nombre de un laicismo exacerbado. Algunos, influenciados por prejuicios, ignorancia o resentimientos, concluyen que el estudio de la doctrina social de la Iglesia no procede por ser, según ellos, confesional, dogmática y separada de la razón. Con tales ideas, se pierden no sólo de un cúmulo de saber que como científicos y académicos deberían estar obligados a entender y manejar, sino que arriesgan una visión integral de la realidad.
           Así, sin prejuicios, no nos prohibamos una lectura crítica de lo que los curas (la Iglesia) nos proponen para nuestra meditación. ¿Qué es la Doctrina Social de la Iglesia? En mis propias palabras diría que se trata de la consideración de la Iglesia sobre temas sociales. Es una reflexión que desde el Papa León XIII con su famosa «Rerum Novarum» realizan los pastores de la Iglesia Católica con la intención de contribuir a iluminar los nuevos desafíos de la sociedad.Â
           Antes de León XIII no es que no existiera una preocupación de la jerarquía católica por la realidad social y que por lo tanto no se escribiera nada al respecto. Sí que la había y los textos se dieron, pero, eso sí, no de manera sistemática, ordenada y programática. Recordemos que ya san Agustín, por ejemplo, escribió en el siglo V su famosa «De civitate Dei» («La Ciudad de Dios») con el propósito de dar ánimo a sus fieles y consolarlos en la comprensión de una realidad histórica complicada: la invasión de los bárbaros. El Obispo de Hipona interpreta los hechos y explica a los creyentes el descalabro por el que pasaba la Europa de su tiempo.Â
           San Agustín es sólo un ejemplo, la memoria cristiana recuerda a santo Tomás, Suárez y muchos otros que, desde una visión teológica encarnada en el mundo, intentaron entender los signos de los tiempos. León XIII recoge, entonces, esa sabiduría que a través de siglos fueron legando los pensadores cristianos. La encíclica «Rerum Novarum» constituye la primera sistematización de un Papa en temas en los que la Iglesia va a profundizar siempre más: la justicia, la persona humana, el bien común, la subsidiariedad, la solidaridad, la familia, el trabajo y otros de no menor importancia.
           El libro se divide en tres partes. En la primera se abordan los siguientes contenidos: 1) El designio de amor de Dios para la humanidad; 2) La misión de la Iglesia y doctrina social; 3) La persona humana y sus derechos; y, 4) Los principios de la doctrina social de la Iglesia. Este apartado es interesante en cuanto introductorio y esfuerzo por poner las bases de toda la reflexión social.
           Es indiscutible que hay definiciones que sostienen todo el armazón del edificio doctrinal: el concepto de persona humana como criatura de Dios, la noción de pecado (la caída), Jesús como Redentor de los hombres, el otro concebido como hermano -hijos de un mismo Padre-, la libertad, la dignidad de los hombres, etc. Si se aceptan estos primeros razonamientos, lo demás cae por su propio peso.
           Lo anterior encuentra su fundamento en la expresión bíblica. La doctrina social de la Iglesia, por tanto, tiene que ver con la explicitación que los cristianos hacen a partir del dato revelado. Es un desentrañamiento para la aplicación práctica, vital, de los cristianos. Ser seguidor de Cristo consiste en el cumplimiento de aquellas exigencias impuestas por Dios para una vida social según su designio.
«La doctrina social, por tanto, es de naturaleza teológica, y específicamente teológico-moral, ya que «se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas». «Se sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con las situaciones del mundo y se manifiesta en los esfuerzos que realizan los individuos, las familias, operadores culturales y sociales, políticos y hombres de Estado, para darles forma y aplicación en la historia»».
La segunda parte se divide en los siguientes capítulos: 1) La familia, célula vital de la sociedad; 2) El trabajo humano; 3) La vida económica; 4) La comunidad política; 5) La comunidad internacional; 6) Salvaguardar el medio ambiente; y, 7) La promoción de la paz. En este espacio se describe la importancia que le da la Iglesia a contenidos sociales primordiales como la familia, la economía e incluso el medio ambiente.
La Iglesia opta por la familia, comprendida de manera tradicional, y la defiende diciendo que es «querida por Dios». Considera que la vida familiar es fundamental no sólo para el desarrollo sano de sus miembros, sino también para la salud de la sociedad. Sin familia, insiste, se pierde el lugar privilegiado para el crecimiento humano y se pone en riesgo la vida social. Esta revelación, clave en su comprensión, hace que se insista en la responsabilidad de los padres en la educación de los hijos
«La familia es importante y central en relación con la persona. En esta cuna de la vida y del amor, el hombre nace y crece. Cuando nace un niño, la sociedad recibe el regalo de una nueva persona, que está «llamada, desde lo más íntimo de sí a la comunión con los demás y a la entrega a los demás». En la familia, por tanto, la entrega recíproca del hombre y de la mujer unidos en matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño puede «desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible»».
Finalmente, en la tercera parte aparecen los siguientes capítulos: 1) Doctrina social y acción eclesial; y, 2) Hacia una civilización del amor. El texto invita en estas páginas a difundir la doctrina social de la Iglesia y a buscar, a través de acciones positivas, un mundo más justo. Llamado especial hace a los Obispos y laicos para que desde su propio espacio «en el mundo», contribuyan a la edificación de una sociedad mejor.
«Para los fieles laicos, el compromiso político es una expresión cualificada y exigente del empero cristiano al servicio de los demás. La búsqueda del bien común con espíritu de servicio; el desarrollo de la justicia con atención particular a las situaciones de pobreza y sufrimiento; el respeto de la autonomía de las realidades terrenas; el principio de subsidiaridad; la promoción del diálogo y de la paz en el horizonte de la solidaridad: éstas son las orientaciones que deben inspirar la acción política de los cristianos laicos».
El libro, me parece, debe ser un «vade mecum» para los cristianos que quieran comprender mejor el alcance de su fe. Para los «alejados», un texto curioso para descifrar la contribución de los creyentes en la interpretación de la vida social. Puede adquirirlo en Librería Loyola.